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USO DE RAZÓN

El nuevo presidente, ¿podrá quedar bien con todos?

Buenas noticias y sobre todo tranquilizadoras.

Si en la Presidencia no se comporta de la manera irresponsable con que lo hizo como líder opositor a todos los cambios que hoy apoya, será un gran avance.

Falta que tome el timón, pero los primeros signos son positivos.

El López Obrador que vimos ayer en Palacio tiene un discurso muy diferente al que le caracterizó como opositor y como candidato presidencial en dos elecciones previas.

Manifestó –lo mismo que en la noche del domingo–, su compromiso con las políticas macroeconómicas.

Finanzas sanas, inflación controlada, libre flotación del tipo de cambio, no gastar más de lo que se tiene y pleno respeto a la autonomía del Banco Central.

No habrá cambios fiscales (por lo que la reforma a la que se opuso estaba bien).

Hasta la reforma energética sobrevive, pues dijo que revisará que todo se haya hecho con apego a la ley. Excelente. No habla de cambiar la ley.

Todo aquello que se dijo –falsamente– que venía impuesto por el “consenso de Washington”, resulta que estaba bien, que se va a seguir al pie de la letra, pues tampoco habló de revertir privatizaciones.

Más aún: expresó su respaldo al Tratado de Libre Comercio y le dio un espaldarazo a los actuales negociadores que intentan sostener el acuerdo firmado en 1993.

Se trata de señales positivas, luego de haber dicho durante años que quienes negociaron y firmaron el TLC eran traidores a la patria porque se entregaron a Estados Unidos.

Ensalzó a Peña Nieto como un demócrata. Da gusto que también ahí haya cambiado de opinión y coincidir con él.

Ojalá que cuando llegue a la Presidencia se le pueda criticar duramente, como a Peña en su sexenio (a quien se le ha dicho traidor y mentiroso), sin sufrir represalias laborales ni el acoso de golpeadores organizados en redes sociales.

López Obrador dijo en Palacio Nacional que vendrían cambios radicales, que no había que asustarse, aunque por lo expresado ayer y la noche del domingo estos sólo se refieren a cuestiones de forma y no de fondo.

La lucha contra la corrupción en el sector público es un anhelo que comparte la inmensa mayoría de los mexicanos, para lo cual contará con un fuerte apoyo.

Es difícil de creer, dados los personajes que le acompañan sobre todo en los puestos de elección popular. Sin embargo somos los que somos y alguien tenía que tomar esa bandera y mientras vaya en esa dirección tendrá el respaldo de propios y extraños.

Atacar la corrupción no implica un cambio de modelo, pues lo mismo existe en el capitalismo que en el socialismo. Simplemente es una necesidad en cualquier tipo de sociedad y en cualquier época.

Por lo visto y oído entre el domingo y ayer, ninguno de los cambios que ha adelantado son preocupantes y atañen más al estilo personal de gobernar que a un cambio radical en el rumbo tomado desde 1982.

Su añoranza –explícita en discursos y entrevistas– de las épocas previas a Miguel de la Madrid, se esfumó y no hay ninguna referencia a los años del estatismo de la docena trágica.

No va a usar el avión presidencial.

No se trasladará en helicóptero.

No tendrá a disposición de la Presidencia al Estado Mayor.

Seguramente se bajarán el sueldo. Habrá restricción al uso de vehículos y teléfonos celulares. Menos secretarias y secretarios particulares.

Hasta ahí, los cambios anunciados son cuestión de estilos.

Tendremos una política social activa, aunque falta saber de dónde van a sacar el dinero para sostenerla sin comprometer las finanzas públicas sanas de las cuales habla el candidato triunfante.

Si para eso luchó 18 años, ya llegó donde quería y ahora le toca cumplir con las expectativas generadas.

Eso sí, buena parte de su electorado le pedirá cambios de fondo y, sobre todo, un cambio de modelo. Ya no habla de eso.

La pregunta final, ante este panorama, es si va a poder quedar bien con todos.

Ámbito: 
Nacional