#MaduroNoEresBienvenido
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, confirmó en días pasados que vendrá al país, invitado a atestiguar la toma de protesta de Andrés Manuel López Obrador como presidente de México.
El anuncio fue realizado por el próximo secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, y desató de inmediato una oleada volcánica de manifestaciones de desaprobación e inconformidad.
En instantes, el hasthag #MaduroNoEresBienvenido se convirtió en tendencia. Hubo intentos por matizar esta reacción, pero resultaron fallidos, y algunos patéticos. Las redes enviaron mensajes de solidaridad con el pueblo venezolano y de repudio al hombre que sumió a Venezuela en la dictadura y en la quiebra.
Invitar a Maduro fue un error del gobierno entrante.
Por más que Andrés Manuel López Obrador haya alegado que México es amigo “de todos los pueblos del mundo”, la presencia del dictador venezolano —lo mismo podría decirse del de la República Popular Democrática de Corea, Kim Yong-Nam— solo empaña y desacredita lo que solo merecía ser visto como un hecho histórico: la llegada por primera vez a la Presidencia de la República del representante de un partido distinto a los que han detentado el poder durante los últimos 90 años: un partido de izquierda.
Alegando razones diplomáticas, el gobierno entrante prefirió, sin embargo, cerrar los ojos ante un horror que ha sido documentado por medios de todo el mundo.
Un horror que ha provocado sanciones de la ONU, la OEA y la Unión Europea, y que incluye la destrucción de la democracia, el éxodo de millones de ciudadanos que huyen del hambre, el desabasto de medicinas y la brutal escasez de productos básicos.
Una tragedia que entraña graves violaciones a los derechos humanos, la desaparición de libertades democráticas esenciales, la falta de respeto a la legalidad, la violencia ejercida por las fuerzas de seguridad en contra de los ciudadanos (como se pudo constatar durante los meses de protestas que provocaron la muerte de más de un centenar de personas), el acoso a los medios de comunicación y el aplastamiento o la desaparición de los órganos autónomos del Estado.
Una inflación que el FMI calcula en un millón por ciento para 2018 (semejante a la de Alemania en 1923), un colapso económico más agudo que el de la Gran Depresión de 1929 (en Venezuela, el PIB cayó 35% en solo cuatro años; durante la Depresión, el colapso fue de 29%), y un incremento de la pobreza de 82% en solo dos años, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en Venezuela 2016.
Todo esto acompañado por un esquema de detenciones arbitrarias, de extinción sistemática de la oposición, de ejercicio de la tortura como método de terror político.
Diplomáticos consultados por el columnista consideran que no era necesario someter al nuevo gobierno a tal desgaste: bastaba con alegar razones de seguridad: con informar al gobierno de Venezuela que de momento no había en México condiciones para recibir a Maduro “como Dios manda”.
Hubiera cabido también la posibilidad de enviar una señal de solidaridad con el pueblo venezolano, en medio de la peor tragedia de su historia.
Pero el gobierno electo prefirió cerrar los ojos, tragarse el sapo, dar pábulo a las versiones que desde hace años ligan a personajes cercanos a López Obrador y a figuras relevantes de Morena con los peores excesos del chavismo.
Nicolás Maduro ha negado la tragedia que se vive en su país y ha hecho todo por conservar el poder y por no entregarlo nunca. Los integrantes de su Asamblea Nacional Constituyente no son reconocidos por la comunidad internacional. El gobierno de Canadá, por citar un ejemplo, tiene en su lista negra a 40 funcionarios del gobierno de Maduro, señalados como responsables del deterioro de la democracia en Venezuela.
Un editorial de rechazo a las visitas de Maduro y Kim Yong-Nam, publicado hoy en el portal de la revista Nexos, cierra con el siguiente párrafo —que tomo prestado para compartirlo con los lectores de EL UNIVERSAL:
“El próximo secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, justifica la invitación a estos dos gobiernos con el argumento de una política exterior de amistad y respeto. México no puede usar un discurso político que justifique lazos diplomáticos con dictaduras. El respeto a la democracia es hoy más necesario que nunca”.