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SERPIENTES Y ESCALERAS

 
Las elecciones que vienen no serán sencillas, estarán enmarcadas por el mal humor social y el ataque mutuo entre partidos. No será la primera vez que eso suceda ni probablemente la última. Lo que vale la pena reflexionar es ¿Qué queremos después de las campañas?

 

Las del 2018 en Morelos serán elecciones de odio, de revancha, de ataque, eso está perfectamente claro. El enfado social es un ingrediente importante de las campañas, es un elemento que utilizarán todos los candidatos y será recurrente en los discursos. A todos los equipos políticos les queda claro que existe un mal humor social y a partir de eso armarán su estrategia. Prometer cárcel para funcionarios o destacar las fallas de un régimen ayuda a ganar votos, la pregunta es ¿Qué vendrá después de las campañas?

En el 2012 vivimos una contienda de propuesta y ataque: por un lado se cuestionaba el actuar del gobernador saliente Marco Adame Castillo, se resaltaba la crisis de inseguridad desatada en su gobierno y se criticaba la imperturbable pasividad de un gobernador que siempre dejó todo para después. Por otro hubo un candidato que lanzó una propuesta concreta para cada sector, que expuso ideas concretas y soluciones específicas, pero al final no pudo llevarlas a cabo. Cinco años más tarde vemos que todo sigue igual.

Una campaña de ataque es fácil se diseñar, sobre todo cuando estamos frente a un gobierno tan desgastado como el actual. Establecer un plan de acción que llame la atención y provoque empatía es simple, basta con hablar de los problemas de inseguridad, de la violencia o de la corrupción… y prometer castigo a los culpables. Defender la causa oficial no es sencillo a pesar de que existen algunos programas exitosos como la Beca Salario o las Jefas de Familia; el enojo colectivo es tan grande que no es fácil destacar los logros, por muy buenos que sean.

En Morelos hemos experimentado ya con los tres partidos grandes. El PRI mantuvo el control del gobierno durante muchos años y fue hasta el año 2 mil cuando los ciudadanos decidieron expulsarlos. Entonces llegó el PAN de la mano de un candidato joven, políticamente inexperto, pero exitoso como alcalde. Los panistas diseñaron una campaña simple para un hombre limitado: culparon al PRI de la inseguridad y propusieron El Cambio. Nunca explicaron en qué consistía El Cambio.

Al sexenio siguiente el PAN pudo con mucha dificultad refrendar el triunfo porque frente a él hubo dos muy malos candidatos que no supieron aprovechar el desgaste político del gobierno saliente ni tampoco ofrecieron una buena propuesta social. Marco Adame Castillo no era un buen candidato, pero fue mejor que Fernando Martínez Cué o Marisela Sánchez Cortés. Ninguno de ellos, ni el médico, ni el fotógrafo ni la dama fueron más allá de la diatriba y la retórica de campaña.

Hace seis años la historia se volvió a repetir en Morelos por tercera ocasión. El gobierno saliente quedó inmerso en un escándalo de seguridad y su titular se fue manchado por la duda social. Igual que Jorge Carrillo con Peredo Merlo o Sergio Estrada con Agustín Montiel, Marco Adame fue señalado por la detención de su secretario de Seguridad Pública Luis Ángel Cabeza de Vaca, detenido por brindar protección al cártel de los Beltrán Leyva.

La última elección sexenal fue una mezcla de ataque y propuesta; por un lado se cuestionaron severamente las omisiones del gobierno panista saliente y las redes de complicidad que se crearon en su interior con la delincuencia organizada. Eran tantas y tan claras las evidencias de la colaboración de Adame con los cárteles de la droga que los partidos utilizaron este enojo para acabar con doce años de gobiernos blanquiazules. De manera paralela el candidato del PRD lanzó una propuesta de gobierno atractiva, incluyente, se acercó a todos los sectores y planteó proyectos para todas las áreas. Frente a dos malos candidatos, el perredista se alzó fácilmente con el triunfo.

