La buena, que ayer no comenzó el cobro de aranceles. La mala, que la amenaza queda en puntos suspensivos y persiste la extorsión: si entre 45 y 90 días México no reduce a satisfacción de Trump el flujo migratorio, el imperio contraatacará. La última y más indeseable opción será que le hagamos el trabajo sucio convirtiéndonos en “tercer país seguro”.
El gasto que la tarea entraña impactará sustantivamente la política social y de obras de la 4T.
Se entiende ya la críptica alusión al “oscuro favor” y los tratados de Bucareli que hizo el sábado Porfirio Muñoz Ledo en el insensato mitin de Tijuana donde, como es cada vez más obvio, nada justificó los gastos pero sobre todo el espíritu de victoria que se le imprimió.
Con todo el riesgo a su imagen, es de comprenderse que el canciller Marcelo Ebrard no echara a perder desde el templete la fiesta del sábado y que fuera en la mañanera de ayer que expusiera con crudeza lo comprometido (lo que no se entiende es que su jefe se dijera “contento y feliz” con el acuerdo en Washington).
Este lunes aquí aventuré que tal vez a la delegación que encabezó no le quedaba de otra. Lo sigo pensando.
Por más que ni López Obrador se cree aquello de que no será “el poder de los poderes” (al menos en dos ocasiones, con el puño cerrado, ha dicho ufano: “Tengo las riendas del poder en mis manos”), y a pesar de que su aversión “al neoliberalismo” le ha llevado a sostener que jamás acatará imposiciones desde el extranjero, en este caso su gobierno y gobernados estamos contra la pared, resistiendo y resintiendo la embestida del machuchón de la mayor potencia del mundo.
Si se le ve sin prejuicios patrioteros, lo que Ebrard consiguió es algo para nada desdeñable que trataré de explicar comprimiendo un delicioso cuento:
Cuando era llevada en andas, la reina descorrió su velo y cruzó la mirada con la de un campesino impresionado por su belleza que no pudo resistir lanzarle un piropo. La guardia real lo aprehendió y llevó a una mazmorra donde había otro detenido. Se le informó que el rey ordenó fuera decapitado el siguiente domingo. Por el compañero de desgracia supo que el monarca quería tanto a su corcel que alardeaba de amarlo más que a la emperatriz. El atrevido suplicó entonces al carcelero decirle al soberano que si le daba un año de gracia enseñaría a hablar al caballo. La respuesta fue que sí, pero que de no cumplir tendría una muerte tan lenta y atroz que se arrepentiría de que no le hubieran cortado la cabeza. Asombrado, el otro prisionero le dijo que estaba loco y que se había metido en un problema mayor: “No me importa”, repuso el campesino, “en un año podría escapar. O morir de muerte natural. O se puede morir el rey. O se puede morir el caballo”.
De mes y medio a tres meses de oxígeno, con la probabilidad de que los costos los pague no solo AMLO sino el Congreso, Ebrard consiguió lo que más vale en la vida: tiempo. El canijo tiempo…