Moreno Valle y Martha Erika Alonso, dos muertes perturbadoras
Como si fuera un hecho trivial, sin importancia, se ha relegado el tema de cuatro personas muertas en la caída “inusual” de un helicóptero.
Uno de los fallecidos en el percance era Rafael Moreno Valle, hasta ese momento el principal líder de oposición en el país.
Otra de las personas que murieron fue Martha Erika Alonso, la mandataria de Puebla que tenía apenas diez días en el cargo y la animadversión manifiesta del gobierno federal.
Murieron, también, dos pilotos que tenían familias y una vida por delante.
Un mes después de la tragedia se informó que fue “un desplome inusual”.
El secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, abundó en el oscurantismo al afirmar que “no sabemos qué pasó”.
El presidente del Colegio de Pilotos Aviadores, capitán Heriberto Salazar, dio a conocer que en el desplome no hubo error humano.
Informó que el piloto Roberto Coppe y el copiloto Marco Antonio Tavera cumplían con sus certificados médicos y de adiestramiento.
Cerró el abanico de posibilidades del percance: el mantenimiento del helicóptero estaba en orden.
Entonces, ¿qué pasó?
¿Así de fácil se puede desplomar un helicóptero y matar en la caída al principal opositor que había en el país, a la gobernadora satanizada por el gobierno, a un piloto y un copiloto?
Faltan explicaciones y que conozcamos la verdad.
No quiero decir ni sugerir que se nos esté ocultando, sino que simplemente “no sabemos qué pasó”, como dijo el secretario de Comunicaciones y Transportes.
No tienen idea, y deberían tenerla.
El resultado político de ese percance es que el PAN se dividió en Puebla y, ahora sí, seguramente ganará Morena, lo que no había obtenido frente a Alonso.
Al menos en cuatro fracciones se dividió el “morenovallismo” en Puebla, lo que hace prácticamente imposible que repita su victoria.
Los panistas de ese estado entraron en conflicto con la dirigencia nacional del PAN, porque los primeros eligieron al priista Guillermo Pacheco Pulido como gobernador interino.
Ya había un acuerdo inicial: que el gobernador provisional, Jesús Rodríguez Almeida fuera el interino y convocara a las nuevas elecciones.
Rodríguez Almeida había sido elegido por la gobernadora Martha Erika Alonso como su secretario General de Gobierno, es decir, su número dos.
Es un eficaz profesional de la seguridad y completamente apartidista.
Lo que reventó ese acuerdo inicial, por demás obvio, fue que en el gobierno federal no digirió nunca el abucheo y los gritos en su contra durante el sepelio de Alonso y Rafael Moreno Valle.
Para atrás. No va a alguien cercano a Martha Erika ni a Moreno Valle.
Dividido el PAN poblano, erosionada su relación con la dirigencia nacional, los diputados blanquiazules votaron porque el interino fuera Pacheco Pulido.
Entregaron una plaza que habían ganado, porque se dividieron.
Acción Nacional perdió a un líder de presencia en todo el país. Era su coordinador en la Cámara de Senadores. Y hasta ese trágico momento, el único opositor que le puso piedras a las iniciativas del gobierno en el Congreso.
Si en el cielo –o en el infierno– se determinaran ese tipo de percances, diríamos que les salió perfecto para favorecer al gobierno y su partido.
Pero estamos ante un asunto mucho más terrenal. No se puede descartar ninguna hipótesis. Ni la de un posible accidente, o un accidente provocado.
O que algún grupo le haya querido hacer un macabro favor al nuevo gobierno, con la esperanza de que los dejen hacer y ni los mencionen.
Lo que asombra, además de las cuatro muertes, es la pasividad social ante un hecho obscuro que le quitó la vida al principal dirigente opositor en México y a una gobernadora constitucional, repudiada por el gobierno.