“La filosofía del proteccionismo es una filosofía de guerra”, escribió el economista austriaco Ludwig von Mises. Si yo pretendo hacer más próspero a mi país restringiendo las importaciones de otros, los demás tomarán represalias; el comercio total caerá y todos seremos más pobres.
Von Mises lanzó su advertencia en los tiempos en que el nacionalsocialismo de Adolf Hitler y el fascismo de Benito Mussolini llevaron esta filosofía a su extremo lógico.
En aras de promover el bienestar de los alemanes o de los italianos, estos gobiernos limitaron los derechos individuales y optaron incluso por eliminar minorías étnicas, como los judíos o los gitanos, que las mayorías no consideraban realmente como nacionales.
El antídoto filosófico y práctico para el nacionalismo es el liberalismo: la defensa del libre comercio y de la igualdad de todos ante la ley. Poco después del triunfo de Trump a las elecciones presidenciales de 2016, el todavía presidente estadunidense, Barack Obama, advertía: “Vamos a tener que cuidarnos del alza de una forma cruda de nacionalismo o identidad étnica o tribalismo que se construye en torno de un ‘nosotros’ y de un ‘ellos’”.
Sólo con la apertura al libre comercio y la aceptación de que todos los individuos debemos tener los mismos derechos lograremos contrarrestar la discriminación y el autoritarismo del nacionalismo.
En vez de pensar que algunos productores deben tener el derecho de impedir la venta de productos de sus competidores porque viven en otros países, debemos defender el derecho de los consumidores a adquirir los productos que deseen.
La supuesta autosuficiencia que pregonan los conservadores, como Trump o López Obrador, no sólo viola los derechos individuales de los consumidores, que somos todos, sino empobrece a la sociedad. La economía más autosuficiente del mundo, la que menos vende y compra del exterior, es Corea del Norte, un país sumido en la pobreza por el aislamiento.
Los países con economías más abiertas, los que más importan y exportan, son Suiza y Singapur, que se encuentran entre las naciones más prósperas del mundo. Los dos son también, curiosamente, multiétnicos, multilingües y multiculturales.
Es muy preocupante que el presidente López Obrador asuma la facultad de decidir si es correcto que los productores exporten azúcar o si la industria de alimentos puede importar edulcorantes (que él llama “edulcerantes”).
La función del Gobierno no es decidir qué deben producir los productores o qué adquirir los consumidores, sino dar seguridad a todos para que puedan tomar sus decisiones en libertad. Los pobres, a propósito, son los que más se benefician de que haya endulzantes más baratos.
“Hoy la línea divisoria no está entre izquierda y derecha, sino entre globalistas y patriotas”, afirma Marine Le Pen, líder de la ultraderecha francesa.
Quizá la línea se encuentre más bien entre defensores de la libertad y promotores del Estado autoritario. La defensa del patriotismo, el “America first” o el “México primero”, suele ser una simple excusa para violar los derechos
individuales.
Fosa clandestina
Alejandro Encinas tiene razón. México “se ha convertido en una enorme fosa clandestina”, pero la culpa no es del neoliberalismo, como afirma AMLO, el conveniente actual responsable de todos los males del país, sino una fracasada guerra contra las drogas.