MÁS SOBRE LAS ELECCIONES
Una y mil explicaciones se dan en la prensa escrita y comentada sobre el resultado de las elecciones del pasado 5 de junio. Ríos de tinta y sesudos análisis han llenado páginas, pero en el fondo, ¿qué paso?
Las encuestas y las casas de pronósticos electorales daban como triunfador al PRI en varios de los estados en los que perdió ominosamente. Juan pueblo esta vez engañó a los encuestólogos, o mejor dicho se guardó su resabio, su frustración, su indignación, el verse burlado por partidos y personajes en los que alguna vez creyó.
Se guardó in pectore su verdadero sentir a la hora de votar. En Veracruz, por ejemplo, saben que Miguel Ángel Yunes no es una paloma blanca ni una hermana de la caridad, pero no los engañará como lo hizo Javier Duarte y de Ochoa. En Tamaulipas, el panista triunfador tal vez no podrá con el paquete de gobernar lo ingobernable, pero el electorado decidió darle su voto a un personaje en quien no confía ni cree, pero, cuando menos, es alguien que tampoco hará escarnio de la voluntad popular.
Explicaciones, excusas, argumentos, reflexiones pueden quedar y algunas de ellas, valiosas, pueden asombrarnos, pero quedó demostrado que al intentar secuestrar e inducir su comportamiento el pueblo, más que por el hartazgo, votó por el asco que le ocasionan los escándalos, la impudicia, la farsa, la frivolidad, el desgobierno, pero sobre todo la desfachatez de varios de sus gobernantes que son impresentables y como dijo en alguna ocasión el maestro Nicolás Maquiavelo: encarnan la figura misma del vacío moral.
Como los niños que reciben el regaño injusto o son maltratados sin razón, el votante mexicano callado, siempre en ese aterrador silencio, ejerció su voto en contra de la expoliación, de la burla; contra un gobierno simulador incapaz de valorar la gran nobleza del conglomerado social al que debía servir y que juró respetar. El pueblo de México cada vez más aprende y entiende, sufre, se acongoja, pero calladamente protesta. Bien explicó hace más de sesenta años el maestro Emilio Uranga:
“El mexicano vive siempre indignado. Ve que las cosas van mal y siempre tiene en la mano el principio de acuerdo con el cual las condena; pero no se exacerba por esa constatación, no se lanza a la acción, lo único que hace es protestar, dejar escapar su indignación… [su callada] dignidad reside más bien en escaparse de su realidad, mofarse de ella; en la voluntad de no mancharse, huir de la complicidad con lo bajo. Para el mexicano, ser digno, es hacerse inmune a las acechanzas de la irregularidad, tratar de mantenerse a salvo de la turbiedad que lo rodea… no es corrupto por naturaleza o porque quiera serlo, lo obligan las circunstancias…del mestizaje de su raza quedó un maltrecho sentido del honor y un apego a su cada vez más burlada dignidad…”