Uno de tres
1. Ricardo Anaya llega a la elección con dos partidos destrozados y otro (MC) que mira el reloj para correr a los brazos de Morena si no ganan el domingo.
Para alcanzar la candidatura presidencial Anaya rompió al PAN, que era el partido natural para imponerse el domingo, ante las alternativas de un PRI desgastado y la opción populista de López Obrador.
No fue así por la avidez de Anaya de hacerse de la candidatura presidencial con métodos nunca antes vistos en Acción Nacional, y con la incómoda compañía de un PRD en los huesos.
Anaya no tiene preparación para ser presidente de la República. Le faltó darse tiempo y brega para madurar. Se precipitó.
Se equivocó de contendiente, pues apuntó sus baterías contra Peña Nieto –su aliado en las reformas– y no contra López Obrador, el adversario real.
Jamás se quitó el golpe de la nave industrial que compró en siete millones de pesos y la vendió en 54, en una operación de lavado de dinero de un señor Barreiro.
En su favor tiene que mucha gente que no quiere que llegue López Obrador a Palacio Nacional, va a votar por él, porque el enojo contra el PRI y su gobierno son profundos.
Va a capitalizar el voto del enojo que está consciente de que votar por López Obrador sería lanzar a México al precipicio.
2. José Antonio Meade fue a la guerra como Mambrú: sin fusil y sin bandera.
No era priista y se lanzó por ese partido cuando sus asesores, y quien lo puso, creyeron que podían prescindir de la estructura del tricolor y se equivocaron.
Llega a la elección con la carga de la baja aceptación de Enrique Peña Nieto, quien no se preocupó por ser un presidente cercano a la gente. Desdeñó la popularidad al no escuchar el clamor de la ciudadanía para remover a funcionarios federales y a gobernadores priistas (claro que se podía, sin violar la ley) antes de que estallaran los monumentales escándalos de corrupción en que se embarcaron.
El Presidente no le tendió la mano, físicamente, a los sectores pobres del país, cosa que sí supo hacer el principal rival de Peña: López Obrador. Nunca se preocupó por ganarle pueblo a su adversario y creyó que con tres meses de campaña haría ganar a su candidato, sea éste popular o no.
Del lado positivo, es claro que Meade es el más preparado de los tres y podría conducir al país en estos tiempos de tormenta mundial que ya tenemos encima, sin que paguemos graves consecuencias por impericia del gobernante.
Su honradez personal y estilo de vida alejado de apariencias y frivolidades, se traducirían en una presidencia austera, un gobierno honrado y seriedad en la conducción del país.
Meade posee un intangible que es básico para gobernar en tiempos de crisis global y enormes problemas nacionales: madurez emocional. No haría locuras.
3. Andrés Manuel López Obrador es el candidato populista que promete todo (hasta el amor) y al no poder cumplir se corre el riesgo de que la emprenda contra las instituciones.
No sabe de economía, ni conoce ni entiende al mundo.
Los presidentes de los dos principales partidos que lo postulan como candidato presidencial son abiertamente promotores de la revolución Bolivariana de Venezuela, y del llamado “socialismo del siglo XXI”.
Encarna la regresión a prácticas proteccionistas, economía cerrada, control de precios, estado omnipresente que tiene a los emprendedores como adversarios.
Por el lado político es el candidato de la polarización social y el encono entre mexicanos: los buenos contra los malos. El pueblo contra los mafiosos.
Todo lo anterior puede estallar si no puede con la inseguridad y con la economía, materias que desconoce y buscará culpables de que sus planes no salgan como los tiene en mente.
Del lado positivo es destacable su perseverancia y que, a pesar de sus problemas de salud –doble infarto, columna dañada–, nunca haya perdido de vista su objetivo de ganarse al pueblo, al que le tendió la mano de manera física. Eso tiene un mérito y una recompensa electoral.
Va a capitalizar el enojo contra el gobierno. Un enojo que en parte se ganó esta administración, pero al que todos de alguna manera contribuimos al denostar y hacer escarnio de cuanto viniera de Los Pinos.
De los tres hay que elegir a uno para que haga frente, por seis años, a los problemas que enfrenta México: inseguridad, crecimiento económico, malestar por la corrupción, Trump e inestabilidad mundial.