Políticos y ciudadanos: antes y después
Un gobierno incapaz de brindar paz a los ciudadanos, es un gobierno fracasado.
No importa cuánto haga un gobernante, no importan los discursos, no importan las promesas, no importan las acciones ni tampoco importan los programas: si no brinda seguridad a los ciudadanos, su régimen habrá fracasado. Si un político no resuelve el problema de inseguridad, cualquier cosa que haga su administración quedará en segundo plano, será insuficiente; si quienes están al frente del estado no acaban con la violencia, su gestión se puede considerar un desastre.
Los políticos tienen dos tipos de lenguaje frente a la gente: el primero es como candidatos, cuando buscan un cargo y piden el voto de la gente; en ese momento son sabios y omnipotentes, opinan de todos los temas y tienen solución para todos los problemas sin importar lo complejo que sean. En campaña prometen sin importar las expectativas que generen: la economía, el desarrollo, el empleo, el bienestar colectivo y por supuesto la seguridad son cosa fácil de resolver, sobre todo cuando se tiene voluntad y se destierra la corrupción, dicen. En ese punto escuchan a todas las voces inconformes, aplauden todos los discursos de crítica y ensalzan las posturas anti sistémicas.
Frente a este tipo de políticos mentirosos estamos los ciudadanos desilusionados que damos por buenas todas las promesas, los que suponemos que todo lo que nos dicen se llevará a cabo y que un cambio, cualquiera que sea, será mejor que seguir igual. Somos ciudadanos esperanzados que votamos con el estómago porque hasta ahora hemos sido incapaces de comparar las propuestas con la realidad y de controlar nuestro enojo; nos dejamos llevar por una emoción sin importar lo que venga, sin pensar que podemos estar peor.
Entonces aparece el segundo discurso político, el que se utiliza cuando ya no están en campaña y justifican como autoridad porqué no hacen todo lo que antes prometieron. En ese momento dicen que no es un asunto sencillo ni rápido de resolver, que no tienen una varita mágica, que el cambio lleva tiempo, que están enfrentando viejos vicios y cargando con la herencia del pasado. Ahí ya se acabó la tolerancia y se castiga la estridencia, en ese punto ya no son bienvenidas las voces críticas ni las quejas y empieza la repetición de lo mismo que antes se combatió.
La sociedad también sufre una mutación: ya no vemos al político con la misma simpatía que antes, ni lo consideramos un salvador, ya no pensamos que cualquier cosa es mejor que el pasado y que solo con voluntad se resuelven los problemas. Ahí reaparece el ciudadano enojado que reclama de nuevo, que vuelve a la carga contra la autoridad y comienza a pensar que en realidad estábamos mejor cuando estábamos peor.
Unos y otros somos una mezcla infame que poco ayuda al desarrollo; mientras los ciudadanos no aprendamos a votar, mientras no dominemos nuestras emociones, mientras votemos con el estómago, mientras no participemos más allá de las redes sociales y sigamos votando a lo pendejo, estamos ante una historia de nunca acabar. Pero regresamos a la inseguridad.
Ninguna autoridad puede considerarse exitosa si no resuelve primero el problema de inseguridad; nada de lo que haga un gobierno en cualquier tema será apreciado si antes, primero que todo, no devuelve la paz a sus gobernados.
Veámoslo de esta manera: el principio de todo está en la certeza de una persona de que nadie lo agredirá, ni le arrebatará su patrimonio o la vida. Nada hay más importante que eso y nada es posible sin eso.
En México estamos viviendo un momento sumamente complicado: la violencia se ha desatado a lo largo y ancho de la república y prácticamente no hay un estado del país en donde no se registren de manera cotidiana hechos de sangre. La semana que recién terminó fue funesta, las imágenes que vimos de los colgados en Uruapan nos recordaron el tamaño del problema que enfrenta la nación y aparecieron como un reto frontal a un gobierno que se niega a reconocer el problema porque su titular tiene “otros datos”.
En Morelos las cosas están igual de mal: la violencia se ha desatado y las reacciones a la captura del líder de Los Rojos no se han dejado esperar. La ola de sangre que vive la entidad es inaudita, casi tanto como la pasividad de un gobierno sin estrategia ni voluntad que no sabe qué hacer ante la crisis y solo atina a decir que “se están matando entre ellos”
La realidad es caótica: a unas semanas de que se cumpla el primer año de gobierno en el estado el ambiente es de zozobra desde todos los ángulos: la inseguridad está peor que antes, la economía se hunde día a día y el enfado ciudadano amenaza con superar al que hubo en la administración anterior.
Y no faltan motivos: en ocho meses del 2019 hay más muertos que en todo el 2018, las redes de los grupos delictivos avanzan sin control y han llegado más cárteles a pelear la plaza que amenazan a los ciudadanos y cobran piso a la mayor parte de los presidentes municipales. Económicamente hablando el problema es brutal: Morelos enfrenta una severa recesión y falta de circulante, el desempleo aumenta y las inversiones brillan por su ausencia. ¿Cómo puede alguien invertir cuando no hay seguridad?
Como si esto no fuera suficiente los depredadores del gobierno pasado se ríen de las autoridades actuales porque a pesar de las amenazas no han podido actuar contra nadie de ellos, porque a pesar del enojo del gobernador sus funcionarios resultaron ser absolutamente incompetentes para armar buenos expedientes jurídicos y porque en muchos casos los operadores de los negocios en el gobierno pasado siguen en los mismos o en mejores puestos en la administración actual. ¿Cómo no va a estar enojada la ciudadanía con esta situación?
