El tramposo rompecabezas de Ayotzinapa
No tiene Alejandro Encinas, subsecretario de Gobernación, tarea más complicada que la del caso Ayotzinapa. No sé si ha tenido otra de ese tamaño en su carrera como servidor público.
Después de cinco años, miles y miles de páginas con declaraciones, crónicas, fotografías, conjeturas, especulaciones, certezas que no eran, organismos internacionales, fiscales, investigadores locales y federales, decisiones judiciales, videos, marchas, detenidos, liberados, engañados… nada, en lo fundamental, se ha resuelto.
Cuarenta y dos madres y padres no saben dónde quedaron sus hijos. La escasa claridad en los responsables materiales de la tragedia de aquella noche, policías de Iguala, sicarios y líderes de grupos criminales locales, ha sido aplastada por la ineficiencia y malas formas del Ministerio Público y decisiones judiciales.
Los motivos, los porqués, están lejos de ser claros.
Escucho a los padres salir de la reunión con el Presidente, escucho a Encinas en estos días y me pregunto cómo es que se logrará, por un lado, rearmar un caso tanto tiempo después. Obtener evidencias, reinterpretar o poner en su lugar las que ahí estaban y no se vieron o no se quisieron ver, lograr nuevos testimonios cuando algunos de los inculpados, presuntos testigos clave, ya andan libres y tranquilos.
Y luego, lo más importante para las familias: cumplir con el reclamo de encontrar a los desaparecidos. ¿Por dónde empezar? Quienes más tiempo han dedicado a estudiar el caso desde todos los ángulos —desde los convencidos hasta los más escépticos de la verdad histórica— no descartan que al menos algunos de los muchachos fueron incinerados en el basurero o en algún otro lugar. Esos restos no serán encontrados nunca, la demanda de los padres no será cumplida. ¿Y los otros, si están, cómo encontrarlos en la inmensidad de ese territorio?
Y luego, el asambleísmo para dirigir la faena.
Nunca la mejor fórmula para un esfuerzo de tal magnitud.
No hay manera de encontrar muchos datos para documentar el optimismo.
Dirán algunos que hay casos imposibles de resolver. El de la triste noche de Iguala no era uno de esos.
En ese el Estado mexicano no pudo, o no quiso. Y tal vez sea demasiado tarde.
@puigcarlos