Misma obligación
La comadre le hizo una íntima confesión a su compadre: "Todas las noches me sueño desnuda". Respondió él: "A mí me sucede lo mismo". Inquirió la comadre: "¿Todas las noches se sueña desnudo?" "No -precisó el compadre-. Todas las noches la sueño desnuda a usted"... Cuando llega la pasión, hasta la piedra es colchón. Aquel salaz ejecutivo conocido nuestro, don Algón, sintió de pronto en su oficina el ignívomo impulso de la carne. Movido por ese rijo incontenible llamó a su secretaria Rosibel, con quien tenía tratos de fornicio. Se despojaron ambos de sus respectivas vestes y sobre la cubierta del escritorio del magnate procedieron a consumar el antiquísimo rito natural. Pero ¡oh desgracia! Por causa de la calentura erótica don Algón había olvidado cerrar la puerta con seguro. Se abrió de pronto y entró la esposa del ejecutivo. Por encima del hombro la vio él y apresuradamente le dijo en voz baja a su secretaria: "Es mi mujer. Actúa con naturalidad"... Doña Tebaida Tridua, censora de la moral pública y privada, fue con una amiga al Museo de Arte Moderno. Ahí vieron un cuadro abstracto. Lo miró doña Tebaida con atención profunda y luego le dijo a su compañera: "No puedo determinar exactamente qué es, pero estoy segura de que en esta pintura hay algo obsceno"... Pomponona, mujer en flor de edad, casó con don Calendo, señor ya muy entrado en años. Ella estaba ansiosa de disfrutar los goces de himeneo, pero el provecto galán se mostraba omiso en el cumplimiento de eso que el Código Civil nombra "débito conyugal". Un día Pomponona le dijo a su vecina doña Frigidia: "Voy a divorciarme de mi marido. Me hace el amor cuatro veces al año". "Tienes razón al separarte de él -manifestó Frigidia-. A ninguna mujer le gusta estar casada con un maniático sexual"... Doña Chola vendía gorditas en la estación del ferrocarril. Las tenía de papa, de picadillo y de frijoles, y las daba a 20 centavos cada una. Cierto día llegó en el tren un elegante pasajero. Vestía terno de casimir inglés; calzaba relucientes botines de charol y se cubría con un finísimo sombrero Stetson de aquellos que se llamaban "de cinco pores", pues estaban marcados con cinco X. Desde la ventana del vagón el curro señor le preguntó a doña Chola a cuánto daba las gorditas. Nosotros ya lo sabemos: a 20 centavos. Pero el tipo se veía catrín, y de posibles, de modo que con la mayor desfachatez le respondió Cholita: "Cuestan a un peso cada una". El sujeto no mostró asombro por la evidente carestía. Le dijo: "Me da tres". Ella puso las gorditas en un papel de estraza y se las alargó por la ventanilla. El hombre las disfrutó ahí mismo, en su asiento, mientras abajo Cholita esperaba a que su adinerado cliente acabara el condumio y le pagara. Terminó su colación el individuo y se limpió parsimoniosamente los dedos y los labios con el papel de estraza. Pero no daba trazas de llevarse la mano a la cartera. El tren empezó a andar. Y Cholita: "Señor, págueme". El tipo volvió la vista a otro lado. "¡Oiga, mi dinero!" El catrín le dio la espalda; el tren cobró velocidad y se marchó. Quedó Cholita en medio del andén. Hecha una furia le gritó al sujeto: "¡Desgraciado! ¡Pero al cabo que te las di bien caras!" A regañadientes, mal de su grado, nuestros legisladores aprobaron la iniciativa llamada "3de3". Sin embargo impusieron a los empresarios -desde los enormes, grandes y medianos hasta los pequeños, mínimos y milimétricos- la misma obligación que la iniciativa original imponía solamente a los funcionarios. Mohínos y con enojo dijeron lo mismo que gritó Cholita: "¡Pero al cabo que te las di bien caras!" (Dicho sea sin segunda intención)... FIN.