La confesión del asesino serial de Ecatepec
¿Cuánto tarda un demonio en regresar a la Tierra? En 1942, el reportero Eduardo Téllez presenció la confesión de El Estrangulador de Tacuba, Gregorio Cárdenas Hernández. La policía acababa de encontrar los cuerpos de cuatro mujeres en el jardín de Cárdenas, un estudiante de Ciencias Químicas de 27 años de edad.
Inteligente, persuasivo, articulado, Goyo Cárdenas se disculpó diciendo que solo una de las mujeres asesinadas “era decente”, y que de las otras no sabía “ni” sus nombres, “pues fueron mujeres de la vida galante”.
“A todas las ahorcó —escribió El Güero Téllez—. Cuando ya estaba satisfecho de las mujeres, sentía un odio tremendo hacia ellas, y asegura que por tal motivo les daba muerte. Después se levantaba de la cama, escarbaba en el jardín y las sepultaba”.
Las declaraciones de Goyo Cárdenas dieron pie a una de las leyendas más siniestras del siglo XX mexicano. Había aparecido un monstruo en estado puro, sin remordimientos, sin culpas. Sin un resquicio mínimo por el que pudiera colarse la noción de que algo estaba mal en lo que había hecho. Goyo Cárdenas fue un demonio metido en la mente de un hombre.
Parece que ese demonio estuvo de regreso en México. Su morgue particular la tuvo en Jardines de Morelos. Asegura haber matado y destazado ahí a 20 mujeres: “Mil veces que coman los perritos y las ratas a que ellas sigan caminando por ahí… No creo salir de esta, pero si salgo, de una vez les digo patrones, voy a seguir matando mujeres”, le dijo Juan Carlos “N”, el asesino serial de Ecatepec, al perito que lo entrevistó el día de su detención.
Reproduzco un fragmento de la entrevista que el perito le hizo a Juan Carlos “N”. Él acaba de relatar que comenzó a matar cuando una pareja sentimental lo abandonó. La conversación sigue de ese modo:
“Yo dije, si yo no fui feliz en este momento, nadie lo va a ser (...) Y mientras yo siga aquí en la Tierra, voy a hacer todo el daño que yo pueda. Y divirtiéndome, hice daño. Porque (lo hice) con todo gusto y lo disfruté. Mientras yo esté aquí, voy a seguir haciéndolo…”.
—¿Has intentado ir a alguna atención sicológica? —le pregunta el perito.
—(Él niega con la cabeza) Yo estoy bien, estoy bien… Lo que hago está bien, patrón, porque estoy limpiando el mundo nada más de porquería. Yo estoy completamente sano y bien.
—¿Tú fuiste a guardería, kínder o directo a primaria?
—Kínder.
—¿Se portaron mal en el kínder o en la primaria por tu conducta o aprendizaje?
—Al momento era lento de aprendizaje, patrón… Pero después de que me caí de la escalera iba con puro diez. No sé si inflamó el pinche cerebro, pero después de ese momento… perfección en la escuela (…) Me daba cuenta de cosas que muchos niños no se daban cuenta (…) Ponían cosas de matemáticas y rapidísimo, sin ningún problema.
—¿Por qué ya no acabaste la carrera?
—No sé, patrón.
—Tú eres hombre y te gusta ser hombre.
—Claro.
—¿Y solo te gustaban las mujeres o te atraen los hombres?
—Puras mujeres…
—Novias, ¿cuántas llegaste a tener?
—Muchísimas, patrón. Dentro de lo que cabe, de secundaria hasta los 22 años tuve muchas novias. Después de los 22 para acá toda pareja sentimental que yo tenía… terminaba dándome en la madre. Mínimos pretextos.
—¿Con cuántas mujeres tuviste relaciones?
—Muchísimas patrón…
—¿Alguien llegó a abusar de ti?
—De joven, de niño, tenía yo diez años, mi mamá me encargaba con una mujer para que mi mamá pudiera irse de puta, me encargaba todos los días con esa mujer (…) y esa mujer me hacía hacerle cosas que a mí como niño me desagradaban, ¡que odio rotundamente! Mi mamá andaba también de puta con otro güey, la veía yo cómo la ponían… escuchaba yo sus ruidos. Y mi papá trabajando… Mi papá ahí estuvo de mandilón. Mi mamá quería navajearlo, picarlo, acuchillarlo. Y yo viendo todo. Y cómo defender a mi papá si no podía. Pero yo dije: Ni una pinche vieja me va traer cortito, jamás.
Esta confesión me recordó, poderosamente, la de Goyo Cárdenas. Al escucharla, pensé que lo que yo estaba sintiendo era lo mismo que había sentido la gente de 1942.
Es como si el mismo demonio hubiera vuelto. El demonio, ya se sabe, es uno de los nombres del odio.