49 días… ¡es la guerra!
A mes y medio de la votación que definirá una elección presidencial histórica, la intensidad se acerca al punto de ebullición en la polarizada contienda por el poder: mientras el puntero, Andrés Manuel López Obrador lucha por mantener la delantera encapsulando a su “yo” interno y manda enviados a tender puentes de “paz y diálogo” para evitar la guerra con los empresarios que no lo quieren; el segundo lugar, Ricardo Anaya, lanza una dudosa liana en forma de encuesta (GEA-ISA) que lo crece y le da el efecto óptico de acercamiento a la punta, que desde sus propios números internos se ve “a tiro de piedra”; en tanto, desde el tercer lugar, desesperado, José Antonio Meade les grita “pérame” y a golpe de becas, guarderías subsidios a la pobreza (2 millones más al Próspera) y hasta promesas de “salarios de mil 500 pesos a las jefas de familia” —que si él no fuera tecnócrata se llamarían “populismo”—, quiere alcanzar el urgido segundo lugar que lo resucite de entre los muertos o, en el peor de los casos, le ayude al PRI a frenar la caída en picada.
En el ambiente electoral enrarecido, irrumpen esta semana dos invitados no deseados: el presidente Peña Nieto, que en campaña olvida el grito visceral que lo llevó a Los Pinos —“¡Enrique, bombón, te quiero en mi colchón!”— y nos da lecciones de raciocinio electoral para “no votar con la víscera, sino con la razón”, y el fantasma de la guerra de encuestas, con sus sondeos a modo que buscan revertir las tendencias y la percepción mayoritaria de un candidato “invencible”, para preparar el terreno del escenario que buscan desesperadas las élites políticas, sociales y económicas que se resisten a un cambio que altere el statu quo: la competencia cerrada el día de los comicios.
AMLO: entre el amor y la guerra. Rumbo a la “aduana” política y fronteriza que será el segundo debate dentro de una semana en Tijuana, Andrés Manuel López Obrador sigue dominando la agenda de las campañas y lanza virajes tanto declarativos como políticos: en el tema del nuevo aeropuerto para la Ciudad de México, el tabasqueño dice que siempre sí podría aceptarlo donde ya se construye, pero que a cambio de dejarlo en Texcoco propone un modelo “concesionado” a los empresarios que se encarguen de su costosa terminación, operación y mantenimiento. Cuando desde Los Pinos le revira el vocero presidencial Eduardo Sánchez, hoy para efectos prácticos vocero de campaña, sobre la rentabilidad del aeropuerto, el candidato de Morena ya anda en otra cosa, y acepta el diálogo que sus asesores iniciaron con el grupo de empresarios que busca descarrillarlo, con el encuentro y la plática entre Alejandro Ramírez, presidente del Consejo Mexicano de Negocios —que pasa del “Así no” al “tal vez sí”— y el doctor Gerardo Esquivel, asesor económico externo de López Obrador, ocurrido el miércoles en un restaurante del sur de la CDMX.
“La política se hizo para evitar la guerra”, declara el autonombrado “Amlove y paz”, cuya bandera blanca parece haber dividido al combativo y poderoso grupo de “los 5”, pues mientras el dueño de Cinépolis se sienta a dialogar con el lopezobradorismo, el magnate minero, Germán Larrea, mueve sus tentáculos en el corrompido mundo de los juzgados laborales, para atizar una nueva sentencia en contra de su némesis, Napoleón Gómez Urrutia, cuya candidatura está próxima a ser discutida por los magistrados del Tribunal Electoral federal.
López Obrador sigue, a seis semanas de la elección, enfrascado de lleno en una doble lucha: la externa, por mantener una ventaja amplia en la intención del voto, que le evite el escenario más peligroso para su cuarta campaña, el de la elección cerrada entre el primero y el segundo lugar, que favorezca un rebase el día de los comicios —real u operado electoralmente—, y su lucha interna, por mantener agazapado, con la señal de “amor y paz”, al personaje real, el que monta en cólera y se descompone ante la crítica o la adversidad, ese que cuando mostró su rostro en 2006, le costó tanto como su llegada a Los Pinos.
