¿Quiénes le pusieron la mesa a AMLO?
He sostenido la tesis, porque así lo creo en función de los datos disponibles, que el más probable ganador de la elección presidencial es Andrés Manuel López Obrador.
El arroz no se ha cocido. Esto ocurre hasta el día de la elección. Nunca se gana antes.
Las encuestas nos permiten calcular probabilidades en función del entorno que hoy existe. Y eso es lo que podemos afirmar. Nada menos, pero nada más.
Con los mismos elementos, también se puede afirmar que el probable –no seguro– triunfo de AMLO en la elección presidencial, no era algo que necesariamente tenía que suceder.
En los careos realizados por El Financiero en octubre de 2017, AMLO obtenía el 34 por ciento de los votos efectivos, mientras el candidato del PRI se llevaba el 28 por ciento.
Mención aparte requiere el dato de que, si la candidata del PAN entonces hubiera sido Margarita Zavala y no Ricardo Anaya, AMLO tendría el 32 y Zavala el 31 por ciento.
Es decir, antes de que arrancaran las campañas y hubiera candidatos definidos de las diversas fuerzas políticas, aunque AMLO ya encabezaba las encuestas, había una competencia intensa que parecía anticipar una votación a tercios.
¿Por qué entonces las cosas cambiaron al grado de que los estudios de opinión le dan ahora en promedio 20 puntos de ventaja a AMLO?
Porque en lugar de subir, las intenciones de voto por los candidatos del PRI y del PAN se fueron para abajo.
En el caso del PAN, el triunfo de Ricardo Anaya fue a costa de golpear a grupos panistas. Pero, además, la alianza con el PRD y con Movimiento Ciudadano, trajo a su candidatura presidencial escasos respaldos y en contraste, perdió apoyos del panismo tradicional, que, en octubre del año pasado, por ejemplo, todavía le daba amplio respaldo a Margarita Zavala.
¿Qué hubiera pasado si Margarita hubiera sido la candidata del PAN sin haber hecho alianza con el PRD y MC? Nadie sabe a ciencia cierta, pero las cifras dicen que quizás las intenciones de voto hoy serían muy diferentes.
Lo que pasó adentro del PAN le abrió la cancha a AMLO.
No fue lo único.
La designación de José Antonio Meade, un no priista, como candidato del PRI, suponía que el presidente de la República y el partido, le ofrecerían respaldo pleno. Y él buscaría el apoyo de electores no priistas.
La realidad es que el aparato priista no respondió a las expectativas. No hubo el respaldo que se suponía, y Meade, en lugar de buscar los votos no priistas, tuvo que concentrar su campaña en rescatar por lo menos a los del PRI.
Pero, además, buena parte de la campaña de Anaya y Meade, se concentró en golpearse mutuamente.
El resultado es que los dos perdieron. Independientemente de quién tenía la razón, hubo un desgaste en su imagen, que acabó beneficiando a AMLO.
Quizás, en el arranque de las campañas reales, por allá en octubre o noviembre, AMLO tenía ventaja derivada de los muchos meses de trabajo que llevaba.
En este año, la ventaja que consolidó derivó tanto de su campaña, en la que evitó los errores cometidos en 2006, como –sobre todo– de los saldos negativos de las campañas de sus adversarios.
Alguna vez habrá de escribirse la historia de cómo se tomaron las decisiones que acabaron catapultando la intención de voto de López Obrador, y convirtieron lo que se presumía como una contienda cerrada entre tres, en una, con un puntero que tomó amplia distancia.