LA EMBAJADORA
Luis R. Aveleyra
Si atendemos puntualmente a los antecedentes diplomáticos la señora Roberta S. Jacobson es la plenipotenciaria número 30, pues hay que recordar que durante ochenta y nueve años a partir de 1810 sólo hubieron Encargados de Negocios y alguno que otro Ministro, incluido Joel R. Poinsset.
Fue hasta 1899 en pleno Porfiriato cuando se elevó a categoría de Embajada la representación diplomática de los Estados Unidos. Todos y cada uno de sus Titulares ha traído con sus respectivos encargos, instrucciones precisas sobre sobre lo que deben hacer, establecer y garantizar. La señora Jacobson no es la excepción. Ella sabe perfectamente que no viene a un día de campo ni a sonreír para las páginas de sociales de los diarios.
Poco se ha dicho que la Embajadora Jacobson es experta en información, altamente capacitada en el manejo de conflictos y situaciones de crisis. De finos modales, con la paciencia pero también la perseverancia para lograr sus objetivos. En síntesis una dama de mano de hierro en guante de seda. Su experiencia en el Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos y el bagaje que adquirió en asuntos sobre Latinoamérica la llevaron a formar parte destacada en el pasado reciente en las negociaciones que llevaron a la normalización de relaciones entre su país y Cuba. Todo ello la convierte en una funcionaria de carácter estratégico.
Más allá de los problemas limítrofes, de la migración, lo que realmente preocupa a los Estados Unidos son las dificultades que representa la vulnerabilidad del Estado mexicano ante la creciente inseguridad, la distendida política migratoria de permitir el paso indiscriminado por la superficie nacional de los ilegales centroamericanos, el posible tránsito por territorio mexicano de terroristas que pudiesen entrar en forma subrepticia al vecino país, las condiciones de estado fallido que se dan en algunas regiones fronterizas, el crecimiento de la producción de estupefacientes, el desmoronamiento social que se aprecia. Tales dolores de cabeza generan clara desconfianza que va más allá de los discursos y las formas, así como de las buenas intenciones o las declaraciones de los funcionarios mexicanos, lo cual ha llevado a que el gobierno del vecino país duplicara el número de agentes encubiertos en el nuestro y fortalecer sus propios medios de información al margen de las autoridades mexicanas. Conocedora de la historia mexicana vista desde los Estados Unidos, tiene muy en claro la opinión que le merecieron algunos mexicanos al general Scott cuando invadió nuestro país en 1847.
Es irresistible la tentación de hacer una apostilla tangencial. La señora Jacobson es la primera Embajadora nombrada por los Estados Unidos ante nuestro país. Hace 90 años, en 1926, otra mujer fue la primera representante diplomática acreditada ante el gobierno mexicano. Alexandra Mijailovna Kollontay —La Kolontái— proveniente de la ex URSS, designada por el mismo Joseph Stalin en ese entonces lugarteniente de Lenin.
Cuenta en alguno de sus libros de Memorias y recuerdos que el gobierno mexicano fletó un coche pulman para traerla del puerto de Veracruz a la ciudad de México; que a su llegada a la estación del ferrocarril funcionarios de la Secretaría de Relaciones Exteriores la recibieron y condujeron al hotel donde al llegar se encontró con un gran y hermoso ramo de violetas frescas enviado por el Presidente Plutarco Elías Calles.
La presencia de la Kolontái como se le llamo en México causó gran revuelo en la prensa por ser la primera mujer Embajadora en el mundo en ese tiempo. Llama poderosamente la atención su impresión sobre la personalidad del Presidente Calles: “de rostro duro, serio, imperturbable, mirada penetrante, profunda, alguien a quien pocos podían ver directamente a los ojos, inteligente, sagaz, astuto, quiso ser cordial y amable. Me agradeció el impecable manejo diplomático con el que me comporté en el corto tiempo en que tuve una responsabilidad ante su país…”
Viene a colación la anécdota porque me pregunto sinceramente cuál será impresión de la señora Roberta S. Jacobson sobre el actual mandatario mexicano quien lamentable y tristemente se contaminó con el mismo síndrome que sus dos predecesores inmediatos anteriores: la vacuidad.