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SERPIENTES Y ESCALERAS

Tamaulipas o la tierra de nadie

 
 

Si Michoacán representa el fracaso total de la estrategia de seguridad federal de Peña Nieto —que es la misma de su antecesor panista Felipe Calderón—, Tamaulipas es la expresión más clara de un estado fallido, en el que ni la autoridad federal ni el gobierno estatal han podido —ni siquiera lo han intentado con voluntad y determinación clara— enfrentar y resolver la problemática de un narcoestado que lleva más de tres décadas dominado y controlado por organizaciones del narcotráfico. Los narcos en Tamaulipas no sólo definen y deciden la vida política, económica y social de la entidad, además, las constantes pugnas y reacomodos internos de sus muchos cárteles (tan antiguos como el narco en el país) mantienen en el miedo, la zozobra y la violencia cotidiana a amplias franjas del estado y a otras entidades del norte y Golfo de México.

El más reciente brote de la violencia cíclica y permanente en Tamaulipas, en la zona fronteriza, ya cobró la vida de al menos tres civiles, dos niñas y su madre que cayeron abatidas en su camioneta en un fuego cruzado entre sicarios y elementos de la Marina, en el que los marinos dispararon ráfagas de fuego desde un helicóptero. Y ha dejado también otras víctimas colaterales como un niño de dos años herido, una familia baleada en su camioneta, además de una emboscada contra elementos de la Armada en la que falleció un marino. Todo en las últimas 24 horas en medio de un operativo de fuerzas especiales de la Semar para capturar a Juan Gerardo Treviño, líder regional del Cártel del Noreste, una derivación de Los Zetas, y quién según las autoridades es sobrino de Miguel Ángel Treviño, El Z40, actualmente preso en Ciudad Juárez.

La muerte de civiles en los fuegos cruzados entre delincuentes y autoridades no es nuevo en Tamaulipas, pero anoche la Marina se deslindaba del asesinato de la madre y sus dos hijas, que viajaban en una camioneta cuando fueron alcanzados por los disparos cruzados que, en un primer momento se dijo, fueron disparados desde el aire por el helicóptero de la Armada. Anoche en un comunicado, la Semar aseguró que, según sus “investigaciones preliminares” las tres víctimas fallecieron a causa de “fuego cruzado a nivel de tierra y no desde el aire”, además de que las balas encontradas en el cuerpo de la mujer y las dos niñas “no corresponden al calibre que manejan las aeronaves de la Armada de México”.

En lo que se deslinda quién disparó las balas que mataron a esas nuevas víctimas inocentes —que se añaden a la larga lista de lo que Felipe Calderón llamó infortunadamente “los daños colaterales” de su violenta y fallida guerra contra el narco replicada este sexenio— lo que es un hecho es que el estado del noreste mexicano sigue encajando en la definición que alguna vez le oí a un alto mando de las Fuerzas Armadas cuando le pregunté por qué razón no había un operativo con toda la fuerza del Estado mexicano para rescatar de la tragedia y el abandono a Tamaulipas: “No hay nada que hacer —me dijo serio el general de cuatro estrellas— Tamaulipas es territorio perdido”.

Y ese es el tratamiento que desde hace décadas da la Federación a esta entidad en donde Juan N. Guerra fundara el Cártel del Golfo, primero con el contrabando de whisky en la frontera de Matamoros, allá por los años 30 y luego con el contrabando ilegal de mercancías para iniciar con el trasiego de marihuana uno de los imperios más grandes del narcotráfico que hoy se ha fragmentado y dividido en varias organizaciones violentas. Durante los 78 años que fue gobernado por el PRI, Tamaulipas se convirtió, junto con Sinaloa, en uno de los dos territorios dominantes del tráfico de drogas en México. Juan N. Guerra, Osiel Cárdenas, Ezequiel Cárdenas, Miguel Angel Treviño, son nombres de capos que extendieron y consolidaron los dominios de los cárteles tamaulipecos, primero del Golfo y luego su violenta derivación de Los Zetas y hoy Cártel del Noreste, y en esas casi ocho décadas se mezclaron con los políticos priístas y de otros partidos para tejer la red más sólida y evidente de narcopolítica local que opera en México.

No es casual que dos ex gobernadores priístas hoy estén sujetos a proceso y pendientes de extradición acusados de vínculos con los cárteles. Pero para desgracia de los tamaulipecos, tampoco la alternancia política les ayudó a mejorar su desesperada situación, y hoy año y medio después de la llegada al poder del primer gobernador del PAN, Francisco García Cabeza de Vaca, la situación no es mejor y por momentos empeora con el desorden y el caos que la nueva administración, apoyada por la Secretaría de Marina, ha traído al estado.

Tal vez la mejor descripción de lo que hoy pasa en Tamaulipas, con la violencia cíclica y repetida de fuegos cruzados, víctimas civiles inocentes y el terror permanente y constante de balaceras, bloqueos y caos en la frontera, es la que ayer hacía una usuaria de Twitter @LizzDelRey, oriunda del estado: “Solo diré que la situación en Nuevo Laredo Tamaulipas no es linda, siempre esta así y nunca dicen pinshes nada. Me cagan. #NuevoLaredo #Tamaulipas”.
 

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Ámbito: 
Nacional