“Podéis ir en paz” –concluye el obispo de Cuernavaca monseñor Ramón Castro Castro, bendiciendo a los feligreses con la mano en alto aunque inconforme con la seguridad de Morelos-, “la misa ha terminado”. Y el señor José Manuel Sanz Rivera, jefe de la oficina de más largo nombre en el gobierno del estado, además de ser el primero de a bordo en términos de mando único estatal, se persigna fervoroso y con la cabeza inclinada y el alma llena de sosiego, al menos por un rato, sale a la cálida mañana de la ciudad de la Balacera Eterna.
Ya con el alma bien purificada, en entrevista de banqueta fuera de la catedral, el señor Sanz Rivera convoca a la población, con pecho ronco y erudito, a salir a las calles sin miedo. “No nos asustemos, hay que dar la cara a la violencia porque no nos pueden amedrentar” –dice con tono didáctico. Y lo dice en serio, porque quizá voluntad no es lo que falta al gobierno en turno, sino darse cuenta de que no se dan cuenta de la magnitud de tragedia que vivimos los morelenses.
Claro que habrá que ser pacientes mientras el referido diseña una guía procedimental sobre cómo engallarse contra el crimen sin arma de fuego, de modo que los ojotes (y ojetes) criminales se admiren del tamaño de nuestros tanates aun cuando nos pongan la boca del cañón entre madre, ceja y oreja. “¡Apriétale, cabrón!” –diríamos. Que perciban los malandros que los buenos somos descendientes del Cuauhtémoc aquél que ni gestos hizo cuando le chamuscaron las patas embarradas de pólvora. (Esto no consta en la historia, desde luego, pero poéticamente refleja la entereza de uno de los héroes más emblemáticos de México).
“El ocultarte y encerrarte en un sitio sólo conduce a perder esa guerra que estamos enfrentando…” –continúa intrépido y motivador Sanz Rivera en los medios de comunicación local. “… y ésta se tiene que dar de frente, disfrutando de los espacios públicos con nuestras familias”. Y vaya si tiene razón el hombre. Esto es justo lo que deseamos los morelenses desde hace tiempo.
No sé… a lo mejor un tipo de guía que nos orientara sobre cómo envalentonarnos ante la adversidad aunque pequemos de temerarios. Por ejemplo: (a) Si usted está en la necesidad de ir al centro de la ciudad, no desayune mucho; así, si tiene que escapar corriendo a la velocidad del joven sicario Maximiliano, que hasta se fue de cuernos en la escalinata de Correos, se sienta usted tan ligero como para superarlo; (b) Tómese luego un calmante, y sentado en flor de loto bajo la ducha, cierre los ojos contra el techo y las lágrimas de la regadera, y repita profundamente: “A mí nada me sucederá como a las víctimas del zócalo o los empleados del Cefereso; y si acaso…ya ve usted que la vida tiene su lado de fatalidad aunque no nos guste, lo tomaré por el lado filosófico pensando que de todos modos algún día inevitablemente habré de morir; qué más da la fecha.
Igual cabría aquí comentar al jefe de la oficina mayor que su recomendación es más que incongruente, porque la delincuencia, especialmente en materia de asesinatos, sí que ha podido y continúa amedrentándonos cada vez con más brutalidad y a cambio de nuestra mayor indefensión. Incluso iría más lejos con el calificativo: “Estamos aterrados, señor Sanz, no solamente temerosos como lo percibe usted.
No cabe duda que el gobierno estatal actual hace todo peor que el ex gobierno del mal nacido Graco Ramírez. El equipo de Cuauhtémoc II incluso mejora la “nueva visión” de los que todo lo veían bonito. O cómo interpretar la declaración de José Antonio Ortiz Guarneros, comisionado de la Seguridad Pública de Morelos, al presumir, en la primera conferencia de prensa el mismo día del doble asesinato del Centro Histórico. Ahí, a cámara abierta, el hombre expresó que la seguridad pública funciona tan maravillosamente que acababan de atrapar al sicario Maximiliano tras el porrazo desafinado que se dio al bajar la escalinata de Correos.
Caray, mucho más mal se vería el gobierno de Cuauhtémoc II de no haber atrapado a Maximiliano en pleno Centro Histórico a las diez de la mañana. Aunque claro, en algo contribuyó el porrazo. Preocupa por eso la estrategia de “no sea sacón, no se esconda; saque las narices a la calle aunque le desbaraten el perfil azteca con munición de alto calibre”. Preocupa que a todas luces el gobierno de Cuauhtémoc muestre la inverisimilitud del realismo mágico y una impericia evidente en materia de seguridad.
Con todo respeto le reitero, señor Sanz: “¡No, no tenemos miedo; tenemos pavor!
¿No le suena a usted eso normal?