No estigmatizar las consultas
En otro tiempo y en otro contexto, que un gobierno propusiera realizar una consulta popular respecto a un gran proyecto de infraestructura, hubiera sido aplaudido y reconocido como un gran logro democrático.
En la circunstancia actual, el que López Obrador proponga una consulta vinculante respecto al tema del aeropuerto, es objeto de crítica... y sobre todo de burla.
En redes sociales, aparecieron todo tipo de ironías, como usuarios que pedían asesoría especializada en aeronáutica y geología para poder tomar una decisión informada.
En este caso, pareciera que, de golpe, muchos en la sociedad quisieron eludir cualquier responsabilidad y dejar en “los técnicos”, la decisión de la localización del aeropuerto.
Construir una nueva terminal aérea no es una ecuación algebraica. No admite una solución única.
Se trata de una determinación que involucra múltiples aspectos de todo orden: geológicos, ambientales, sociales, aeronáuticos, financieros.
En una decisión así, diversas naciones desarrolladas involucran, de una u otra manera, a la ciudadanía porque las opciones no son entre blanco y negro.
No sé si sea correcto o no, pero Emmanuel Macron, el presidente francés, decidió este año no construir el aeropuerto de Notre-Dame-les-Landes, en el noroeste de Francia, por los reclamos de los ambientalistas.
Quizás Macron se equivoque, pero realizar consultas sobre grandes proyectos de infraestructura no es signo de subdesarrollo, como muchos están opinando, sino al revés.
Dicen que la burra no era arisca... . Resulta que, durante su gestión en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, AMLO realizó varias consultas.
Por ejemplo, en diciembre de 2002, realizó una consulta telefónica sobre revocación de mandato.
En ella, obtuvo el 95.3 por ciento de aprobación para seguir en el cargo y sólo el 4.7 por ciento de rechazo.
Fueron 659 mil llamadas a favor, que sólo fueron equivalentes al 10.5 por ciento de la lista nominal de electores.
En su gestión en el entonces DF, AMLO desacreditó las consultas, por su muy baja participación y una confección sesgada de preguntas que inducía las respuestas.
Imagine que la consulta formula una pregunta que dice:
“¿Quiere usted que se haga el nuevo aeropuerto en un lugar en el que los grandes grupos empresariales están haciendo enormes negocios o en otro lugar en el que se gastará menos y se tendrá un aeropuerto más funcional?”.
Imagine cuál sería la respuesta de la gente a este cuestionamiento.
Las sociedades maduras cuestionan a la tecnocracia.
Un experto en aeronáutica podrá tener un juicio; otro en suelos, uno diferente; uno en medio ambiente, otro más; y un economista, uno diferente.
Y, pueden ser contradictorios.
En el fondo, es positivo que un gobierno asuma que no siempre la tecnocracia tiene la razón y que tiene que consultar.
No se trata de eludir responsabilidades ni conocimiento especializado.
Pero el estigmatizar la consulta sobre el aeropuerto ha conducido a una posición de sometimiento a la tecnocracia.
“Es que ya se ha analizado por muchos años”. “Los especialistas ya definieron”.
¿Y entonces por qué la localización cambió con los sexenios? ¿Por qué hoy Texcoco y años atrás Atenco?
Ni el populismo de un inexistente “pueblo sabio”, ni el sometimiento a una tecnocracia que dice no equivocarse.
¿Podremos tener ese equilibrio?