Ganar una elección es difícil, pero no tanto como sacar adelante un gobierno. En el caso de Morelos estamos frente a un escenario complicado desde muchos ángulos, los últimos cuatro sexenios hemos vivido en medio de crisis recurrentes de seguridad, de política, de economía y hasta magisterial. Ni Estrada, ni Adame ni Ramírez han podido darle la vuelta a la historia en materia de paz social y ello tiene que ver en gran medida porque luego de sus triunfos en las urnas no pudieron establecer un proyecto de gobierno que incluyera colaboración política con todas las demás fuerzas políticas y sociales del estado. En castellano: se la pasaron peleando.

Las campañas nos han mostrado el peor rostro de la política en Morelos: se utiliza guerra sucia, se ataca con y sin fundamento, se ventilan temas personales, se recurre a la violencia como coerción y los ciudadanos quedamos envueltos en una vorágine de odio que influye en el resultado de las elecciones.

En el año 2 mil los morelenses tomamos revancha del PRI, en el 2012 vino el desquite con los gobiernos del PAN y en el 2018 podría llegar la venganza contra el PRD. Si analizamos lo ocurrido en estos últimos 18 años luego de que pasaron las elecciones podríamos llegar a la conclusión de que ninguna revancha ha servido de nada, en todo caso lo único que ha cambiado es el nombre del partido que jode.

Habría de considerar que los problemas de Morelos van más allá de una campaña; en el proceso electoral es válido el discurso explosivo y es común escuchar promesas de todo tipo. Por supuesto que el ciudadano tiene derecho de votar como mejor le plazca, aún cuando el motivo de su voto sea un simple desquite; lo que todos tendríamos ahora que analizar es por quién votaremos y por qué razón lo haremos, no vaya a suceder que por un momento de revancha personal nos condenemos todos a otros seis años de terror.

Aún no se han definido los candidatos de los partidos ni tampoco se conocen las propuestas de gobierno de cada uno, en medio de un mal humor generalizado y perfectamente fundado, los ciudadanos debemos tener claro el valor de nuestro voto y la importancia de que decidamos con responsabilidad. Un mal voto implica seis años de condena.

Para algunos (¿muchos?) parece evidente por quién no van a votar; se vale. Lo que verdaderamente importa ahora es que todos sepamos por quién si votar y qué efectos tendrá para el estado y para todos nosotros que determinado candidato gane.

Recordemos algo: prometer es fácil; gobernar no lo es.

  • posdata

Los priístas de Morelos siguen sin ponerse de acuerdo en cuanto al candidato (a) que impulsarán para que los represente en la contienda por la gubernatura. Una decena de personajes se han venido reuniendo desde hace tiempo en busca de los acuerdos necesarios para lograr la unidad, aunque recientemente acordaron que será México quien tome la decisión final en ese tema.

Uno a uno se han ido decantando los aspirantes; fuera ha quedado el misógino Moreno Merino y también la senadora Lisbeth Hernández. También han ido relegando Samuel Palma, Jorge Morales, Guillermo del Valle y hasta Amado Orihuela. Al final parecería que las opciones del priísmo morelense se reducen al diputado federal Matías Nazario y al delegado graquista Jorge Meade Ocaranza. Una figura que podría aparecer en el escenario es la diputada federal Rosalina Mazari.

Veamos: De las nueve gubernaturas que se jugarán en el 2018, el PRI ya ha definido candidato en 5 estados y hasta ahora sólo en Tabasco su representante es mujer. Morelos es uno de los estados en donde sigue pendiente la definición del abanderado y puede ser que ante el desgaste de los varones y la necesidad de equilibrar las candidaturas en función del género, en la tierra de Zapata se tome la decisión de ir con una dama.

Rosalina Mazari es una joven priísta que tiene mucho trabajo de base, ha ido varias veces a campaña y casi siempre gana. Su trabajo en la región sur del estado es inobjetable, su liderazgo es regional, pero muy sólido y su discurso siempre es congruente con su actuar. A Rosalina no se le conocen escándalos personales ni públicos, no ha estado ligada a problemas de corrupción y la única critica que tiene de parte de sus correligionarios es por su carácter e indisciplina política, porque varias veces se ha negado a seguir la línea de su partido y ha votado diferenciado en temas como el aumento al IVA.

