Tlahuelilpan es una población hidalgunese de apenas 20 mil habitantes que ayer fue escenario de la peor tragedia huachicolera. Al menos 21 muertos, calcinados en el acto, al explotar una toma clandestina que se les había salido de control a los delincuentes que la fabricaron; centenares de pobladores locales, al ver el borbollón de gasolina, se aproximó para recogerla. La fuga originó una enorme fuente que bañó de combustible a quienes se arremolinaban en torno al ducto de Pemex perforado. Cuando la explosión ocurrió, las personas rociadas de gasolina no tuvieron posibilidad alguna de sobrevivir y sus cuerpos quedaron semicarbonizados, regados por el suelo.
Pero si la imagen es tétrica, no es aún definitiva en su magnitud. Durante las primeras horas de este sábado, se sabrá la suerte de 71 quemados, muchos de ellos muy graves, que saturaron la infraestructura hospitalaria de la cercana ciudad de Tula.
Al menos una cincuentena de heridos estaba siendo asignados a hospitales de la Ciudad de México para tratar de atender quemaduras extremadamente graves.
La Federación, metida a un combate constante contra el huachicoleo desde el inicio de la administración, desplegó esta vez servicios de apoyo a la entidad, encabezados por Alfonso Durazo, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana.
El propio Presidente había pedido a la población que no participara en el saqueo de ductos de Pemex. Pero esta petición fue desatendida en Tlahuelilpan e incluso había familias completas tratando de recoger la gasolina.
Un dato a resaltar es que efectivos del Ejército mexicano se encontraban en el lugar cuando la fuga comenzaba a aumentar. Los militares se limitaron a conminar a la población para que no se acercara ni saqueara el ducto, pero su petición fue ignorada.
No utilizaron la fuerza para evitar que la toma fuera rodeada por los habitantes del poblado hidalguense.
Dos horas antes. A las 17:04, según la información oficial del Gobierno de Hidalgo, se recibió el primer informe de una fuga de combustible que afectaba la carretera Tlaxcoapan-Tlahuelilpan.
Durante dos horas, sin obstáculo alguno, los pobladores van y vienen con bidones y ven que la salida de combustible se incrementa hasta formar un enorme surtidor que se levantaba 20 metros por encima del suelo.
A las 19:10 horas, un aviso por radiocomunicación oficial auncia la explosión y sus dimensiones. Un tramo completo del ducto está en llamas y tardaría tres horas en ser controlado a pesar de la llegada de personal especializado de Pemex desde la refinería de Tula.
Una hora después, Protección Civil del municipio de Tlahuelilpan y el Hospital Regional de Cinta Larga saben que la situación los desbordará facilmente y lanzan los llamados de auxilio al gobierno del gobernador Omar Fayad que envía a la zona a su secretario de Gobierno.
Las dimensiones de la tragedia son evidentes a primera vista, los cuerpos calcinados de una veintena de personas han quedado tendidos en torno al oleoducto que continuaba ardiendo en ese momento.
La alerta llega entonces hasta el centro del país y el Presidente ordena la instalación de los comités de emergencia para apoyar a los hidalguenses.
La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum y el director del IMSS, Germán Martínez, dispusieron operativos para la atención de las víctimas, especialmente de aquellas que se debaten entre la vida y la muerte.