Migrantes
La migración es un tema multidimensional sobre el cual no es fácil tener una discusión desapasionada.
Normalmente, al hablar sobre migración se contrastan visiones extremas a favor y en contra, especialmente cuando se trata de personas indocumentadas.
Con frecuencia se vuelve un debate de blancos y negros que suele dejar a un lado muchas tonalidades de gris que existen.
Hay quienes dicen que un país debe abrir de par en par sus fronteras y dejar pasar a todo aquel que quiera quedarse ahí o simplemente pasar de largo.
Hay quienes, por el contrario, desearían fronteras cerradas a piedra y lodo, como si se tratara de un castillo de la pureza, que no tome en cuenta ningún matiz.
Así, la discusión se vuelve un griterío donde las ideas rara vez se visitan y dejan su lugar a los sentimientos a favor, por un lado, de la condición humana de los migrantes y, por otro, de las razones del Estado y la ley.
Por supuesto, a mí me conmueven las imágenes de los migrantes empobrecidos que lo arriesgan todo para encontrar una mejor vida huyendo de la ausencia total de oportunidades o, peor aún, de la violencia criminal o de la guerra.
Alguien que deja todo atrás y se monta con sus hijos en una frágil embarcación para lanzarse al mar o que cruza desiertos y montañas merece toda mi solidaridad.
No extender la mano a alguien en esas condiciones denota una ausencia de los más elementales rasgos de humanidad.
Hay que ponerse en los zapatos del otro. De estar en su situación, yo haría lo mismo –o, antes, trataría de hacer acopio del valor necesario para tomar la decisión de migrar– y por eso no puedo sentir sino empatía por quien se lo juega todo de esa manera. Pero quedarse ahí, en ese sentimiento, es olvidar las causas profundas de la migración.
Éstas tienen que ver con los distintos niveles de desarrollo existentes en diferentes regiones del mundo, y que a veces se remontan a las épocas del colonialismo, pero, en otros casos, con las decisiones que cada país toma sobre cómo organizarse.
Me explico: en la historia de la migración mexicana hacia Estados Unidos hubo regiones que expulsaron población más que otras y esto no necesariamente tenía que ver con el desarrollo o la cercanía con la frontera.
¿Por qué los zacatecanos han migrado históricamente más que los duranguenses o los chiapanecos? ¿Por qué los guanajuatenses más que los chihuahuenses o los yucatecos? ¿Por qué los michoacanos más que los mexiquenses o los chilangos?
Una parte tiene que ver con el desarrollo, pero otra, con vínculos familiares que se fueron estableciendo por generaciones. Si vemos lo que sucede en Centroamérica, podemos encontrar diferencias importantes. Los habitantes de países del llamado Triángulo Norte del Istmo han migrado en mayor proporción que los de Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
¿Acaso no es relevante preguntarse por qué ha descendido el número de mexicanos que busca llegar sin papeles al otro lado?
En la actual discusión que ha desatado la llegada de una caravana migrante procedente de San Pedro Sula, Honduras, uno debe conmoverse con las imágenes de los niños que viajan en brazos de sus padres, pero eso no quita que uno pueda preguntar cómo se organizó el grupo –algo que no ha sido frecuente– y a quién beneficia una movilización así.
Vuelvo a lo que decía al principio: la migración no es un tema de blancos y negros.
¿Se ha preguntado usted quién es el más beneficiado? A mí no me queda duda: Donald Trump. Tal vez también a algún político en Honduras, país que vive sumido en una crisis política y no falta quien quiera usar a los migrantes como se usó a los balseros cubanos en los años 90.
Las escenas de una caravana de migrantes que avanza hacia la frontera sur de EU cae de perlas a Trump, sobre todo a dos semanas de las elecciones intermedias en ese país.
En estos días se ha dado una gran solidaridad de los mexicanos con este grupo de seis mil o siete mil centroamericanos, lo cual está muy bien, porque habla de que no hemos perdido sentimientos como la solidaridad con quien sufre.
Pero, ¿se mantendrá esa solidaridad cuando los migrantes lleguen a la frontera norte del país y queden ahí varados? Ojalá, porque se sumarán a miles de mexicanos y personas de otras nacionalidades (como los haitianos) que se han quedado a vivir en esa franja del país y no enteramente por gusto.
Por último, se ha propuesto que se otorguen visas de trabajo a los centroamericanos que quieren venir a trabajar aquí. ¿A cuántos? ¿Alguien se ha puesto a pensar que en el Triángulo Norte habitan 32 millones de personas?
¿No sería más humano crear fuentes de trabajo antes de ofrecer visas?