Los monolingües
Llama la atención que en un país donde cunden los monolingües, de ahí el comentario, el dominio de más de una lengua sea una lanza contra el propio hablante de un idioma adicional. Sí, hay razones histórica, cultural y sobre todo geográfica para explicar, que no justificar, esta carencia a escala masiva. La convivencia de múltiples civilizaciones en Europa, por ejemplo, hace casi natural que una persona hable varias lenguas.
Cuenta Francisco Moreno Fernández, catedrático del Centro Cervantes en Harvard, en su obra La maravillosa historia del español (Espasa 2015): “La frontera germano-eslava, en principio situada en el río Elba, se desplazó hacia el Este en el siglo XII, de modo que los eslavos llegaron a hablar alemán con sus señores y griego con los bizantinos del sur, además de latín con los europeos occidentales”.
Como el español pasó de Europa a América a partir de 1492 y fue adoptado como lengua de la mayoría de las repúblicas del nuevo continente desde 1810, el desplazamiento de las nativas comenzó un proceso irreversible. Dice Moreno Fernández: “Las lenguas, como los pueblos, rara vez viven aisladas (…) En la América hispana, la convivencia con las lenguas indígenas u originarias ha condicionado la forma de unas y otras (…) Aparte de esto y de la presencia secular del latín, probablemente las lenguas que más huellas han dejado en el español general, mediante la convivencia a lo largo de los siglos, hayan sido el francés desde Europa y el náhuatl desde América”.
Hay que considerar aquí el árabe, origen de la mitad de nuestro vocabulario, y hoy en día el inglés, con su invasión en el terreno tecnológico.
Decía al principio que no debería sorprender el bullying cibernético, para usar de forma expresa un anglicismo, a quienes exhiben el dominio de una o más lenguas extranjeras, pues la vida cotidiana también está hecha ya de esos intercambios por redes sociales, pero sí mueve a curiosidad, por lo menos, que sea un precandidato presidencial bilingüe hasta donde sé, como José Antonio Meade, quien use como arma la facultad de su oponente Ricardo Anaya para hablar tres idiomas y lo vea, acaso, como aspirante a buen guía de turistas.
Nadie puede asegurar que el solo hecho de ser políglota convierta a un político en buen presidente, como tampoco si se trata de un avezado lector, pero qué mejor que posea ambos atributos, que pueda mantener una conversación con un estadista y decir de filo cuáles son los tres libros que han marcado su vida. De lo contrario, de qué sirve que se ponga tal énfasis en la enseñanza del inglés con la reforma educativa, de qué sirve tanta descalificación a los maestros disidentes y normalistas que se oponen a esa instrucción específica.
Hace unas semanas me resultó insólita la consideración de una autoridad del Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior que ve “sin pertinencia temática”, sin valor para obtener una mejor puntuación curricular del ejercicio periodístico, las constancias en entrevistas en video y en documentos oficiales del dominio del inglés, el francés y de estudio en curso de nivel intermedio del italiano. Es el culto al monolingüismo desde una de las instancias que deben velar por la promoción del conocimiento. Pensarán, como Meade, que poseer más de una lengua es atributo para guía de turistas, no para periodistas.