El presidente y su número dos que piensan que revelar sus secretos de guerra vulnera al Estado y a la seguridad nacional. La dueña de un medio de comunicación que recibe las presiones oficiales y tiene que navegar entre la legítima viabilidad económica de su negocio y la indispensable libertad editorial. Un periodista que entiende los dilemas del medio para el que trabaja pero sabe que tiene una exclusiva en las manos que el público debe saber. Un agente del gobierno que se harta de servir a un régimen mentiroso y decide filtrar documentos explosivos.
The Post está en cartelera. Es la película (dirige Spielberg, actúan Meryl Streep y Tom Hanks) que retrata esta problemática que sucedió hace medio siglo, pero que sigue vigente en redacciones de todo el mundo: Nixon y McNamara escondiendo la verdad sobre Vietnam, Katharine Graham dudando cómo enfrentar a los gobernantes con quienes incluso mantiene una amistad por su familia que le heredó The Washington Post y el director del diario, Ben Bradlee, a quien acaban de filtrar un expediente que The New York Times empezó a publicar pero tuvo que parar por una orden judicial impulsada desde la Casa Blanca.
El centro de la trama no es el engaño de sucesivos gobiernos de Estados Unidos sobre la realidad en Vietnam. Tampoco la batalla que libró primero y como protagonista principal The New York Times al publicar el contenido de los llamados Documentos del Pentágono. Ni la decisión del ex analista de las Fuerzas Armadas, Daniel Elsberg, de filtrar el extenso informe.
The Post se enfoca en Katharine Graham, la heredera de la familia propietaria de The Washington Post, quien inesperadamente quedó a cargo de la empresa en 1963 y la presidió hasta 1979. En un mundo machista, ella terminó siendo el factor decisivo para que The Washington Post pasara de ser un periódico de perfil local y sin grandes pretensiones, a disputar con The New York Times el liderazgo del periodismo mundial.
Fueron los Documentos del Pentágono y luego el caso Watergate los que permitieron al Post dar ese salto. Y fue Graham la que decidió publicarlos pese a fuertes presiones: las recomendaciones de su familia y el establishment de Washington de que no se enfrascara en una batalla frontal contra el poder, que le recordaba su cercanísima amistad con McNamara, el principal implicado. La viabilidad misma del diario como empresa estaba en juego.
Su decisión fue apoyar al director Bradlee y a los reporteros que empujaban por publicar los documentos. Su apuesta por el periodismo es un hecho histórico. Sus consecuencias aún las vemos cada día en las páginas de The Washington Post.
Pueden tener razón quienes se quejan de que la película The Post minimiza el papel de The New York Times, desdeña el papel del filtrador Elsberg y modifica hechos históricos para favorecer un efecto dramático. Puede tener un toque muy hollywoodense y ciertamente carece de la sobriedad y realismo de Spotlight.
Pero que su tema central sea la relación entre los dueños de empresas periodísticas, los periodistas y el poder me parece que la hace imperdible. Especialmente en la era de la mentada posverdad, las fake news y de una generación de políticos en Estados Unidos, en México y en el mundo, que desprecian a la prensa y piensan que no está mal amenazar, amedrentar, calumniar y llamar a sus seguidores a linchar a los periodistas que les incomodan.
Se me antoja invitarles el boleto para que vayan a verla al cine López Obrador, Meade, Anaya, El Bronco, Margarita, todos.