La revocación de mandato
El Senado aprobó ayer una reforma constitucional que alterará profundamente, para mal, la lógica democrática y los tiempos electorales del país.
Me refiero a la revocación de mandato, aprobada junto con la figura de la consulta popular, como si fueran parte del mismo árbol. Poco o nada tienen que ver ambas figuras.
La consulta popular es un instrumento en el que los votantes deciden “Sí” o “No” sobre las materias más diversas. Quedan excluidas de su cobertura los derechos humanos, los tratados internacionales, los impuestos, el presupuesto y la seguridad nacional.
La revocación de mandato, en cambio, toca solo un aspecto, pero un aspecto fundamental: la naturaleza misma del mandato de quien ha sido electo como gobernante por los ciudadanos.
La figura aprobada, establece una especie de segunda elección para el gobernante, cuyo tiempo de mandato original, seis años, podría ser anulado a mitad del camino, en unas elecciones revocatorias.
La posibilidad de revocar el mandato a la mitad del camino, le quita la mitad del valor a la elección primera, puesto que todo mandatario electo entra al cargo bajo la sombra de su posible remoción antes de cumplir su encargo.
Ser electo por seis años solo le garantiza una especie de gobierno provisional, pues la revocación de mandato lo obliga a prepararse para comparecer de nuevo ante el electorado para refrendar la validez de su cargo.
La semilla de incertidumbre y de legitimidad disminuida que siembra la figura apenas puede exagerarse.
Se presenta como una humilde subordinación a la voluntad de los votantes ( “el pueblo pone, el pueblo quieta”), pero en realidad abre una puerta a la lucha sin tregua por el poder.
Si la figura se ejerce desde una presidencia fuerte como la de Andrés Manuel López Obrador, parece innecesaria, redundante o maliciosa: un paso intermedio a la reelección, como les parece a muchos.
Si la figura se ejerce contra una presidencia débil, es un recurso de la oposición para quitar y poner gobernantes a su antojo, en medio de una continua crispación electoral y una continua inestabilidad de los gobiernos.
Retomo con pesar en este texto fragmentos del escrito en este mismo espacio el 1 de abril pasado.