Andrés Trump
Parece que hace falta que un periódico extranjero lo señale de manera contundente para que le demos el golpe en México.
El diario The Washington Post dedicó su editorial institucional —el que firma el Consejo Editorial— a hablar de Andrés Manuel López Obrador. En su edición impresa lo tituló: El peligro del Trump mexicano. En la edición digital apareció como: El posible presidente mexicano es muy parecido a Trump. Eso no quiere decir que se llevarían bien.
Arranca retratando las similitudes: dice representar al pueblo bueno contra la mafia del poder, dice que sólo él puede acabar con la corrupción, desprecia las instituciones democráticas, se queja de fraudes electorales sin evidencia, promete deshacer el legado de su antecesor.
Es verdad que Donald Trump y López Obrador tienen orígenes muy distintos. El estadounidense viene de una familia multimillonaria y su carrera ha estado llena de superficialidades y excentricidades. Su irrespeto y falta de educación se exhiben en cada aparición pública. No es el caso de López Obrador, de cuna modesta, profesional de la política, educado e interesado por la lectura.
Pero en lo demás parecen un espejo. El diario estadounidense se quedó corto:
Antes de que Trump se apropiara del término, López Obrador ya se había acreditado en México como el rey de las fake news, las noticias falsas. Frente a cifras oficiales y de organismos autónomos, el tabasqueño tiene sus números, cuyas fuentes no revela, pero considera incontrovertibles. Inegi, OCDE, Banco de México, quien sea. Frente a las encuestas, cuando no le favorecen, lo mismo.
Como Trump, acusa a sus adversarios de cualquier cosa sin presentar pruebas. Y como Trump, a los argumentos opone condenas morales.
Como el presidente estadounidense, López Obrador no resiste la crítica, sino que la contesta agresiva y abiertamente atacando y descalificando a intelectuales y periodistas que se atreven a cuestionarlo. Lo hace en sus discursos, en sus redes sociales y, sobre todo, azuzando a sus hordas de defensores.
Trump ofreció “limpiar el pantano”, en referencia a la corrupción y los intereses económicos de los políticos en Washington, y no tuvo empacho en llamar corrupta a su oponente demócrata Hillary Clinton. Pero cada vez que se revela una conducta deshonesta, un conflicto de interés o un abuso de alguno de sus colaboradores, lo defiende con vehemencia y lo llama perseguido injustamente.
López Obrador ha fincado su carrera política en la denuncia de la corrupción. Pero cada vez que se hace pública una conducta deshonesta, un conflicto de interés o un abuso de alguno de sus colaboradores, lo defiende con vehemencia y lo llama víctima de infamias.
Cuando investigan su actuar, Trump recurre a decirse objeto de una cacería de brujas. Andrés Manuel se presenta como blanco de un complot.
A los dos les incomodan los contrapesos de la democracia, les gusta el presidencialismo fuerte, de autoridad, y ambos están obsesionados con su propia grandeza histórica: Trump con frecuencia expresa su visión de sí mismo como el mejor presidente que haya tenido su país. López Obrador no oculta su deseo de ocupar un lugar junto a los cuatro líderes mexicanos que considera los más grandes de la historia: Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas.
El futuro que prometen los dos es regresar a un pasado que ellos consideran glorioso. Ambos creen en un mundo en que la globalización es evitable.
Para ambos, la crítica es ataque —financiado inmoralmente por sus oponentes—, el señalamiento de errores es agravio personal, el desacuerdo con sus ideas es conspiración y defecto moral. Y ambos sustentan su liderazgo en la polarización, la victimización y el deseo de cobrar los abusos de los enemigos impuros.
La paradoja es que, con ambos en el poder, es posible que la imagen que vean del enemigo a destruir sea la que les devuelva el espejo.