El #MeToo, o el derecho a denunciar
La noticia provocó una conmoción nacional: el bajista fundador de la banda de rock Botellita de Jerez, Armando Vega Gil, se suicidó el lunes luego que una mujer lo denunció por acoso sexual hace dos lustros a través del colectivo #MeTooMusicosMexicanos. Las reacciones fueron de luto y lamento, de escarnio y odio. Los apoyos y las críticas fluyeron, en buena parte enfocadas al anonimato tras el que se escondió la mujer. Una denuncia sin dar la cara, se puede argumentar, carece de valor civil. Quien se oculta, ¿cómo sustenta su denuncia más allá del dicho? Pero al mismo tiempo, como dijo una colega periodista, “creo que es un proceso necesario, que así como en el anonimato hay denuncias, también hay un reconocimiento privado y personal de violencia. Eso es un granito de arena para que las sociedades cambien”.
El hashtag #MeToo fue fundado por la activista estadounidense Tarana Burke en 2006, luego de que tuvo una conversación con una jovencita de 13 años que abrió su experiencia de abuso sexual por parte del novio de su madre, narró en 2017 el periódico The New York Times. El fenómeno explotó en octubre de 2017, cuando la actriz Alyssa Milano escribió en Twitter: “Si han sido acosadas sexualmente o atacadas, escribe ‘yo también’ y replica este tuit”. Milano no conocía a Burke ni que había acuñado ese hashtag –tan pronto como se enteró le dio el crédito–, pero recibió más de 66 mil réplicas de usuarios en la red. Ese mismo mes, Javier Poza entrevistó a la actriz mexicana Karla Souza en Radio Fórmula, y le dijo que se había ido de México porque había sido víctima de acoso sexual por parte de productores y directores mexicanos. Su denuncia pública no tuvo consecuencias inmediatas porque no quiso identificar al acosador –hasta después fue identificado independientemente y perdió su trabajo.
El suicidio de Vega Gil, por su prominencia y fama pública, disparó el debate y se enfocó en el recurso del anonimato. La denuncia se hizo a través del colectivo, del que se desconocen su demografía y fundadoras/fundadores. Esta variable parece importante resaltarla. Una revisión empírica de las respuestas por la muerte de Vega Gil sugiere un conflicto intergeneracional, predominante en las millennials, que están de acuerdo en el anonimato, mientras que generaciones mayores, o voces masculinas, critican que no den la cara y que la denuncia se quede en las redes sociales.
“Dicen que las denuncias en redes no sirven para nada”, agregó la colega periodista. “¿Las denuncias formales sí? El país del 97 por ciento de impunidad, ¿está defendiendo eso?... (En) los chats de mujeres (hay un) nivel de miedo y hartazgo. El tema no distingue países, edades, dineros. Es en un momento en el que estamos reconociendo mucha violencia innecesaria por todos lados, hacia los animales, el medio ambiente en general y entre nosotros. En medio de todo eso, estamos reconociendo poco a poco las situaciones de privilegio, y entendiendo que lo tenemos normalizado.
“Me parece que los MeToo original vienen de pechos doblemente cansados. Si ser mujeres es complicado, ser mujer negra debe ser un infierno y, como siempre, se los han apropiado quienes tienen más reflectores, o las víctimas atípicas porque ellas antes no quejaban. Por un lado, está bien desmitificar que en las clases altas y blancas no hay violencia, y por otro pienso que le quitamos voz a quienes con trabajo extra la alzaron. Ha sido a través de redes sociales porque son el espacio más horizontal. Quizá diga obviedades, pero los sistemas de justicia mundiales son supermisóginos. No creo que sea culpa de nadie, así lo aprendimos y aquí hay un espacio donde en segundos tienes apoyo de miles que se sienten igual”.
Otra colega, de diferente generación, opinó: “Para mí, el MeToo es otra modalidad de linchamiento. En el #MeToo original la víctima tenía cara y nombre e iniciaba un proceso igual. Lo de México es una locura. Cualquier persona, en especial figuras públicas, están expuestas a quedar marcadas de pederastas y violadores. Es un tema muy sensible el de los abusos, pero también el linchamiento. En el linchamiento físico matan y queman a las víctimas. Ahora desprestigian y marcan a los indiciados en una oscura Nueva Inquisición, donde el acusador es anónimo”.
La colega millennial retomó: “Me parece que es el primer paso para otras cosas, que va a ser un relajo y va a tener errores, como todo movimiento, pero que era necesario. Así como la desigualdad ya es insostenible, tener a la mitad de la población sometida psicológica o físicamente también. Es necesario en esta primera etapa. Hasta que no se garantice la seguridad de la denunciante y el alto a la impunidad, yo no le veo sentido a que las mujeres se expongan doblemente a las redes sociales, que ya vimos cómo reaccionaron; la reacción más violenta (fue contra) la persona que denunció”.
El movimiento #MeToo, dicen en su página web, nació para apoyar a quienes sobrevivieron la violencia sexual, empoderándolas a través de la empatía y la acción comunitaria. #MeToo le dio voz a la gente, y la animó a denunciar sus experiencias. La expresión de los múltiples #MeToo surgidos en México parecen radicales para unos y reivindicativos para otros. Pero necesitábamos este sacudimiento, tras ver la indiferencia de muchos. Sólo entre 2014 y 2017 en la Ciudad de México, las denuncias se incrementaron en 433 por ciento, y no había pasado nada. La sociedad se está moviendo. Ahora requerimos de inteligencia, filtros para las denuncias y verificación, para que este despertar no nos lleve de regreso a las tinieblas.