El Presidente está empeñado en que sus grandes proyectos sean “decididos por el pueblo” mediante peculiares y poco fiables consultas públicas.
Una de las primeras fue la que dio la puntilla al nuevo aeropuerto de Ciudad de México en Texcoco y que dejó sin empleo como a 45 mil trabajadores que habían construido un tercio de la obra. Otra con igual procedimiento fue para echar a andar la termoeléctrica de Huexca. Una más, sobre el ferrocarril transístmico, la confirmó a mano alzada en un mitin el propio López Obrador en Juchitán: “De una vez les digo a los del partido conservador y a los fifís, ya se hizo la consulta del proyecto del Istmo, y la gente, porque el pueblo es sabio, nos dio su confianza, nos apoyó en la consulta, dijo que sí al proyecto de desarrollo para el Istmo de Tehuantepec pero, como aquí estamos en una asamblea y hay de todas las corrientes de pensamiento y de todos los partidos, ¿por qué no hacemos aquí una consulta...?”.
Y queda una pendiente para el Tren Maya.
Del plan Santa Lucía, el Presidente dio cuenta y celebró una consulta cuya realización y método se desconoce pero, sea cual fuere el procedimiento, lo único que puede colegirse es que los opinantes no representan a las comunidades implicadas (a niveles local y nacional) ni contaron con lo principal: la información precisa, concisa y maciza que avale cruzadas de boleta o manos levantadas. Sobre este proyecto aeroportuario, la que se hizo resultó ser la única entre 20 localidades con poblaciones que debieron ser tomadas en cuenta.
Todos los proyectos referidos representan una maraña de complejidades, la más notoria para el nuevo aeropuerto, y lo que se ha dado a conocer fragmentariamente contrasta con la espectacular y convincente presentación que hicieron los arquitectos Norman Foster y Fernando Romero cuando exhibieron lo que pensaron podía levantarse en Texcoco.
Para el de Santa Lucía, como el mismo López Obrador tuvo que reconocer, apenas está diseñándose el proyecto ejecutivo y ni siquiera se cuenta con el estudio de impacto ambiental.
Respecto al tren transístmico (en realidad la adaptación de los tendidos de las vías instaladas desde el siglo pasado), teóricamente muy competitivo del Canal de Panamá, solo cabe imaginar a un activista de la CNTE plantado cada diez o 20 durmientes para que nunca satisfaga las expectativas. Y su primo cercano, el Tren Maya, deberá sortear la oposición de ambientalistas y comunidades por las que correrá en Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo.
Más allá de lo financiero, antes que ninguna de las otras, de la vialidad de operación que tienen estas obras la única con sentido seguro (y solo si la resistencia local no lo impide) es la termoeléctrica en Morelos que, paradójicamente, dejó hecha y derecha el neoliberalismo y la quiere y puede aprovechar la cuarta transformación...