Al menos esto sí lo deberían saber hacer
Vaya problema que enfrenta Morena, ahora que es gobierno, con las manifestaciones que exigen un alto a la violencia contra las mujeres.
Primero, porque el solo hecho de que existan conlleva una descalificación a su gestión de gobierno en una de las causas que fueron su bandera para fustigar al poder cuando estaban en la oposición.
Segundo, porque históricamente cuando algún legítimo reclamo social derivaba en manifestación violenta, Morena en la oposición siempre abogó para que el gobierno no criminalizara la protesta.
Tercero, porque Morena en la oposición siempre dijo que los violentos eran infiltrados del gobierno para lograr que la opinión pública descalificara las manifestaciones. Ahora que son gobierno… ¡gulp!
Cuarto, porque desnuda la infantil y binaria visión que tiene Morena de la fuerza pública: cualquier actuación es represión. Cuando en realidad, entre no hacer nada y reprimir, hay una amplia gama de matices de ejercicio legal y legítimo de la fuerza pública. En su falso dilema, para no reprimir, crean un vacío que crece hasta llegar a lo que vimos el viernes: ausencia total de autoridad.
No se puede soslayar que existe una exigencia desesperada de las organizaciones feministas y la sociedad en general por la proliferación de crímenes contra mujeres –las más de las veces, impunes– en todo el país. Hay también un innegable fenómeno de revictimización de las mujeres por la insensibilidad y la falta de capacitación en policías, ministerios públicos, jueces y autoridades en general. Y encima, un creciente fenómeno de agresiones desde las propias policías.
La Ciudad de México es de manera natural el lugar donde pueden converger grupos y organizaciones para expresar con impacto nacional ese hartazgo general. No sólo eso: en la capital del país se registra una dinámica particular del fenómeno que no se puede ocultar: se ha disparado la incidencia de crímenes contra mujeres en un periodo que coincide con la llegada del gobierno morenista.
Ante ello, los reflejos de la administración, empezando por su cabeza, la doctora Sheinbaum, han exhibido una consistente visión absurdamente limitada: cualquier reclamo lo consideran provocación, ataque político, complot.
El enojo de los grupos de mujeres se viene expresando desde las primeras semanas del gobierno de la doctora Sheinbaum y han venido creciendo. La jefa de Gobierno ha sido incapaz de articular respuestas y de acercarse a los grupos (un terreno que le debería ser natural). La manifestación previa, en la que ya hubo vandalismo y violencia, trajo la misma respuesta: "es una provocación". Rápidamente Sheinbaum armó una reunión con feministas como para demostrar su cercanía y deslegitimar la protesta. Pero con un error que los grupos hoy más activos hicieron notar de inmediato: reunió a lo que consideran la “vieja guardia” feminista y marginó a las más jóvenes, que son las más radicales, las más enojadas. Y aumentó la irritación.
La violencia en las protestas es condenable (destacadamente, por supuesto, la ejercida contra trabajadores de los medios de comunicación). La inacción de la policía es criticable porque su intervención podría evitar escenarios como el que vimos, sin necesidad de caer en el abuso. Y, sin duda, es urgente que el gobierno de la ciudad, el federal y los de los estados respondan con acciones reales al clamor general por la violencia e impunidad.