Frente a un escenario donde casi todos los candidatos cargan historias de corrupción o carecen de liderazgo en tierra, la diputada federal podría aparecer como una alternativa distinta que no sólo rompería con la aparente lógica del partido, también ofrecería al electorado a la única mujer en la boleta.

Nada está definido aún en el PRI, salvo la exclusión del “menos 16”. Antes de que concluya el mes, cuentan, podría quedar resuelto el tema y a partir de ahí se desdoblaría todo el escenario tricolor rumbo al 2018.

  • nota

Hasta hace algunos meses el PAN lucía como el partido con más oportunidades de ganar la gubernatura de Morelos. El desgaste del PRD, la inconsistencia del PRI y la falta de un partido sólido que respaldara a Cuauhtémoc Blanco hacían pensar que la contienda se iba a concentrar entre Acción Nacional y Morena.

El problema para los panistas es que su dirigencia se ha encargado de ir sepultando las posibilidades del ganar en el 2018. Juan Carlos Martínez Terrazas se mantuvo firme en su postura de rechazar la alianza con el PRD, pero luego terminó pactando con el partido más graquista de todos.

La dirigencia de los Terrazas no tiene pies ni cabeza: se negaron a ir en alianza con el Sol Azteca, pero no fortalecieron sus cuadros ni tuvieron la capacidad de armar una alianza paralela. Hoy están unidos a Movimiento Ciudadano y sufren porque ninguno de los dos partidos tiene candidatos con los cuales competir en los distritos y en los municipios. Peor: es tan pobre la visión del presidente del PAN que ha dejado en manos de algunos personajes naranjas la decisión de elegir a abanderados. Más claro: Terrazas se negó a pactar con el PRD, pero ahora les está dejando que pongan a sus candidatos.

Más aún: el rechazo de Terrazas fue también a la candidatura de Rodrigo Gayosso, pero ahora que ya no existe esa posibilidad, el PAN no tiene candidato con el cual competir porque su mejor propuesta (Javier Bolaños) ya se rajó y el comité estatal ha vetado a su segunda mejor carta, el diputado local Víctor Caballero. El dirigente insiste en impulsar a un empresario, pero a quien apoya nadie lo conoce y no tiene ni el liderazgo, ni los consensos para ser nominado.

El panismo vive su peor escenario: a unas semanas de que venzan los plazos de ley para definir candidatos no tienen propuestas ni certeza. Más grave: el dirigente insiste en vetar panistas y se empeña en promover a sus cuates, a sabiendas de que no tienen posibilidades de triunfo.

Aunque Juan Carlos Martínez Terrazas se negó a pactar con el PRD, de facto entregó el panismo a la causa graquiana.

  • post it

La dirigente estatal del Partido del Trabajo es fiel a su estilo. A Tania Valentina no le interesa ningún proyecto político ni le mueve ninguna ideología, la dama (es un decir) se mueve en función de sus intereses personales y sus acuerdos económicos.

Hasta hace poco la petista presumía que “era la graquista número uno” y decía públicamente que ella “iba a defender siempre a Graco”. Como regidora Tania Valentina rompió récord de ausencias, se caracterizó por los beneficios económicos que recibía y esa historia se ha venido repitiendo de manera constante en cada espacio en el que participa.

Ahora se ha expuesto nuevamente que Tania Valentina está decidida a jugar en contra de la coalición firmada por su partido, se han ventilado públicamente sus acuerdos y los encuentros que junto con Jorge Meade González ha tenido con la casa de enfrente.

El problema en esta historia no es Tania (o Jorge), ni tampoco quienes los contratan (cada quien hace su chamba política), lo terrible es que a sabiendas del doble papel que juega, ni Morena ni el PES han hecho nada al respecto y mantienen a la dirigente estatal del PT en la mesa de las decisiones.

Si fuese una película se titularía: durmiendo con el enemigo.

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