Lo que Chilapa le hace a la gente
Llegaron a Chilapa en un camión de redilas. Eran cinco artesanos indígenas. Venían de Coxolitla, Veracruz. Atravesaron varios estados para vender en Chilapa sillas de madera, pues en la zona de la que eran oriundos —relató luego su alcalde— “no hay oportunidades de empleo y desarrollo”.
Los artesanos desaparecieron el 25 de enero, después de visitar una carpintería. Cinco días más tarde las autoridades hallaron, en un paraje cercano al río Ajolotero, 15 bolsas negras. La Fiscalía General del Estado informó que dentro de estas se hallaban los restos desmembrados de siete personas.
Uno de los encargados de hacer el levantamiento de los cuerpos dijo que la escena parecía irreal: “Algunas partes estaban fuera y otras dentro de las bolsas”.
Toda esa carnicería fue conducida al frigorífico del Semefo. Familiares de las víctimas, que desde las primeras horas habían reportado la desaparición, fueron trasladados a Guerrero. Tuvieron que atravesar lo inimaginable: identificar a sus seres queridos observando las siete cabezas cercenadas.
Esa es la clase de cosas que Chilapa hace vivir a la gente.
Tal vez sea difícil hallar en el país otro lugar en el que se den las cosas como se dan en Chilapa. A pesar de la cresta de violencia que sacude México, en pocos sitios llega a verse lo que aquí.
Unos días después del hallazgo de los restos de los artesanos fue encontrada una cabeza amordazada. Se la habían arrancado a una desconocida, cuyo cuerpo, vestido con “blusa roja, brasier de color negro, mayón con franjas laterales de color rosa”, apareció al fondo de la barranca La Herradura.
Una semana antes de que los despojos de los artesanos indígenas fueran identificados, la policía encontró dos cuerpos calcinados dentro de bolsas de plástico negro. Dos semanas antes, en el fraccionamiento Los Reyes, se había reportado el hallazgo de un cuerpo humano repartido en tres bolsas.
Es el pan de todos los días en esa boca del infierno en que se ha convertido Chilapa. Fue también junto al río Ajolotero donde unos campesinos hallaron, en noviembre pasado, los cuerpos de ocho personas desmembradas y metidas en bolsas de plástico. A las ocho les habían prendido fuego.
Por esos días otras dos personas fueron destazadas y tiradas en un camino de terracería, a un lado de un narcomensaje que decía: “Que no se les olvide que yo los hago y yo los deshago”.
Chilapa era famosa por su mercado de domingo, que solía congregar a gente tanto de la Montaña como de Chilpancingo y sus alrededores. Hoy está convertida en un cementerio.
Los negocios cierran después de las cinco de la tarde; el servicio público deja de funcionar; las escuelas y las clínicas duran meses cerradas.
Se han producido éxodos masivos —de hasta 800 personas en una tarde— cuando circulan rumores de que los grupos que pelean la plaza van a enfrentarse.
El año pasado se cometieron ahí más de 200 ejecuciones. La mayor parte de los cadáveres aparecieron descuartizados y metidos en bolsas. A la mayoría, además los habían calcinado.
La situación lleva ya cinco años: prácticamente todo el sexenio de Peña Nieto. Hace cinco años se desató una guerra entre dos grupos criminales, Los Ardillos y Los Rojos.
Chilapa es la puerta de entrada a la Montaña, y por tanto a los millonarios cargamentos de amapola que bajan de la sierra. El lugar estuvo controlado por el clan Beltrán Leyva y su brazo armado: Los Rojos. Tras la muerte de Arturo Beltrán, un ex policía, Constantino Chino García, rompió con Los Rojos, y entregó los detalles de la operación a un grupo criminal que estaba asentado en Quechultenango: Los Ardillos.
La prensa del estado de Guerrero lleva años dando cuenta de las atrocidades ocurridas a partir de entonces. En la zona hay fuerzas militares, policías federales y agentes estatales.
Y sin embargo, cada semana, Chilapa vuelve a estremecernos. Cada semana hay un horror mayor. Nada detiene la bajada de la goma y siguen impunes los líderes criminales de ambos grupos (Zenén Nava Sánchez, de Los Rojos; y los hermanos Celso, Antonio y Jorge Iván Ortega Jiménez, de Los Ardillos).
Lo único que no cesa es la tragedia de la gente, el dolor de quienes deben ir al Semefo a reconocer a su gente en pedazos sanguinolentos.
Los artesanos fueron confundidos. El fiscal del estado aseguró que estuvieron en el lugar y el momento equivocados. Está en lo cierto: todos han dejado que Chilapa se convierta en un lugar equivocado.
hdemauleo
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