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SOBREAVISO

Y sin embargo... no se mueve

En el ardid de reducir el proceso electoral a la jornada comicial se están haciendo cuentas y cuentos alegres, con tal de simular que la democracia se mantiene incólume ante la impunidad criminal, la pusilanimidad política y la ausencia de gobierno... en el reino de la corrupción compartida.

Incluso, hay quienes concluyen que la alternancia y la pluralidad vista el domingo prueba el arribo de la transición mexicana al puerto de la felicidad consolidada y no resta más que marchar de muy buen humor rumbo al 2018.

Sin un análisis serio de lo ocurrido el domingo pasado, la confusión dará lugar a la ilusión que distorsiona la realidad e impide salir del laberinto que conduce a la democracia fracasada del Estado fallido.

 
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Autoridades, dirigentes, candidatos y hasta algunos analistas reducen a simples incidencias el batidillo de la campaña. La compra y la coacción del voto resulta una puntada de los más vivos. El millonario despilfarro de dinero limpio y sucio, un gasto superfluo sin fiscalización necesaria. La alianza de intereses, un salva-registros. Los candidatos travestis, un disfraz de doble vista. Los spots, una ocurrencia ante la falta de ideas. Las acusaciones criminales, fuego cruzado de artificio.

La clase política, ahora con porristas voluntarios e involuntarios, celebra la fiesta realizada en la fosa donde el país desaparece. Ahí, algunos dirigentes y candidatos bailaron y a otros se los llevaron al baile... y, en esa lógica, la democracia mexicana es una isla inmarcesible en el océano de la inseguridad, la corrupción y la pusilanimidad.

 
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Encubrir la crisis del régimen electoral y del político es bucear en la mar de confusiones.

Uno. El proceso electoral es responsabilidad de autoridades, partidos y candidatos. La jornada electoral, de la ciudadanía. La segunda no es resultado de la primera. Son campos distintos. Una vez más, autoridades, partidos y candidatos no estuvieron a la altura de la ciudadanía.

No se puede concluir, entonces, que porque la jornada electoral transcurrió sin grandes sobresaltos, el proceso electoral fue impecable.

 
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Dos. La alternancia se ha reducido a una cuestión de turno, no se ha elevado a rango de alternativa.

Se dice, no sin razón, que el electorado castigó al PRI al relevarlo del gobierno, por primera vez, en Veracruz, Quintana Roo, Tamaulipas y Durango. Se omite, sin embargo, que el PRI relevó del gobierno, por primera vez, a la alianza PAN-PRD de Oaxaca y Sinaloa. No se puede concluir, entonces, que la alternancia es solución al reclamo ciudadano y mucho menos confundir la desesperación con la esperanza. Echar gobiernos no es castigar a éste o aquel otro partido, es la expresión desesperada de sacar una y otra vez a los gobiernos porque, sin importar su signo, no están dando respuesta a la ciudadanía.

En todo caso, la ciudadanía castigó la inseguridad, la corrupción y la ineptitud de los gobernantes sin importar su bandería política, pero no pudo optar por una alternativa. En efecto, el partido de Javier Duarte, César Duarte, Roberto Borge, Egidio Torre, fue echado por su pésimo desempeño pero, por lo mismo, fue echada la alianza que impulsó a Gabino Cué y Mario López Valdez.

Y un dato curioso: ayer, la alianza opositora presentó a priistas reciclados como símbolo del cambio comprometido y hoy, también. Miguel Ángel Yunes, ahora, es símbolo de castidad política y Carlos Joaquín del político diestro y siniestro. Priistas adoptados por el panismo y el perredismo, dada su infertilidad para tener candidatos propios. De ahí que el triunfo de Javier Corral en Chihuahua se distinga del resto.

No se puede confundir alternancia con alternativa política, ni desesperación ciudadana con la esperanza democrática.

 
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Tres. Subsumir la calidad a la cantidad del voto y extender, así, certificado democrático al proceso electoral, es renunciar a la urgente necesidad de replantear tanto el régimen electoral como el político.

De a tiro por elección, se modifica la legislación electoral para ajustarla a la expectativa o el chantaje de esta o aquella otra fuerza, pero no a la necesidad de la ciudadanía. Y, luego, absurdamente, se da por sentado que la reforma electoral transformará por sí al régimen político. Se confunde, así, el reparto del poder con el sentido del poder.

Mientras no se corrija ese error, seguirá habiendo elecciones que no deriven en gobiernos. La sana incertidumbre electoral no está conduciendo a la imprescindible certeza política. Los partidos ganan elecciones por turno, pero no constituyen gobiernos.

 
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Lo peor de las cuentas y cuentos alegres que se están haciendo a partir del resultado electoral son dos cuestiones.

Uno. La política en los partidos se está perredizando. Las tribus con vocación caníbal ya no son producto de marca exclusiva del partido del sol azteca, ahora también hay tribus en el panismo y el priismo. Los candidatos postulados por los partidos no respondieron al perfil que la ciudadanía exigía, sino al beneficio que su eventual triunfo pudiera reportar al precandidato presidencial que lo impulsara o a la garantía de impunidad que le extendiera al gobernador saliente. Valga el absurdo, los dirigentes partidistas dirigieron muy poco a sus partidos.

Dos. Concluir que, con base en el resultado electoral, ahora está mucho más claro el perfil de los precandidatos a la Presidencia de la República, es suponer que México es semillero de estadistas y no vivero de alcaldes crecidos.

 
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Pensar que la democracia mexicana no está en peligro pese al cuadro de descomposición del Estado es cerrar los ojos y caminar como el jibarito por el desfiladero de la República. Votar sin seguridad ni libertad no asegura, vulnera la democracia.

 
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Ámbito: 
Nacional