La ‘revolución’ en los sindicatos
La profundidad del cambio que podría traer en México la reforma laboral que fue aprobada por los diputados el jueves pasado, no se ha calibrado correctamente.
Permítame hacer un poco de historia para dimensionar la trascendencia de ese cambio.
En gran medida, el verdadero constructor del Estado mexicano fue Lázaro Cárdenas.
Tras llegar a la Presidencia de la República se deshizo del ‘hombre fuerte’, Calles, que pretendía convertirse en el poder real y reorganizó el poder político, basando al PRM, que sustituyó al PNR fundado por Calles, con una estructura de cuatro sectores: obrero, campesino, popular y militar.
Al paso de los años, la urbanización del país quitó protagonismo al sector campesino; el sector popular nunca acabó de integrarse; el sector militar desapareció. Y, en contraste, el sector obrero se convirtió realmente en la base social más importante del partido en el poder y del Estado mismo.
Fidel Velázquez, como nadie, fue el retrato de esa simbiosis entre el poder y los sindicatos.
Desde la década los 30 se convirtió en el gran poder de la principal central sindical, la CTM, y desde 1941 (con una breve ausencia de 1947 a 1950) fue líder de esa central hasta su muerte, en 1997.
Por más de medio siglo, Don Fidel, como se le llamaba en las últimas etapas de su vida, fue expresión de un poder que se hacía sentir, por ejemplo, cuando cada presidente designaba a su sucesor. Generalmente, era Don Fidel el encargado de revelar el nombre.
Los trabajadores sindicalizados obtuvieron por muchos años ventajas de ese acuerdo. Pero a costa de que la vida democrática de los sindicatos desapareció, salvo en los casos de disidencia, que mayormente terminaban en encarcelamientos de quienes se atrevían a disentir.
A raíz de la muerte de Don Fidel, la CTM fue debilitándose. No fue casual que la primera derrota del PRI en una elección presidencial ocurriera tres años después del fallecimiento del líder obrero.
Sin embargo, ni la vieja estructura sindical hizo crisis ni tampoco emergió una nueva en las últimas dos décadas. Y seguimos sin democracia en los sindicatos.
El eje de la reforma laboral aprobada la semana pasada (aunque tenga otros componentes) es la instalación legal, y con múltiples procedimientos de aseguramiento, de la vida sindical democrática.
El problema que existe es que no tenemos en México esa cultura.
Por eso es que algunos han visto como uno de los escenarios posibles más bien el crecimiento de nuevos grupos de dirigentes, los que se logren adaptar más a las nuevas reglas del juego, más que la democracia misma.
En los próximos años veremos procesos de elección de dirigencias en la totalidad de los sindicatos y quizás veamos la sustitución de líderes que han estado en sus puestos por décadas.
Sería ingenuo creer que no habrá trastornos en las relaciones laborales. Cuando se da un cambio como el que va a tener lugar en México, se rompen hábitos y cultura, y eso va a sacudir a las relaciones entre empresas y trabajadores.
Va a ser necesario que todos los actores que participan de estas relaciones tengan la madurez para entender que se estará cambiando una de las bases del Estado mexicano: el poder sindical.
Ojalá realmente tengamos democracia y no entremos a una fase más de la simbiosis entre el poder político, pero ahora con una nueva estructura sindical, vinculada a Morena.