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DIME DE QUÉ PRESUMES…

 

Carente de la energía y férrea voluntad para gobernar que caracterizó a don Ernesto P. Uruchurtu. Sin el carisma y visión propios del profesor Carlos Hank González o la inteligencia de Manuel Camacho Solís; privado del oficio político de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, o del idealismo y entrega social de Andrés Manuel López Obrador; falto de la astucia de su predecesor Marcelo Ebrard Casaubón, el actual Jefe de Gobierno de la llamada ahora Ciudad de México ha levantado la mano y ha dicho SÍ, a la posible nominación del partido del que emergió para ser un posible candidato presidencial.

Verdaderamente que los tiempos y circunstancias políticas son cambiantes. Ahora, más que la capacidad, la mediocridad es el premio y la exaltación de la ineptitud rampante de una gran parte de la clase gobernante del país la que se convierte en un ingrediente para aspirar a la mayor responsabilidad de esta nación.

La Muy Noble y Muy Leal, Insigne e Imperial Ciudad de México —Carlos V dixit— ha tenido grandes, medianos, malos y pésimos gobernantes, pero el actual don Miguel Mancera, brilla por la mediocridad del gobierno que en lo formal y legal encabeza pero en la realidad, quién sabe si realmente sea quien verdaderamente mande y decida.

La corrupción y venalidad en las esferas gubernamentales es rampante, el atraso administrativo opera a todas luces y una de las urbes más grandes del planeta vive suspendida en alfileres. Impreparada para una contingencia de mayúsculas proporciones, con altos niveles de inseguridad, infraestructura vial insuficiente, el peligro latente de inundaciones por saturación de las redes de drenaje, la basura, la disminución de la calidad en los servicios públicos, así como una política de obra pública bastante discutible, errática, son signos indubitables de la ineficacia gubernamental que se demuestra con eventos como la evasión reciente de peligrosos reos, la incapacidad política para contener los paros, manifestaciones y otros medios de protesta social que cada vez se muestran incontenibles, hacen de la otrora Región más transparente, un sitio inhóspito donde la calidad de vida es cada vez menor y se sufre el efecto de la  enajenación social con mayor intensidad.

Hace cuatro décadas el maestro Humberto Mosconi, en aquel entonces asesor del Oficial Mayor —del también entonces— Departamento del Distrito Federal, comentaba que la ciudad de México había dejado de ser un lugar para los peatones y que por las distancias, así como el crecimiento acelerado tendría que pensarse en convertirla en una urbe de vehículos automotores y de un transporte público cada vez más amplio y eficiente que pudiese satisfacer la demanda diaria provocada por la creciente movilidad de las personas para sus distintas actividades en horarios determinados.

En aquel entonces, el Instituto de Matemáticas de la UNAM había formulado estudios sobre la conveniencia de crear infraestructura vial, así como ampliar las líneas del metro y cosa impactante, volver a usar los tranvías eléctricos como mecanismo para evitar la contaminación del aire por el servicio público de transporte de pasajeros con automotores.

Hoy la realidad es tan distinta a lo planeado en la época referida. Claro, fue mejor crear las redes del metrobus con ideas de Moscú a base de automotores o bien que la ciudadanía pague la costosa reparación y rehechura de la Linea 12 del Metro inaugurada con bombo y platillo, pero inservible y costosa.

Hoy Marcelo Ebrard Casaubón vive su dorado exilio en París. Los ciudadanos han tenido que pagar los platos rotos, el costo económico, social y político de una obra infuncional en la que la corrupción y los intereses de la clase política estuvieron por encima de cualquier compasión hacia el ciudadano de a pie y, el ex Procurador de Justicia del Distrito Federal, Miguel Mancera, muy bien gracias, ha servido de tapadera a su ex jefe Marcelo Ebrard.

Es penoso decirlo pero la totalidad de los gobiernos emanados del Partido de la Revolución Democrática tienen un denominador común: la mediocridad, las corruptelas y un profundo desprecio por la gente que ofrecen y prometen defender. Son muy buenos para las manifestaciones, paros, mitotes y demás pero incapaces de redactar siquiera un oficio burocrático.

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