Los ojos de la CIA
El martes en Washington no fue un buen día para el gobierno mexicano. Muy temprano, el presidente Donald Trump anunció el cese del secretario de Estado, Rex Tillerson, un aliado natural de Los Pinos, y cuya salida de Foggy Bottom provocó dos nombramientos en cascada. Mike Pompeo, el director de la CIA, fue nominado como el siguiente jefe de la diplomacia estadounidense, mientras que la directora adjunta de la Agencia, Gina Cheri Haspel, fue ascendida al mayor cargo en la inteligencia civil. Haspel, la primera mujer en ser directora de la CIA –de ser ratificada por el Senado–, tiene un palmarés distinguido, y está vinculada a una historia oscura donde estuvo cerca de ir a la cárcel junto con su superior, el exjefe de Estación de la CIA en México, José Rodríguez, a quienes sólo salvó que el trabajo clandestino que realizaron dio como resultado la ubicación y eliminación de Osama bin Laden.
Haspel llegó a la CIA en 1985, donde fue escalando posiciones rápidamente, desde jefa de Estación en Addis Abeba, en 1988, a 20 años después, jefa de Estación en Londres, una de las oficinas de la Agencia más importantes en el mundo. Tras un efímero periodo, regresó a Langley, el cuartel general del servicio de inteligencia en Virginia, en los suburbios de Washington, a donde acababa de llamar a Rodríguez, un puertorriqueño por nacimiento, a quien sacaron sus jefes abruptamente de México el 12 de septiembre de 2001. Un día antes se habían ejecutado los ataques terroristas en las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono. Lo necesitaban.
Rodríguez había sido una pieza fundamental de la CIA en la aplicación del Plan Colombia, firmado en 1999 por los presidentes Andrés Pastrana y Bill Clinton, que buscaba, oficialmente, promover el proceso de paz, combatir la industria del narcotráfico, revivir la economía y fortalecer “los pilares democráticos” de esa nación sudamericana. Detrás de ello, había una estrategia contrainsurgente y la sospecha que también las FARC, la longeva guerrilla colombiana, tenía relación con grupos terroristas del Medio Oriente. En Colombia fue él quien se encargó de la operación en campo del Plan Colombia, como jefe de Estación de la CIA en Bogotá, de donde fue trasladado a México en 1999. Eran los tiempos donde la CIA se había involucrado ampliamente en las operaciones contra los cárteles de la droga y vigilar que no establecieran relaciones con el terrorismo de Al Qaeda, Hamás o Hezbolá.
Tras el ataque terrorista en Estados Unidos, Rodríguez fue nombrado jefe de gabinete del Centro de Terrorismo de la CIA, y nombrado su director en 2002. Haspel trabajaba en un piso diferente al de Rodríguez en Langley, como directora adjunta del Servicio Clandestino, la oficina de los trucos sucios de la CIA, que tiene apenas el 10% del presupuesto, pero sobre el área que recaen todas las leyendas del espionaje. Tan pronto como Rodríguez estuvo al frente de la unidad antiterrorista, solicitó a Haspel como su adjunta, donde construyeron todo el andamiaje de interrogatorios reforzados –un eufemismo de tortura– y el programa de rendición, donde la CIA trabajaba con gobiernos aliados y enviaba a sospechosos de terrorismo a cárceles clandestinas en esas naciones para poder aplicarles todo tipo de métodos de interrogación, que en Estados Unidos hubieran sido ilegales.
Haspel participó activamente en el programa de rendiciones y estuvo a cargo de una prisión clandestina en Tailandia, en 2002, conocida como “El Ojo de Gato”, a donde llevaron a Abu Zubaydah tras ser detenido en Pakistán. El saudita fue sometido a torturas bajo la supervisión de Haspel, y se convirtió en uno de los casos emblemáticos de los abusos de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo. Nunca le fincaron acusación alguna y fue trasladado a Guantánamo, donde se encuentra recluido en el Campo 7, para “detenidos de alto valor”.
El método de interrogatorios reforzados generó una enorme polémica en Estados Unidos y demandas judiciales en Europa en contra de Haspel, que es una de las figuras centrales de un reporte de 528 páginas del Comité de Inteligencia del Senado, dado a conocer en 2014. Toda la documentación de la prisión clandestina en Tailandia fue destruida por Rodríguez y Haspel en 2005, que vivieron durante años en el umbral de ir a la cárcel en Estados Unidos. La victoria de la CIA en la eliminación de Bin Laden los reivindicó públicamente –no judicialmente–, pero internamente, los dos han sido ampliamente reconocidos por la comunidad de inteligencia, pues en los años más duros que vivieron, asumieron toda la responsabilidad. El Departamento de Justicia retiró todas las acusaciones en su contra.
Rodríguez se jubiló de la CIA, pero Haspel continuó escalando posiciones. El año pasado la nombraron directora adjunta del Servicio Nacional Clandestino, y el martes fue promovida por el presidente Trump a ser la jefa de la CIA. Su biografía la pinta como altamente eficiente y lo suficientemente dura para haber estado durante más de una década en las posiciones de trinchera más difíciles y peligrosas de la agencia. También generan un tipo de información secreta, de fuentes directas, que sirven para depurar y refinar las políticas de la Casa Blanca. En el caso de México, es una persona que parece hecha a la medida de Trump. Información en la cabeza, contactos y acceso a los secretos y la historia negra de México en las dos últimas décadas, frente a un gobierno al que hace buen tiempo le perdieron la confianza.