La justificación de un asesinato
A una oficial de vuelo de una empresa privada que subió a redes sociales un comentario irracional, la compañía la suspendió de sus funciones y la va a despedir.
De manera un tanto desproporcionada (nunca han condenado las amenazas de muerte que reciben críticos del régimen, expresadas también en redes sociales), la principal autoridad del país se refirió al tema.
Pero a un funcionario del gobierno que justifica el asesinato de un pilar del empresariado mexicano, como fue don Eugenio Garza Sada, no lo amonestan ni lo reconvienen y mucho menos lo despiden.
Silencio –el que calla otorga– y disimulo a la apología de criminales porque mataron a un líder del sector privado.
Despido y condena desde el púlpito mañanero a una empleada que posteó un comentario insensato contra los seguidores del gobierno.
Pedro Salmerón Sanginés, director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), y promotor del lopezobradorismo desde periódicos e instituciones académicas, publicó el martes en la página de Facebook del Instituto una alabanza de los que mataron al insigne empresario regiomontano.
En un tono inicialmente comedido, Salmerón Sanginés dice que Garza Sada “no estaba dispuesto a dejarse secuestrar” y “sus dos escoltas aceptaron el riesgo, de modo que cuando un comando de valientes jóvenes de la Liga Comunista 23 de Septiembre intentó raptarlo, se desató una balacera en la que perdieron la vida don Eugenio y sus escoltas, Bernardo Chapa y Modesto Hernández, y dos de los guerrilleros”.
Los hechos ocurrieron el 17 de septiembre de 1973, y hasta hoy no habíamos oído que los secuestradores y asesinos del empresario neoleonés fueran “valientes”.
¿Qué tiene de valiente secuestrar y matar a un hombre de bien que va a su trabajo?
El funcionario de la 4T así lo cree y así lo publica.
Según la nueva narrativa de al menos un sector del gobierno, se es valiente cuando se mata a mansalva a un representante “del sistema capitalista”, como apunta el director del INEHRM.
Don Eugenio Garza Sada fue interceptado por dos secuestradores que lo esperaban en una camioneta, muy cerca de sus oficinas en la Cervecería Cuauhtémoc, y fueron auxiliados en su acción criminal por otros dos individuos armados que lo quisieron secuestrar y lo mataron a balazos.
Un dato adicional: don Eugenio no “perdió la vida”, como dice Salmerón. Se la quitaron unos individuos que, en el lenguaje oficial, fueron “valientes”.
En el texto del funcionario Salmerón Sanginés (muy cercano a la casa y a los afectos de la Presidencia), se afirma que “su muerte –de Garza Sada– fue resultado de la profunda división que experimentó la sociedad mexicana desde los años setenta, cuando muchos jóvenes que veían canceladas las posibilidades de participación y transformación… buscaron cambiar las cosas por la vía violenta”.
Esa cerrazón no autorizaba a matar a un líder empresarial ni a nadie.
Por lo demás, hay que recordar que ese empresario era un hombre abiertamente contrario al populismo estatista del entonces presidente Luis Echeverría.
¿Mataron a un adversario del presidente para protestar contra el régimen que encabezaba ese presidente?
La historia va por otro lado, pero no es materia de esta columna, por ahora.
El contexto en el que matan a don Eugenio Garza Sada es, en efecto, de una profunda polarización alentada por el presidente de la República.
Cargaba un día sí y otro también contra sus críticos del sector privado.
Había permisividad hacia los grupos que atacaban a todo lo que simbolizara la libertad de empresa y de pensamiento.
(Los que conocen la historia saben que menos de un mes después del asesinato de Garza Sada, fue secuestrado,10 de octubre de 1973, en Guadalajara, el empresario Fernando Aranguren –vinculado a don Eugenio en un proyecto que irritaba al presidente–, a quien mataron y abandonaron los mismos “valientes” a que se refiere el funcionario Salmerón).
En el sepelio de Eugenio Garza Sada el orador fue el empresario Ricardo Margáin Zozaya, quien responsabilizó al presidente Echeverría (ahí presente) de crear un clima político que estigmatizaba al sector privado.
Dijo en su discurso: “Sólo se puede actuar impunemente cuando se ha perdido el respeto a la autoridad, cuando el Estado deja de mantener el orden público…
“Urge que el gobierno tome, con la gravedad que el caso demanda, medidas enérgicas, adecuadas y efectivas, que hagan renacer la confianza en el pueblo mexicano. Unos desean invertir sus capitales, pero temen hacerlo. Otros, los industriales y comerciantes, quisieran fortalecer su confianza en el futuro de la patria. Los más se preguntan, con legítimo derecho, hacia dónde va la nación y cuál será el porvenir que les espera a nuestros hijos”.
Después vino el “pendulazo” de Echeverría: pasó de la permisividad, por no decir complicidad y utilización, una cacería brutal hacia la Liga y grupos afines.
Así suelen ser los presidentes inestables. Y Echeverría fue uno de ellos, sin abandonar nunca su discurso populista y estatista.
Hay que aprender las lecciones:
Desde el gobierno no se puede tolerar ni defender a criminales, como hace el funcionario Salmerón.
No se puede mostrar simpatía y debilidad ante quienes cometen secuestros y asesinatos, ya sean movidos por odios políticos o por afán de lucro y poder, como los narcos en nuestros días.
Desde la Presidencia de la República no se puede polarizar a un sector de la sociedad sin que, tarde o temprano, haya consecuencias trágicas.
Aún es tiempo.