¿Qué pasará en México entre julio y noviembre?
Terminarán así, muchos, muchos meses efectivos de un proceso electoral desgastante, polarizante y decepcionante en muchos sentidos.
En 11 días, sin incluir el de hoy, estaremos depositando en las urnas nuestros votos, que van a definir el destino del país en los próximos años.
Por esta razón, se respira una extraña sensación de fin de ciclo.
Pareciera que estamos a punto de terminar toda una etapa y a punto de iniciar otra.
Con el pequeño detalle de que, tras el día de las elecciones, a esta administración le quedarán todavía casi cinco meses de su periodo.
En Estados Unidos, las elecciones fueron el 8 de noviembre, y sólo dos meses y 12 días después estaba tomando posesión del gobierno.
En Colombia, Iván Duque ganó las elecciones el pasado domingo 17 de junio y tomará posesión del gobierno de Colombia el próximo 7 de agosto, 1 mes y 21 días después de haber ganado.
En general, los ganadores de las elecciones toman posesión de sus cargos unas cuantas semanas después de haber ganado las elecciones.
En México tenemos una larguísima transición.
Cuando hay continuidad entre gobiernos, quizás ese periodo es menos sensible.
Pero, cuando –como es probable en este julio– llega un gobierno que tiene una visión diferente al que sale, hay el riesgo de que tengamos un periodo muy complicado.
A partir del 2 de julio, aunque nada cambie formalmente, los balances de poder en el país habrán cambiado sensiblemente.
El gobierno en funciones verá reducidos notoriamente sus grados de libertad.
Y el ganador de las elecciones presidenciales, –quien sea– aunque no tenga aún ningún cargo formal, será un poder real que tendrá que tomarse en cuenta en todo tipo de decisiones.
Cuando, como también es factible, cambie la composición del Congreso, las cosas empezarán a ser diferentes a partir del 1 de septiembre, dos meses después de la elección y tres antes del cambio de gobierno.
Viviremos un largo periodo de ambigüedades, en el que ya no manda del todo el que está, pero todavía no toma el control el que llega.
El caso más conflictivo de esta larga transición fue el vivimos en 1994, aun y cuando los dos gobiernos eran del mismo partido.
El problema fue que los equipos del presidente saliente, Salinas, y del que llegaba, Zedillo, no acabaron de ponerse de acuerdo.
Y, en la discrepancia de perspectivas, acentuada por diferencias personales, se generó una situación que llevó al país a la más grave crisis económica de las últimas décadas.
Es probable que esa crisis no hubiera sido evitable aun con las mejores relaciones entre los equipos, pero seguro que no hubiera sido tan dolorosa como la que vivimos.
Tan claro es el riesgo de la larga transición, que para 2024, la toma de posesión del presidente será el 1 de octubre, de acuerdo con la reforma ya aprobada.
Hoy, quizás, más que enfrentar el riesgo de elecciones conflictivas como en el pasado, enfrentemos el riesgo de una transición conflictiva, por equipos que quizás van a hablar ‘dos idiomas diferentes’ y que tendrán que convivir por cinco laaargos meses.
Esperemos que gane la cordura.