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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Derrotas y triunfos

Esto fue la debacle para el PRI. Éstas fueron las ominosas letras en la pared con el anuncio de que el desastre se habrá de repetir en el 2018. Los procesos de elección del pasado domingo constituyeron la prueba más palpable del hartazgo de la ciudadanía ante la corrupción e impunidad que han caracterizado al régimen actual. Las contundentes derrotas infligidas al prigobierno en esas elecciones fueron un ¡basta ya! al priismo, empeñado en mantener sus viejas fórmulas e incapaz de percibir los vientos de fronda que soplan en los nuevos tiempos. El mayor perdedor de esta contienda fue, desde luego, Enrique Peña Nieto. Los electores le cobraron todas las facturas que estaban pendientes de pago, desde la "Casa Blanca" hasta Ayotzinapa. Es muy posible que llegue para el Presidente el día en que deba entregar el poder a la alternancia. Otro gran perdedor es Manlio Fabio Beltrones. Quedó demostrado que el famoso "voto duro" del PRI no cuenta ya, y que sus estructuras, supuestamente sólidas, tienen la consistencia del merengue ante la irritación de la sociedad civil y sus deseos de cambio. Tras este fracaso el sonorense deberá cantar aquello de: "Porque sé que de este golpe ya no voy a levantarme". Perdedores fueron también los candidatos independientes. Después de los fulgurantes triunfos -que ahora parecen cosa accidental e irrepetible- de figuras entre las cuales la más emblemática fue la de El Bronco, en Nuevo León, y tras los escasos frutos que han dado esos gobernantes sin partido, se diría que el entusiasmo independentista ha desaparecido. En estas elecciones, pues, hubo grandes perdedores, y consecuentemente hubo en ellas ganadores grandes. ¿El mayor? Ricardo Anaya. Obtuvo uno de los más sonados triunfos electorales que el PAN ha conseguido en su reciente historia, si se exceptúan las dos Presidencias que ganó y que los ganadores echaron al drenaje. El joven presidente de Acción Nacional queda ahora, automáticamente, como el más viable precandidato del blanquiazul a la Presidencia de la República. Tiene juventud y carisma; proyecta una imagen de honestidad y confiabilidad de la que carecen otros aspirantes. Su candidatura, méritos aparte, sería considerablemente más sólida que la de Margarita Zavala. Otro gran ganador en estas elecciones intermedias es López Obrador. Si bien perdió la joya que creía ganada, Veracruz, la tasa de votos de Morena creció mucho, y tiene ahora en la Ciudad de México un importantísimo bastión. La aspiración presidencial del tabasqueño se fortalece, aunque ha surgido frente a él un rival fuerte en la persona de Anaya. Lo cierto es que la ola antigobiernista parece incontenible. Zonas enteras del país donde tradicionalmente dominaba el PRI han pasado a ser territorio blanquiazul. Coahuila está rodeado ahora por la alternancia: al oriente el vecino Nuevo León tiene gobernador independiente y Tamaulipas queda con el PAN. Por el oeste Chihuahua es también panista, lo mismo que en el sur Durango. Sólo Texas evita que mi estado haya quedado ceñido de alternancia por los cuatro costados. Si el PRI no presenta un candidato con simpatía entre la sociedad civil, de honestidad y capacidad administrativa bien probadas, ninguna estructura partidista será suficiente para sacarlo adelante, habrá sonado la hora de la alternancia y mi estado Coahuila también de azul y blanco. Sólo una candidatura con firme base ciudadana le hará al PRI el milagro de que no se cobren aquí también facturas pasadas, y que los electores voten por el cambio. Una cosa quedó clara el pasado domingo: la voz de los ciudadanos pesa ahora más que la aparente fuerza de los partidos. Esa voz debe ser escuchada... FIN.

 
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Ámbito: 
Nacional
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