Todos los problemas actuales giran en torno a un solo aspecto: seguridad. El problema delictivo ha superado a las autoridades y el propio gobernador lo reconoce; la Guardia Nacional vino y se fue la misma semana, la captura de Santiago Mazari solo agudizó la violencia y nuevamente vemos delitos de alto impacto a plena luz del día en zonas urbanas y densamente pobladas.
No hay manera de pensar que en Morelos vamos por buen camino: los problemas están a la vista, son enormes y pegan a todos por igual; el clima de violencia es inocultable y el miedo se respira en todos los sectores de la población. La presencia del gobernador no ha ayudado a que las cosas mejoren, pero su ausencia confirma que lo que sucede en el estado no le importa.
Tiempos difíciles vivimos en Morelos. Pronto los problemas harán crisis y volveremos a escuchar el grito de cada sexenio ¡Fuera!.
La única duda es ¿Quién encabezará ahora la lucha ciudadana?
posdata
El recuento de personas asesinadas no es casual, se hace a partir de cada uno de los hechos sucedidos y publicados a lo largo del año; no son números al aire, representa la contabilidad de las personas que han sido privadas de la vida de forma violenta en este periodo de tiempo.
Casi nunca hay coincidencia con las cifras oficiales porque para las autoridades el conteo es diferente, porque para ellos no siempre se trata de ejecuciones (aunque tengan tiro de gracia) o simplemente porque entre menos muertos reporten, menor (según ellos) es el problema que enfrentamos como sociedad.
Pero los muertos están ahí, tienen nombre y apellido, están publicados en medios de comunicación y fueron compartidos en redes sociales. A nadie agrada que la cifra crezca todos los días, pero es peor tratar de maquillar una realidad que literalmente nos está matando.
La numeralia describe por si misma el tamaño del problema:
De enero a diciembre del 2018, 855 personas fueron asesinadas o ejecutadas en Morelos. Ese año fue el más violento en toda la historia de nuestra entidad.
Del 01 de enero al 03 de agosto del 2019 murieron de forma violenta 896 personas en Morelos y de ese día (03) al 11 de agosto la cifra aumentó a 941.
Estamos frente al peor momento del estado en materia de seguridad, ante el mayor baño de sangre registrado en toda la historia.
¿Nos debemos sentir mejor si nos dicen que se están matando entre ellos?
nota
Regresemos a lo básico: la paz social es el bienestar de la persona, es el respeto y garantía a su libre manera de pensar. La paz no se conseguiría si se le arrebata los derechos propios de la persona o si se suprime todo derecho inherente al ser humano. La paz social se sostiene con un Estado de Derecho que respeta la dignidad de la persona y se garantiza su seguridad y su libre expresión.
El Gobierno tiene la responsabilidad de hacer respetar las leyes y hacer que se cumplan para garantizar el bienestar de las personas; el estado debe legislar en paz y desarrollar el derecho y la justicia por un medio razonable que permita vivir a la persona sin amenazas.
El Estado de derecho nos garantiza una sana convivencia al velar por los derechos de cada individuo, velando por el bien común sobre el bien personal. La paz social implica el disfrute de los derechos humanos, la integración social, el desarrollo y la responsabilidad; su puesta en práctica nos permitirá avanzar en la construcción de una sociedad pacífica y emprendedora.
El fin de la paz es lograr la armonía de la persona consigo misma, con la naturaleza y con las demás personas.
¿Lo entienden o se los explicamos con manzanas?
post it
¿Cuántas veces en los últimos tres meses, lectora lector queridos, has sabido o escuchado de algún familiar, amigo o conocido que haya sido víctima de la delincuencia?
¿Cuántas veces te has enterado de alguien que fue víctima de algún tipo de delito, que se presentó a denunciar y que no obtuvo ningún resultado satisfactorio?
¿Sabes de alguien que haya sido víctima de algún tipo de amenaza, chantaje o agresión de parte de alguna autoridad?
En tus respuestas encontrarás el tamaño de problema que vivimos actualmente.
redes sociales
El hecho es desgarrador, nos muestra la degradación de la sociedad y la gravedad de las cosas que están sucediendo en Morelos: Un hombre entró a robar a una casa en Cuernavaca violó y asesinó a una menor de seis años dentro del inmueble; posteriormente se llevó un tanque de gas.
Todo sucedió la tarde del sábado en el barrio de La Carolina, mientras la menor se encontraba en casa con su abuela. Según la Fiscalía la niña fue asesinada con un arma blanca y antes fue víctima de abuso sexual. Los vecinos alertaron a los familiares de la menor, quienes al ingresar a su domicilio encontraron el cuerpo lesionado de la pequeña y llamaron a la policía. El agresor fue grabado por una cámara de vigilancia mientras salía del domicilio con un tanque de gas al hombro.
Algo verdaderamente mal debe tener en la cabeza alguien que es capaz de realizar semejante atrocidad. Hay crímenes que son imperdonables y este es sin duda uno de ellos.
¿Por qué suceden este tipo de cosas en Morelos?
Claro: porque aquí nunca se detienen a los delincuentes.
Y si los llegan a detener, siempre hay un juez dispuesto a liberarlos.
¿Ni siquiera este tipo de crímenes moverán algo en el corazón de nuestras autoridades?
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