La marcha del domingo
El país va por mal camino y un sector de la población ha comenzado a ver el callejón obscuro al que México está entrando.
No hay tiempo que perder, han dicho, y el domingo algunos miles de ellos salieron a las calles a manifestar su descontento.
López Obrador no ha logrado atemorizar a las clases medias ni someterlas con el peso de su respaldo popular que irá cayendo a medida que más voces adviertan que el emperador va desnudo.
Marcharon los ciudadanos más activos en la resistencia contra la aplanadora de Morena.
Reprocharon públicamente las ocurrencias de un gobierno que no genera confianza en los inversionistas (95 por ciento cree que no es buen momento para invertir en México, según encuesta de Banxico).
Protestaron porque saben que eso va a pegar en consumo, en empleo, en desarrollo, en bienestar.
El gobierno pudo ver el domingo a gente que no está de acuerdo con sus onerosas obsesiones como la refinería y el Tren Maya.
Le dijeron a AMLO que fue un error cerrar el aeropuerto de Texcoco.
Que la lucha entre “liberales” y “conservadores”, que pretende reeditar, tuvo lugar en el siglo antepasado y que ahora se trata de su peculiar ideología versus sentido común.
Le dijeron que su forma de rescatar Pemex está equivocada y la vamos a pagar a un alto costo.
Que frenar la inversión productiva del gobierno para entregar el dinero personalizado no genera desarrollo.
Le dijeron lo que muestran los números y pronto se sentirá en los bolsillos y en el ingreso familiar: la economía va mal.
Al Presidente le exigieron más seguridad pública y menos retórica.
Fue sorpresivo saber que hay voces que se expresan sin miedo contra una presidencia todopoderosa que doblega partidos, instituciones autónomas, ministros, magistrados, dueños de medios de comunicación y gobernadores.
El domingo vimos el embrión de lo que puede ser un vasto movimiento social surgido como respuesta a la polarización a que induce el Presidente de la República.
Todos los días, él, que debería unir y gobernar para todos, insiste en dividir a los mexicanos entre “los de arriba y los de abajo”, el pueblo bueno y los fifís, los “conservadores” y los progresistas.
Los que disienten de él no son ciudadanos que tienen distinto parecer, críticos u opositores, sino “adversarios”, “corruptos”, “privilegiados por el antiguo régimen”.
Pues fíjense que no. En la marcha había burócratas despedidos o con amenaza de despido.
Asistieron médicos preocupados porque no les pagan.
Derechohabientes inquietos por la falta de medicinas en los hospitales públicos.
Mujeres molestas porque cerraron las estancias infantiles donde dejaban a sus hijos en manos profesionales, y ahora se los encargan a algún pariente desempleado que los sienta a ver tele todo el día.
A la marcha fueron personas que pagan sus impuestos, su recibo de luz, no pintarrajean paredes con insultos, no queman autobuses ni destruyen edificios públicos.
No los llevó ningún líder con la amenaza de quitarles el empleo, el terreno irregular, la pensión o el apoyo que les da el gobierno.
A pesar de no tener organización, ni voces conocidas que convocaran, y sin una demanda central o hecho concreto que la haya detonado, la marcha del domingo en seis estados fue un éxito.
El éxito, en este caso, no se mide por el número de asistentes, sino por la capacidad de reacción de un sector de la clase media y el valor de salir a la calle cuando se ve el destino del país amenazado.
Tan fue una expresión desarticulada, que hubo quienes incluyeron como demanda la renuncia del Presidente… que aún no tiene seis meses en el cargo.
Sería mejor que rectifique, pero radicales hay en todos lados.
Hasta ahora sólo el dirigente opositor Andrés Manuel López Obrador había exigido que renuncie el presidente, cuando gobernaban Calderón y Peña Nieto.
Radicalismos aparte, lo que vimos el domingo se repetirá con mayor frecuencia y cada vez serán marchas más numerosas.
Mientras más polarice el Presidente, más gente va a reaccionar.
Mientras más avasalle Morena –como seguramente lo hará en las elecciones del próximo mes–, más alertas se encenderán en el país.
Un sector de la población no le va a dejar la vía libre a Morena para que imponga su versión de la justicia por encima de la ley.
Que imponga el pensamiento único.
Que fomente el odio a los críticos.
Que haga del resentimiento social un factor para la enemistad entre mexicanos.
Que destruya lo bueno por el sólo hecho de que no lo hicieron ellos.
Sería fantástico que el gobierno rectificara, corrigiera, pero no va a ser así.
Cuando la situación económica y política se compliquen, la inseguridad los rebase –porque se va a complicar y la violencia delictiva ya los está rebasando–, los seguidores del Presidente harán marchas multitudinarias en todo el país, con más gente, para culpar a los neoliberales, conservadores y fifís de las crisis que están creando.
Y en respuesta tendremos más marchas como la del domingo, pero numerosas y organizadas.
El Presidente nos metió en la polarización para inhibir a los disidentes, a las minorías.
Pero el domingo pudo ver que hay gente que no le tiene miedo a su presidencia todopoderosa.