Tampoco es nuevo que en su calidad de electores, a los ciudadanos les gustan ser engañados. Más aún, hay votantes que sufragan —por tal o cual partido o candidato— a sabiendas de que su preferido los engaña.
Incluso muchos ciudadanos tienen conciencia clara de que las propuestas de su respectivo candidato o partido son, en el mejor de los casos, irrealizables. Y existen extremos en los que —literalmente— cierran los ojos ante las evidencias de engaño. “Es un compló”, dicen, al tiempo que se niegan a ver, escuchar y entender.
Y una prueba la encontramos en el clásico de Fernando Savater: Los diez mandamientos del siglo XXI. Dice: “Nos quejamos de que los políticos mienten, pero en forma inconsciente les pedimos que lo hagan. Nunca los votaríamos si dijeran la verdad tal cual es… De modo que aquí hay una especie de paradoja: por un lado no queremos ser engañados por los políticos, pero a la vez exigimos que lo hagan, que nos engañen”.
En el México de hoy dos grandes mentirosos son candidatos: Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Anaya. Aún así, puntean en las encuestas, porque muchos ciudadanos aplauden el engaño y el autoengaño.
Y tampoco es novedoso que en la “chabacana” democracia electoral mexicana abundan los intelectuales y políticos que “pendejean” a todo el que no recurre a los clásicos del pragmatismo, la mentira y el engaño —a través de las biblias de Maquiavelo y Sun Tzu— para engatusar a votantes y ciudadanos en tiempos electorales.
Y el mejor ejemplo lo vimos hace semanas cuando Lorenzo Meyer, el reputado historiador e ideólogo de Andrés Manuel López Obrador justificó las mentiras del candidato presidencial de Morena y que ese partido se haya convertido en feo receptáculo de lo peor del “cascajo político”, porque si AMLO dice la verdad o es honesto será derrotado.
Es decir, el fin —que es el poder por el poder— justifica los medios —que son la mentira, el engaño, la trampa y la transa— y hasta se justifican alianzas con narcos y matarifes, a los que Morena regala candidaturas.
De esa manera, el proceso electoral presidencial que arrancará en horas se ha convertido en un grotesco circo de cuatro pistas, donde todos los partidos, sus políticos y candidatos son, además de culpables, los protagonistas. ¿Por qué?
Porque candidatos y partidos juegan el papel de magos, ilusionistas y prestidigitadores —si no es que payasos— capaces de ofrecer el más sorprendente truco para engañar —que es arte de la magia, el ilusionismo y la prestidigitación— al “respetable”.
Lo vergonzoso es que en ese circo, el ciudadano —en su calidad de votante— juega el papel de idiota. ¿Por qué?
Porque los electores mexicanos acudirán al circo de la contienda presidencial a sabiendas de que los magos de todos los partidos —los cuatro candidatos en contienda— estarán tratando de convencerlos de la menor o la mayor mentira de que son capaces para arrebatarles el voto.
Dicho de otro modo, cuando acudimos a un espectáculo de magia, ilusionismo o prestidigitación, todos sabemos que seremos testigos de la sublimación del engaño.
En mayor o menor medida, un mago, ilusionista o prestidigitador se ha preparado hasta la excelencia para engañar a nuestros sentidos: la vista, el oído… la razón y el corazón.
Y cuando algún ciudadano es llamado por el ilusionista a ser parte del truco, el ciudadano cuida su sortija, no quita la vista de sus joyas, pero no entiende que el truco está en despojarlo de la cartera.
¿Quién, de los cuatro candidatos que aparecen en la boleta, es el rey de la magia, la mentira, el engaño y es el maestro para despojar la cartera de la razón al votante, sin que elector se percate del robo?
La respuesta está en la honestidad de cada votante.
Queda claro que en la contienda electoral que viviremos en los próximos 90 días, tanto candidatos como partidos jugaran el papel del mago o del ilusionista capaz de engañar al espectador. Mostrarán hasta la náusea su capacidad para engañar, mentir y para que el truco sea perfecto.
A su vez, no pocos ciudadanos jugarán el papel del espectador idiota —sobre todo los que han sido atrapados por las cultura idiota de las redes y de las botargas a sueldo— porque creen que la información y la cultura están en las breves líneas de lo digital y de las redes.
Y en medio de la exaltación del momento, esos espectadores idiotas —que son muchos votantes— querrán descubrir el truco, la trampa, la mano negra, el engaño perfecto… sin darse cuenta que el mago —el candidato presidencial en el que creen ciegamente— ya les robó su voto.
Tiempo de magos y de idiotas.
Al tiempo.