Sin duda, asistimos al nacimiento de la cultura del debate, la confrontación de ideas, la exhibición de fortalezas y debilidades; del ataque al adversario, el esgrima en corto, el recurso de la memoria y la historia y, en suma, a una batalla por la percepción en la que todos echan mano de sus mejores armas y donde quedan exhibidas la mentira, el engaño, la transa y el cinismo
En los hechos, el primer debate presidencial mexicano se convirtió en mucho más que una fría cámara de televisión. La que vimos fue una cámara de rayos X, capaz de poner ante los ojos ciudadanos el material del que están hechos los aspirantes presidenciales.
Rayos X que igual dejaron ver las miserias que la virtud; el gusto por la mentira y el engaño frente a la honestidad; las aberraciones de lo imposible frente a lo probable y hasta las habilidades para el cinismo y el valemadrismo, propios de la política y los políticos.
Sí, la democracia mexicana entró a los debates presidenciales; etapa donde los moderadores también perdieron el miedo a preguntar y contener a políticos, cuya incontinencia oratoria es incapaz de coagularse en 30 o 60 segundos.
Pero hay un grave problema. ¿Y cuál es ese problema? Casi nada. Que ni los partidos, los candidatos y menos los ciudadanos parecen estar preparados para la cultura del debate. ¿Por qué?
Porque tanto partidos como coaliciones y candidatos creen que los ciudadanos son idiotas o que están ciegos y sordos. ¿Lo dudan? Van las pruebas:
1. A través de un video difundido en redes, un vapuleado López Obrador se dijo ganador del debate. “Nos fue muy bien”, señaló, tras asegurar que le hubiera gustado “responder las mentiras” de Ricardo Anaya, para luego dedicar una larga perorata para justificar su desastroza gestión al frente del DF.
Todo a pesar de que muchos vieron una aplastante derrota del dueño de Morena; vieron que poco respondió a las preguntas directas.
2. Por eso, al reanudar su proselitismo, Obrador volvió al engaño. Cuando, sin mostrar evidencia, dijo que luego del debate “subimos a 50 por ciento de la intención de voto” ¿Creerá Obrador que los ciuadanos son idiotas?
3. La misma noche del debaste, el candidato Ricardo Anaya celebró su victoria y aseguró que en la elección ya solo aparecen él y Obrador. Explicó que el debate sirvió para exhibir que Obrador no respondió a ningún señalamiento, a pesar de que en el debate el segundo candidato que menos respondió acusaciones directas fue, precisamente, Anaya.
4. El día de ayer, y también sin mostrar evidencia, la dirigencia del PRD señaló que Ricardo Anaya ganó el primer debate y que después de la segunda confrontación “encabezará las encuestas”.
5. Por su parte el candidato José Antonio Meade, de la coalición Todos por México, no se dijo ganador, pero sostuvo que en el debate “quedó claro quién tiene las mejores propuestas”. Por tanto, dijo que es claro “que la elección es una pelea entre dos”, López Obrador y Meade.
6.Margarita Zavala tampoco se declaró ganadora, pero sostuvo que ella fue la candidata que demostró “tener las ideas más claras”, en tanto que El Bronco de plano dijo que no fue el ganador, pero se reagrupará para cambiar de estratagema.
Pero en “la cancha de los ciudadanos” ocurrió lo mismo que en los partidos y los candidatos. Cada ciudadano vio el debate que quiso ver. Los anayistas dijeron que ganó Anaya, lo lopistas que ganó Lopez Obrador, los zavalistas aseguraron que ganó Margarita Zavala y los que simpatizan con Meade, que ganó “Pepe Toño”.
Lo cierto es que todos tienen razón. ¿Por qué? Porque los ciudadanos son (somos) incapaces de reconocer la victoria del otro, la razón del otro, el argumento y la virtud del adversario.
Igual que los candidatos y los partidos, los ciudadanos descalifican, insultan y agreden al que cree que ganó otro que no sea su propio candidato.
No entienden que la victoria o la derrota en un debate pasa por el color de la lente del partido o del candidato con el que se mire.
¿Cuál es el parámetro para medir un triunfo o una derrota?
Si lo vemos a través de la lente del más fajador, ganó Anaya. Si lo vemos por la congruencia y consistencia de las propuestas, ganó Meade; si lo vemos por el charcarrillo y la chacota, ganó El Bronco.
¿Queremos un presidente peleonero y fajador, como los habitantes de Chihuahua tienen un “peleador callejero” como gobernador? ¿O queremos al mejor servidor público que en décadas ha llegado a una candidatura presidencial?
Al tiempo.