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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Plaza de almas

 
DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón

07 Jun. 2016

 

Siempre supe que no eras mi hijo, hijo. Por eso no desmentí a tu madre cuando por vengarse de mí te dijo que yo no era tu papá. Aquel día me miraste con angustia, como pidiéndome que negara sus palabras. No lo hice. Hay cosas que no se pueden negar. Son cosas de la vida, y la vida se impone siempre. En eso se parece a la muerte. Ahora tu madre está muerta. La verdad es que siempre estuvo muerta para ti y para mí. Yo la quería, fue mi primer amor, el de la juventud. Pero ella nunca me quiso. Le pedí que fuera mi novia. "Estás loco" -se burló. ¿Cómo podía yo pensar que podía fijarse en mí? Eres feo, me dijo, y eres pobre. Además tenía novio, y ya se iba a casar. Me dolió el alma con un dolor de cuerpo. Ni siquiera tuve el consuelo de los amigos: no tenía amigos. Y menos aún busqué refugio en el alcohol: podía pagarme la borrachera de una noche, pero no de todas las noches. Para ahogar mis penas, si me permites usar esa frase que parece de canción, recurrí al trabajo. Empezaba mi labor con la primera luz del día, y la acababa ya cerca de la medianoche. Nadie habrá arreglado tantos relojes como yo. Me alegraba cuando alguien traía uno para que lo reparara: significaba una hora más de olvido. Pasó un año. Y entonces sucedió lo que nunca pensé que podría suceder: ella vino a mí. Me dijo que había cambiado de opinión, y que quería casarse conmigo. Eso sí: debía ser lo antes posible. Supuse que su novio la había dejado, y que me usaba por despecho, pero no me importó; seguía enamorado de ella. En dos o tres semanas nos casamos. Cuando regresamos del viaje de bodas me dijo que se sentía rara, y fue con un doctor. Regresó de la consulta y me dijo que qué hombre era yo: teníamos apenas unos días de casados y ya estaba embarazada. Cuando naciste no se habían cumplido ni siquiera siete meses de nuestro matrimonio. Entonces supe todo. La encaré, y ella no negó. Me dijo: "Ya tuviste lo que querías. ¿Qué más quieres?" En nada te parecías a mí, naturalmente, pero al paso de los días te tomé cariño. Eras un bebé hermoso; cuando me tendías los bracitos para que te cargara al llegar del trabajo era como si un ángel de Dios me recibiera. Algo hubo entre tú y yo que nos unió por siempre. Y es que a los dos nos tuvo tu mamá por fuerza. Un día se fue. No digo "se nos fue": no había nada que nos uniera a ella. Los primeros días de su ausencia anduviste triste -eras un niño, y ella era tu madre-, pero con el tiempo la olvidaste, como si nunca hubiera estado con nosotros. Tuviste una niñez feliz. Yo en cambio me despertaba cada día con un pozo en el estómago: pensaba que ese día ella vendría a reclamarte. Y un día llegó. Pero entonces ya eras un jovencito, y te negaste a ir con ella. Fue entonces cuando en un arrebato de ira te dijo aquello: que tú no eras mi hijo. Fue como si te hubiera dado un mazazo en la cabeza. Me miraste con una mirada que nunca olvidaré. Sin hablar me suplicabas: "Dime que no es cierto". No te lo podía decir, hijo. Entre nosotros jamás hubo mentiras. Se fue, y otra vez unos días estuviste triste. Luego, una noche que volví del trabajo, me abrazaste y me dijiste: "Papá". Ninguna otra palabra hizo falta. Después, hace unos meses, enfermaste. Me angustié. Y cuando moriste sentí que yo era el que estaba muerto. En el instante de la muerte abriste los ojos, me miraste y otra vez dijiste lo mismo que entonces: "Papá". Con eso supe que mi vida, en la que hay tantas sinrazones, había tenido una razón: tú. Ahora estamos separados. Pero si nos unió la vida, la muerte nos unirá también. Hasta entonces, hijo. Hasta que me vuelvas a decir: "Papá"... FIN.

 

Ámbito: 
Nacional
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