Lecciones de la Independencia/ II
Quien no conoce su historia está condenado a repetirla, se ha dicho famosamente (George Santayana). Quien no sabe leerla para servir su presente y su futuro, saca poco o ningún provecho de ella.
Destaqué ayer dos lecciones de nuestra Independencia, útiles para hoy: Con la legitimidad política no se juega, puede producir terremotos; y La violencia es mala partera de la historia.
Hay otras dos lecciones posibles: 1. Donde no hay hacienda pública sana no puede haber gobierno sano. 2. Puede inventarse de la noche a la mañana una Constitución, pero no una nación.
1. Las finanzas públicas no son heroicas. No forman parte del imaginario histórico con la misma intensidad que los gestos y las gestas de los próceres. Pero la historia de nuestras desventuras como naciones independientes puede leerse en el camino de nuestras haciendas públicas, en la baja calidad de sus finanzas.
Las guerras de Independencia fueron la peor escuela imaginable en esta materia. Una escuela de saqueo, confiscaciones, préstamos forzosos, impuestos especiales, suspensión de garantías económicas, despojo patrimonial de los enemigos. Conclusión: mala hacienda, mal gobierno.
2. Las instituciones republicanas y democráticas no nacieron de nuestras costumbres políticas, sino de la quiebra inesperada de la legitimidad de una monarquía; su remplazo fue un experimento colectivo de gobiernos improvisados, especialistas en caer y ser derribados.
Países como México no hallaron la forma efectiva de practicar las reglas democráticas soñadas por sus constituciones republicanas, sino hasta el año 2000. Lo que hubo en medio fue una hercúlea ortopedia de las viejas costumbres monárquicas metidas a empujones en los moldes constitucionales de gobiernos republicanos, democráticos y representativos.
El país no tuvo estabilidad política, sino cuando pudo encontrar formas semimonárquicas de gobierno, hábilmente ejercidas mediante la manipulación de las formas democráticas previstas en la ley. Fueron las décadas de la presidencia personal de Porfirio Díaz en el siglo XIX y de las “monarquías sexenales” de los presidentes del PRI en el siglo XX.
Podríamos estar estos días en un nuevo viaje de regreso a la costumbre, por encima de la ley.