60 kilómetros sin ley
A bordo de un tractocamión Freightliner, Ángel Martínez avanza “a velocidad de crucero” por la carretera Puebla-Orizaba. Una camioneta blanca lo rebasa, se le coloca enfrente y comienza a disminuir la velocidad.
Al mismo tiempo, un auto oscuro se le empareja. Desde ese auto le dirigen la luz potente de una lámpara. “Pensé que era la Policía Federal”, relató más tarde.
Al observar con mayor atención, descubrió que le estaban apuntando “con un arma larga con linterna”.
La camioneta blanca, mientras tanto, había reducido la velocidad al mínimo. El camino, a esa hora, estaba solo y oscuro. Ángel Martínez se detuvo.
Dos hombres con armas largas descendieron del automóvil y le golpearon la puerta para que abriera. Él decidió abrirla y agachó la cabeza frente al volante. Algunas veces, los choferes que conducen de noche por esa carretera se reúnen en convoy. Pero aquella noche Ángel iba solo.
Los hombres subieron, cada uno por una portezuela, y le preguntaron al chofer qué era lo que llevaba. Él dijo que no sabía. “Son puras cajas cerradas”.
Le ordenaron que se pasara a la cabina, le quitaron su cartera y su celular, le dijeron que el problema no era con él. Uno de ellos echó a andar la unidad. El otro revisó los papeles de la carga. La camioneta y el automóvil oscuro los siguieron a distancia.
En un momento determinado, el que iba manejando le ordenó: “Agarra tu chamarra y tu cobija porque donde te vamos a dejar hace mucho frío. Si quieres, llévate también tus cigarros”.
El tractocamión se detuvo. Los asaltantes obligaron a Ángel a descender, lo acostaron boca abajo en la batea de la camioneta blanca, y lo taparon con su propia cobija.
Sintió que se introducían más adelante en un camino de terracería. Cuando nuevamente le hicieron descender, le dijeron: “Camina sin voltear hacia esas luces. Ahí está la carretera”.
El asalto ocurrió en el tramo carretero Acatzingo-Maltrata, en una zona de no más de 60 kilómetros, en la que los robos a vehículos de carga son cosa de todos los días.
En los últimos ocho meses, una sola empresa ha sufrido once asaltos en dicho tramo, la mayor parte de estos con violencia, y sobre todo en los meses de diciembre, mayo y junio.
Los reportes son elocuentes: en mayo pasado, la misma empresa sufrió tres robos en los kilómetros 170 y 171 de la carretera Puebla-Orizaba.
Aunque 60 kilómetros no parecen un tramo difícil de cubrir, los robos se han disparado en esa zona de manera espectacular. Hay datos de la Asociación Nacional de Empresas de Rastreo y Protección Vehicular, ANERPU, que hablan de un aumento de 116% en menos de dos años.
En 2014 se registraron 568 denuncias por robo a autotransporte. En 2015 la cifra subió a 986. En 2016 se registraron 1,590 casos. Solo en la primera mitad de 2017 habían ocurrido 1,055 asaltos. El 90 por ciento de estos con violencia: en no pocas ocasiones los eventos terminan con la muerte del conductor o de los guardias de seguridad que escoltan los vehículos.
Los camiones suelen ser localizados completamente vacíos. Algunas veces aparecen con una parte de la carga, la que los asaltantes despreciaron o no se pudieron llevar. Pero muchas veces las unidades no vuelven a ser localizadas: se presume que son empleadas para cometer diversos ilícitos.
Algunos choferes creen que es desde las casetas de peaje donde se avisa a los asaltantes del paso de tractocamiones cargados.
Algunas empresas han dejado de viajar de noche. Pero para otras es imposible hacerlo.
Las denuncias se acumulan, las carpetas de investigación se abren. Pero en la Puebla-Orizaba los robos siguen siendo cosa de todos los días. ¿Viajar en convoy es la salida?
Los afectados dicen que algunas veces ni siquiera este recurso detiene a los nuevos salteadores de caminos. En junio pasado, a las 23:17, Hugo Salazar viajaba en caravana detrás de un Freightliner. En uno de los tramos —Cuacnopalan— se percató de que al chofer que iba a delante se le acababa de cerrar una camioneta negra, a la que acompañaba un Platina blanco. Escuchó que a su compañero le hacían disparos para que se detuviera. Vi cómo este se detenía y comprendió que no había nada, absolutamente nada qué hacer. Así que siguió de largo.
Desde luego, de inmediato reportó a la Policía Federal y avisó a su supervisor.
Entonces sucedió lo increíble. Más adelante comenzaron a seguirlo una camioneta y un Jetta Negro. Todo en un tramo de 60 kilómetros.
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