Veintidós mil restos humanos y la verdad
Doscientos noventa y ocho cráneos. Veintidós mil restos humanos. Muchos de ellos tan quemados o en tal estado que es imposible obtener ADN.
Jacobo Dayán le ha llamado, con razón, el narcocementerio más grande de América Latina.
Está en Veracruz.
Y tras tres años ha concluido la exploración de ese lugar de muerte y horror.
Exploración que no llevó a cabo el Estado mexicano, no llevó a cabo gobierno alguno, no. El esfuerzo, la labor, la inteligencia, el sufrimiento, el dolor, todo eso lo ha cargado el colectivo de madres y familiares que se nombraron hace un tiempo El Solecito.
Hay, de hecho, un par de lugares más en Veracruz donde, se sabe, hay también cuerpos, cráneos, restos. Si no se han explorado es porque las autoridades no pueden, no quieren, no les interesa.
La voluntad, el heroísmo, la capacidad de El Solecito da para lo que ya es demasiado. Leí en estos días en alguna red social que a esas madres habría que levantarles un monumento.
Creo que lo rechazarían, y harían bien. Porque esas madres lo que quieren es saber dónde quedaron sus hijos y sus esposos y sus familiares. Eso es lo que merecen y más: merecen saber quién, quiénes fueron los responsables de tal atrocidad, de tal crimen de lesa humanidad.
El gobierno actual prometió en campaña, pero sobre todo en transición, que haría un esfuerzo verdadero para conocer la verdad. Dijo también, es verdad, que creía en el perdón, pero es imposible perdonar en abstracto, sin saber quién es culpable.
Hoy aquella promesa ha quedado en el aire. El Solecito es buena muestra de ello.
El narcocementerio de Colinas de Santa Fé es solo uno de tantos en el país, ahí donde quedaron los cuerpos destrozados, torturados, de miles, sí, de miles de seres humanos que en los últimos 15 años fueron víctimas de la delincuencia y la guerra contra ella.
Durante la transición se habló de justicia transicional. De poner sobre la mesa mecanismos que permitieran reconstruir el horror, descubrir y nombrar los responsables fueran quienes fueran, porque mal haríamos pensando que fueron solo los criminales del narco. Hay también autoridades de todos los niveles en ese espiral de violencia.
Tal vez sea por eso que aquella promesa ha quedado olvidada.
@puigcarlos