¿AMLO también pondrá al presidente del PRI?
Ante el panorama que se vive hoy con la mayoría de los gobernadores del PRI, preguntaría el cantor tamaulipeco: adónde está el orgullo, adónde está el coraje.
Es que la disciplina y la decisión de algunos gobernadores priistas impidieron, para bien o para mal, que ese partido desapareciera luego de su histórica derrota en el año 2000.
Ahora, luego de la pérdida del poder en julio, van camino a lo contrario: los gobernadores, en su lucha por ser el más obsequioso con el Presidente, empujan para enterrar definitivamente al partido que les dio todo.
Donde mayor decisión mostró el priismo para evitar su aniquilación a nivel nacional en los años posteriores al 2000 fue en el Estado de México.
Asumieron su responsabilidad, se echaron el PRI al hombro y crearon una estructura para dar la batalla electoral en todo el país.
Jamás le faltaron el respeto al presidente Fox ni al presidente Calderón (salvo Humberto Moreira), pero fueron firmes cuando debieron serlo.
Si Martha Sahagún iba al Estado de México en época electoral a hacer campaña, desde Toluca se le decía públicamente: fuera manos.
Y ahora, ¿qué pasa en el Estado de México?
Hace un par de semanas el presidente López Obrador demandó el voto de priistas y panistas para crear la Guardia Nacional militarizada, porque “los gobiernos anteriores no atendieron las causas que generan la inseguridad y la violencia”, es decir, no combatieron la pobreza.
De inmediato el gobernador mexiquense, Alfredo del Mazo, pronunció un discurso de respaldo total al Presidente de la República y su Guardia Nacional.
Le exigieron el apoyo a patadas, y se inclinó.
Ni siquiera hubo el ánimo para reivindicar que en el sexenio anterior dos millones de mexicanos salieron de la pobreza extrema.
Y mucho menos planteó que, junto con su apoyo, iba una solicitud de rectificación a medidas de gobierno que nos van a hacer crecer al menor porcentaje desde hace dos décadas.
Les quitaron el aeropuerto en Texcoco y se cuadran con el que mandó destruir esa megaobra.
En el Estado de México asuntos importantes se arreglan con la superdelegada en esa entidad, y próxima gobernadora, Delfina Gómez.
Se entiende la posición difícil del mandatario mexiquense, como no la tuvo ninguno de sus antecesores, pero hay formas.
Los gobernadores priistas tiemblan ante López Obrador.
Presionaron a sus diputados para aprobar una Guardia Civil militarizada, o como sea, pero la que pedía el Presidente.
El gobernador de Coahuila, Miguel Riquelme, salió a decir, luego de las cachetadas verbales que les propinó AMLO para exigir su respaldo, que apoyaban la militarización del país.
Dijo que no importaba si los militares tomaban las riendas de la seguridad interior porque a fin de cuentas el mando del Ejército y la Marina recaía en un civil: el comandante supremo, es decir, López Obrador.
Afortunadamente hubo decoro y en el Senado se presionó y se cambió el proyecto del Ejecutivo.
Y el gobernador de Campeche, Alito Moreno, para ser presidente nacional del PRI hace méritos… con AMLO.
¿También López Obrador va a designar al presidente del PRI?
¿Van a permitir los priistas diluirse en el papel de satélites de un gobierno autoritario que destruye lo que en buena medida ellos construyeron?
¿No hay una forma más decorosa de morir, si ese es el destino?
Alito Moreno se destapó como aspirante a la dirigencia nacional del PRI luego de reunirse con el Presidente en Palacio Nacional el jueves 14 del mes pasado.
Dijo a los reporteros: “el PRI requiere un líder, no un burócrata. No quiere a una persona que no conozca a nuestro partido”.
Sí, tal como se lee: Alito Moreno se considera “un líder”.
Tal vez lo sea de manera potencial, pero si lo paran en una calle de Hermosillo o Coyoacán no lo reconoce nadie en todo un día.
Esa condición de “líder” se gana con años de trabajo, servicios al país o a una causa, no haciendo antesalas en Palacio Nacional.
Gobernadores entregados al Presidente.
Pusilánimes y sin proyecto más allá del personal.
El Presidente, si le da la gana, les va a poner al próximo dirigente nacional.
Y ellos, los gobernadores, van a terminar de enterrar al PRI, para que pase Morena rumbo a su permanencia indefinida en el poder.