¡Aguas!
Una de las mejores puntadas de mi amigo ex gobernador priista de Tlaxcala, ex compañero de páginas y hoy senador morenista, Antonio Álvarez Lima, fue motivada por la falla en los trabajos del Cutzamala y el desabasto de agua en el Valle de México.
Aunque suele deslumbrar con su inteligente sentido del humor, opinó antier muy, pero muy en serio, que “la llave denominada K invertida” es una ambigüedad (como si fuese pretexto de un niño que juega con Lego). Pidió a la Conagua explicar por qué no embonaron las piezas. "¿No las midieron antes los fabricantes?, ¿se las entregaron mal?".
Recordó que el gasto importa 500 millones de pesos y soltó su centelleante pero disparatada interpretación: “Nosotros pensamos que se trata de un acto de irresponsabilidad, de un acto de ineptitud gravísimo, y quizá también de un acto deliberado porque el agua no llega a aquellas zonas de la ciudad y de la zona metropolitana donde fue más copiosa la votación para Andrés Manuel…”.
¡Ah, chingá!
Mi capacidad de imaginación no da para suponer una conspiración capaz de organizar a un titipuchal de trabajadores (antilopezobradoristas o solo dóciles) para realizar un acto racionalmente imposible.
El insensato lugar de siempre
A propósito del mismo problema, las fallas con la K invertida tampoco son para clamar por la presentación (ojalá con vida) de los
responsables.
También de Toño es la consideración de qué pasaría si estos ingenieros, técnicos y obreros de la Conagua trabajaran en la NASA.
Sí, Chucha. ¿Y los astronautas que se carbonizaron en una cápsula de prueba? ¿Y el Challenger que estalló, con la consecuente muerte de su tripulación?
No cabe hacer panchos ante contingencias como la de estos días con el abasto de agua.
Quienes vivimos en la capital de México estamos donde jamás debió haber una ciudad, ya que nunca llegaron a ésta suficientes caudales fluviales para satisfacer la demanda, sino lagos (uno, el salado de Texcoco) atrapados sin salida.
El error inicial fue de los mexicas que devastaron el medio con las chinampas que provocaron la desecación. El ecocidio (éste sí) se consumó al seguirse la famosa traza de Cortés.
La complejidad del problema es de magnitudes colosales y de insuficiencia de dinero: surtir de agua a casi 20 millones de personas (entre locales y de paso) cuesta carísimo, pero el servicio es casi regalado y subsisten antiguas y kilométricas redes de distribución plagadas de fugas (para el desagüe operan todavía tramos del Gran Canal, construido ¡en el porfiriato!).
¿Son mucho 500 millones de pesos de la pieza (es reutilizable) mal hecha? Pues el gobierno de AMLO deberá invertir 18 mil 500 millones que desde hace tres años urgen para construir el Acueducto Poniente y así hacer llegar más metros cúbicos de agua por segundo.
Hágase lo que se haga, sin embargo, no pasará de ser un triste paliativo…