Anaya, contra el mito del “invencible” Y si el puntero aprieta el paso justo a la mitad de las campañas, el segundo lugar, Ricardo Anaya Cortés, también tiene una doble urgencia: meter el acelerador de una candidatura y un candidato que —reconocen en corto sus propios compañeros— “nomás no acaba de explotar”, al mismo tiempo que tiene que evitar el exceso de confianza y mantenerse un ojo en el espejo retrovisor para que no lo vaya a rebasar por la derecha el aferrado candidato oficial que, con el presidente Peña al volante y sonando el claxon al grito de “no voten con la víscera”, vienen forzando el motor de un destartalado pero reparado tráiler priísta, que sólo espera una bajada o una curva en barranca, para aventarle la maquinaria al chico maravilla al que disfrutarían ver caer al precipicio.
Anaya teje alianzas que se le habían dificultado al interior del PAN por la animadversión que generó su candidatura autoimpuesta, y esta semana por fin sumó a su campaña a gobernadores como su paisano rebelde de Querétaro, Francisco Domínguez, u otros que andaban indecisos y tentados por el gobierno como José Rosas, de Durango, o Carlos Mendoza Davis de Baja California Sur, al mismo tiempo él y su equipo operan fino y arrecian los mensajes, incluidas presiones de empresarios al ex presidente Felipe Calderón, para que Margarita Zavala acepte declinar y sumarse con sus 5 puntos a la campaña de la alianza Por México al Frente.
Al mismo tiempo que opera para salvar a su “coordinador de gobiernos de coalición” y manda a su súper asesor Santiago Creel a cabildear con los magistrados electorales en favor de Miguel Angel Mancera, ante las versiones que ven en peligro la candidatura del ex jefe de Gobierno que se define la próxima semana, Ricardo Anaya lanza una estrategia de percepción y desempolva a la encuestadora GEA-ISA —la misma que se desgastó tras su grave error de anunciar un triunfo de Peña Nieto “con 18 puntos” la noche del 1 de julio de 2012— con una encuesta que lo pone a sólo 5 puntos de distancia del primer lugar, con 24 puntos para él y 29 para López Obrador, pero que también lo coloca a sólo 4 puntos de los 20 que le da al priístas Meade. “Hemos roto el mito del candidato invencible. No sólo vamos a alcanzar a López Obrador, sino que le vamos a ganar”, grita en un mitin del candidato, el dirigente nacional, Damián Zepeda, mientras que los panistas afirman que en su tracking diario ya están “a 7 puntos” del tabasqueño.
Meade, “pérenme” que “ya me acorde” Desde un tercer lugar al que no se resigna, el candidato del PRI y del gobierno, José Antonio Meade, tuvo una semana de “relanzamiento” de su campaña en el que sus apoyadores y colaboradores lo vieron “resurgir y reinventarse”, mientras sus detractores se burlaban de su desmemoria y lo seguían viendo en apuros. Lo que es un hecho es que en el ánimo del priísmo y de su candidato se notó esta semana un nuevo tono y un impulso que, al menos, les devolvió los signos vitales y, defendiéndose con “pérames” de feroces entrevistas y con promesas populistas, revestidas de cálculos tecnocráticos, le imprimieron al candidato oficial un ritmo que hasta ahora no había podido mostrar y con el que busca romper su estancamiento en las encuestas.
La destartalada y dividida maquinaria priísta, con las primeras reparaciones y parches del avezado mecánico electoral que es el guerrerense René Juárez, comenzó a echar humo y a rodar aún a paso lento, en espera de que le llegue el combustible presupuestal con el que suele rodar por los caminos comiciales. Y dentro, en la cabina, el candidato Meade y su joven co-conductor, Aurelio Nuño, intentan acelerar y mandan mensajes a Los Pinos para que el presidente Peña se suba al tráiler del PRI y, con claxonazos como el del “voto razonado y no visceral”, acepte hacer campaña en favor de su candidato.
La semana que viene veremos intensificarse el “relanzamiento” de Meade, con miras a que en el segundo debate la desmemoria editorial no le gane y que no se le atraviese ningún amigo incómodo como líder sindical o ninguna dudosa honestidad presidencial. El PRI viene con todo y su aparato gubernamental en un intento nada fácil de brincar al segundo lugar en las encuestas o, si no le alcanza el impulso por la pesada loza del rechazo y la creciente bilis de la víscera popular contra gasolinazos, inseguridad y corrupción, al menos de aumentar su votación nacional y no desdibujarse ni en el Congreso federal ni en los estados.
Está claro, pues, que para efectos prácticos, la contienda presidencial se recrudece, se enrarece y puede aumentar su incertidumbre rumbo a la segunda mitad de las campañas.