LA SALIDA DE BROZO
“O tempora! O mores! Senatus haec intellegit, cónsul uidet: hic tanem uiuit. Uiuit?immo uero etiam in senatum uenit, fit publici consili partieps, notat et designat oculis ad caedem unumquemque nostrum…”
“¡Oh, qué tiempos, que costumbres! El senado está al tanto de dichos pormenores, un cónsul los está materialmente viendo, y éste vive todavía. ¿Vive? Pero hasta se atreve venir al senado, se hace partícipe del consejo público, con sus propios ojos elige y destina al matadero a quien de entre nosotros más le cuadra…”
Marco Tulio Cicerón. Primera Catilinaria
Víctor Trujillo “Brozo” tiene los suficientes tamaños, la capacidad intelectual y personal, así como los medios para defender sus puntos de vista, sus afirmaciones y no precisa de la humilde pluma de quien esto escribe, sin embargo, en un momento como el presente donde pareciera que las calles del país están irrigadas con gasolina y una chispa o un cerillo mal encendido pueden ser mortales, la irritabilidad de los funcionarios del gobierno está a flor de piel.
Flota en el sentir de la opinión pública que el gobierno predica la existencia de una democracia pero en la práctica la quiere muda, sin alma, sin consciencia, en la que no se vale criticar, en donde está prohibido disentir, mucho más hablar, que la expresión libre dejó de existir, so pena de ser sometido por el peso abrumador de las estructuras del Estado.
La salida de Brozo me hizo rememorar tiempos y circunstancias. En las democracias parlamentarias, concretamente las europeas, el Parlamento es el lugar de discusión por el cual discurren las ideas, las fricciones entre grupos, la exposición de posiciones ideológicas no exentas las más de las veces de la gritería, los insultos y hasta los golpes.
En el México del siglo XX el primer interpelado fue Plutarco Elías Calles cuando en plena Cámara de Diputados el 1º de septiembre de 1928, un obregonista exaltado le espetó “asesino”. El Presidente pasó inmutable e impenetrable, no lo mando a desaforar ni matar.
Más adelante, con el paso de los años y de la apertura política del país, las increpaciones a los mandatarios se volvieron costumbre. Las vivieron y padecieron en todo su esplendor y magnitud Miguel de la Madrid, Salinas, el doctor Zedillo y, para evitar ser lastimados siquiera con el pétalo de una rosa, los Presidentes emanados del PAN decidieron la enmienda constitucional para no tener que asistir al engorroso informe de gobierno y ser insultados por la chusma y los contrarios.
Bonita democracia en la que ya no es posible decir, comunicarse, ni expresar puntos de vista desfavorables o simplemente contrarios al gobierno o sus funcionarios. ¿Extrañamos los mejores días de Papá Doc en Haití?
La realidad es que en un sistema democrático, la dialéctica juega un papel muy importante. Forma parte de la lógica y, para quienes no lo recuerdan, uno de sus métodos es precisamente síntesis de los opuestos que surge y forma parte la lucha de contrarios. El periodismo, el comentario crítico, es parte del ejercicio político en una sociedad democrática y, hasta donde es permisible, el gran conflicto se da porque los gobiernos dejaron de comunicarse con la sociedad a la que en teoría sirven.
Los discursos de Churchill, De Gaulle o del mismo Mussolini, conmovían, hacían reír o llorar, pero decían. El Presidente Franklin D. Roooselvelt hablaba y la nación norteamericana entera lo escuchaba. El triunfo político de Hitler se debió a su ministro de información el Dr. Goebbels. En América Latina Eva Perón comunicaba mucho mejor que su marido y podríamos hilar más ejemplos pues la lista es larga.
En todos esos casos había idea, concepto, la palabra enmarcaba la acción y determinaba el derrotero. Cuando se quiere resolver los problemas sin comunicar, sin la base sólida del consenso en donde se niega lugar a la disensión, a la libre discusión y al discurso, será muy difícil para el gobierno comunicarse con sus ciudadanos.
En vez de que los funcionarios sean tan proclives a defender su personalidad, debían recordar que en esta República habían contrapesos y balanzas en el ejercicio del poder, que la mejor manera de gobernar no es ignorando al contrario, ni estigmatizando al oponente y que una antigua regla de política es: al enemigo hay que tenerlo cerca. Para ello hay que ser más cuidadosos con lo que pretenden hacer, pues como reza el vulgar pero certero refrán:
“La verdad no peca ni incomoda: simplemente jode…”