Un túnel bajo la calle de Guatemala
Al salir de las profundidades del Templo Mayor, y volver a la superficie, escuché la música lejana de un organillo. Me sentí profundamente cansado. Le pregunté al arqueólogo Leonardo López Luján si a él le ocurría lo mismo. Su respuesta fue sorprendente:
—Claro que estás cansado. Estuviste en 1519. Allá abajo es 1519, ahora estamos de vuelta en 2019, y esta clase de travesías son muy malas para el corazón.
Habíamos caminado por debajo de la calle de Guatemala hasta el túnel en el que López Luján cree que se encuentra la tumba de Ahuízotl, el noveno Huey tlatoani de los mexicas, que gobernó Tenochtitlan entre 1486 y 1502.
De camino a la tumba atravesamos 500 años de vestigios. Había, por ejemplo, varios fragmentos del piso de azulejos que decoró alguna vez la casa del Mayorazgo Nava Chávez. Las columnas —rotas— que en el siglo XVI sostuvieron la casona del conquistador Montecinos.
Más abajo estaban los primeros peldaños del Templo Mayor: las escalinatas por las que subió Bernal Díaz del Castillo, y por las que cientos, acaso miles de personas, fueron llevadas al sacrificio.
En 1993 fue demolida la Casa de las Ajaracas, una construcción que fue catalogada como monumento histórico y artístico. El abandono y los sismos llevaron a la construcción hacia un derrumbe inminente. Las piedras de la fachada fueron numeradas y trasladadas a las bodegas del Templo Mayor.
Los arqueólogos llegaron al lugar como moscas atraídas por la miel. Sabían que la vieja casona estuvo situada en un punto clave: la base del Templo Mayor, el corazón del centro ceremonial mexica.
En octubre de 2006, al pie del templo, fue hallada una enorme lápida cuadrangular. Era la diosa Tlaltecuhtli. A los arqueólogos se les enchinó la piel. Tlaltecuhtli tenía en una de las manos el signo Diez Conejo, que corresponde al año 1502. Precisamente el año en que murió Ahuízotl, a consecuencia de un golpe en la cabeza. La lápida se localizó justo en la etapa constructiva correspondiente al tiempo en que este soberano gobernó.
En cuarenta años de excavaciones en la zona, no se han hallado nunca las tumbas de los gobernantes mexicas. Los aztecas incineraban sus restos precisamente al pie del Templo Mayor, en el monumento conocido como Cuauhxicalco. Pero el depósito de las cenizas no ha sido encontrado. Ahuízotl tenía que estar muy cerca de la Tlaltecuhtli: las crónicas mencionan que fue incinerado y depositado en una olla frente al templo.
En 2015, el responsable de la excavación, Leonardo López Luján, hizo un descubrimiento inédito bajo la calle de Guatemala: localizó el primer túnel del que se tiene registro en el centro ceremonial mexica.
El túnel está a menos de 20 pasos de la escalinata del templo. Lo habían sellado con una piedra de tres toneladas. Alrededor, fueron apareciendo ofrendas diversas. Objetos del inframundo, como conchas, caracoles, erizos, corales, peces, tiburones, rémoras. Objetos de la costra terrestre: lobos, linces, jaguares, pumas. Objetos del cielo: toda clase de aves, y de águilas reales.
Aparecieron también una urna funeraria, con el esqueleto de un jaguar al que habían vestido como guerrero, y el esqueleto de un niño decapitado, al que ataviaron con los emblemas de Huitzilopochtli, el dios de la guerra.
Ahuízotl fue uno de los tlatoanis más combativos. López Luján tiene la certeza de que estas ofrendas hacen alusión a él: parecen confirmar que su tumba se halla en las cercanías.
Camino detrás de López Luján, pisando nada menos que el suelo de Tenochtitlan. Enchina la piel pensar en quiénes caminaron por ahí. Miramos las ofrendas recién descubiertas, en donde resplandece lo que tanto anhelaron los conquistadores: algunas piezas de oro.
López Luján dice que el túnel conduce a dos cámaras cerradas: se trata de un estrecho pasaje, que lleva directamente a la parte central del Cuauhxicalco.
Alrededor veo cables de Telmex, cañerías del tiempo de don Porfirio, restos de mayólica del siglo XVI: veo el sustrato de la ciudad, apoyado en la ciudad prehispánica.
Ahí podrían estar los restos de los gobernantes mexicas. Lo que los arqueólogos han buscado en vano durante más de 40 años.