La gran omisión: integración nacional
Entre 1993 y el 2018 ocurrió un ‘milagro mexicano’. No siempre lo hemos querido ver. A muchos no les gusta… pero eso no cambia la realidad.
En ese lapso de 25 años, las exportaciones de manufacturas se multiplicaron por casi 10 veces.
La tasa anual promedio de crecimiento fue de 9.0 por ciento, cuando la economía apenas creció a poco más de 2 por ciento.
No hay una serie tan larga para los datos estatales. Pero, hasta donde las estadísticas alcanzan, por ejemplo, el estado de Querétaro creció a una tasa anual de 4.3 por ciento en promedio durante los últimos 15 años.
Más que duplicó el crecimiento nacional, impulsado por las manufacturas.
Ese enorme y muy prolongado impulso exportador tuvo una gran omisión: no tuvo capacidad para arrastrar a la economía.
La razón es que, en gran medida, careció de la integración que le permitiera jalar a otros sectores.
A partir de 2003, el INEGI publica una serie sobre el valor agregado de exportación de la manufactura global.
El dato más reciente corresponde al 48.7 por ciento. Esto quiere decir, que el 51.3 por ciento del contenido de las exportaciones manufactureras es importado.
El dato más antiguo corresponde a 2003, en ese año el porcentaje nacional fue de 38.6 por ciento y el importado de 61.4 por ciento.
Es positivo que en 15 años se hayan aumentado 10 puntos de contenido nacional.
Pero pudieron y debieron ser muchos más puntos.
Sin embargo, en México, la visión ortodoxa que guió muchas de las políticas de los sexenios anteriores consideraba un anatema cualquier esquema que pudiera favorecer al productor doméstico sobre los foráneos.
Los países más exitosos como China, Singapur, Corea del Sur… o los Estados Unidos, echan mano de instrumentos de política industrial para favorecer a sus productores.
Pero en México no se podía. Era intervencionismo, limitaba la competencia, conducía a un uso ineficiente de los recursos, y un largo etcétera.
Hoy, ha llegado una administración que por lo menos planea asignar diferenciadamente los recursos para impulsar la formación de cadenas de valor en la industria exportadora global, aprovechando los casos exitosos.
Por ejemplo, un caso aparte en México lo representa la industria del automóvil.
Su porcentaje de integración nacional es ahora de 67 por ciento.
Pero, por ejemplo, en el subsector de componentes electrónicos, es del 26.4 por ciento; en el de equipo de audio y video, es apenas de 20.1 por ciento; de 18.6 por ciento en computadoras; o de 12.1 por ciento en equipo de comunicaciones.
Es bien sabido que diversos empresarios globales, cuando instalan inversiones, amarran a sus proveedores.
Y, ha sido muy débil la política pública para que los proveedores de los grandes exportadores sean locales.
Los casos exitosos, como la industria del automóvil, han traído a proveedores que se han instalado en México.
Hoy lo que se requiere es que los proveedores y los proveedores de los proveedores, es decir, la cadena de valor completa tenga más empresas mexicanas.
Bancomext, por ejemplo, tiene una nueva filosofía y muchos recursos.
Lo que se requiere son empresarios que quieran subirse al tren exportador como proveedores de los grandes.
Y para ello, se requiere un esfuerzo de persuasión y educación, que no se ve aún en el gobierno.
El hacerlo puede ser la diferencia entre un crecimiento excluyente, del porcentaje que sea, y uno de que finalmente cubra la gran omisión que cometimos por muchos años.