Un muerto más
A quien importa los muertos en Morelos si (Blanco dixit) “nadie se queja de la violencia”
Quizá la estadística ya no sea relevante para algunos funcionarios, porque aunque oficialmente el conteo va en más de 800 ejecutados en 2019, en el recuento periodístico la suma de personas que han sido asesinadas en 11 meses superó la barrera de los 1 mil 400 desde hace varias semanas. Son muchos los hombres, mujeres y niños que han perdido la vida en lo que va de este año, todos con una historia, una familia y muchas cosas que dejan al irse del mundo terrenal; pero para el gobierno no son vidas, son solo cifras.
Una a una cientos de personas han muerto en diferentes hechos delictivos, algunos aparecen dentro de la cajuela de un auto, a veces tirados a medio camino o en un terreno badío dentro de una bolsa, calcinados o mutilados, otros son colocados junto con mantas o cartulinas en las que lanzan mensajes de advertencia y explican el porqué del ajusticiamiento; muchas veces en los últimos días hemos visto ejecuciones en lugares públicos, a plena luz del día, sin importar las consecuencias, ni los testigos, ni las cámaras que se supone vigilan por seguridad.
Desde hace varios días el gobernador Cuauhtémoc Blanco ha insistido en la efectividad de su estrategia policiaca, en los buenos resultados que ha obtenido el comisionado José Antonio Ortiz Guarneros y la confianza que, dice, tienen los ciudadanos en su gobierno. “Nadie se queja de la inseguridad” se atrevió a decir recientemente el mandatario luego de defender por enésima ocasión a su marino de cabecera. Horas más tarde el ex rector de la Universidad de Morelos fue secuestrado.
Pero aunque para la mayoría de los morelenses la incidencia delictiva y los constantes hechos de violencia representan el primer punto a resolver en la agenda estatal, para el gobierno el problema no parece ser importante, porque ningún hecho, ninguna situación, sin importar lo que suceda ni las personas que pierdan la vida, los hace reaccionar o les genera la más mínima empatía con sus gobernados.
A lo largo de once meses del 2019 hemos visto en Morelos cosas que nunca hubieramos imaginado; este año nos ha tocado presenciar ejecuciones públicas a plena luz del día en el centro de la ciudad, a un lado de la sede del poder ejecutivo, frente a las cámaras de seguridad y decenas de reporteros. También nos ha tocado conocer de ejecuciones en restaurantes famliares con saldos mortales que incluyen a jóvenes, mujeres y niños y asesinaros en plazas comerciales que se suponían seguras.
Los secuestros también se han incrementado al grado de colocar a Morelos en el cuarto lugar nacional de este delito y en uno de los cinco primeros en el país en materia de extorsiones y cobro de piso. Vivimos tiempos inéditos en los que las propias autoridades tienen que pagar cuota a la delincuencia y el gobernador y el alcalde capitalino son señalados en mantas (acompañadas de cuerpos son vida) de haber pactado con la delincuencia y proteger a grupos criminales.
Lo que vemos y vivimos en los últimos meses nunca había sucedido en la tierra de Zapata, es más, ni siquiera lo hubieramos imaginado. Puede ser que se trate de la consecuencia de los años que el tema fue abandonado por otras autoridades o de las complicidades que se crearon en el pasado y le heredaron a la actual administración; el hecho es lo que tenemos enfrente: una grave crisis de inseguridad, violencia y altísimos niveles delictivos que chocan con el discurso gubernamental.
El punto central a observar en esto es la falta de interés que muestran las autoridades, la insensibilidad de quienes tienen responsabilidad en el tema y el evidente divorcio entre sociedad y gobierno. La gente se queja todos los días, lo hacen de muchas formas y desde diferentes foros: reclaman en las redes sociales, gritan en las calles, lo comentan en las mesas y denuncian en medios de comunicación.
Frente a ellos la respuesta es la misma desde hace varios años, sin importar quien este al frente del gobierno ni el partido que lo acompañe; en las autoridades hay indolencia, falta de identidad y desprecio; para los gobernantes las quejas son insulsas, son ilegítimas y siempre tienen fines perversos. En la mente de nuestros políticos no hay validez en ninguna expresión crítica, no existe razón por la cual modificar la actitud ni la estrategia, ni mucho menos aceptan los hechos.
Los funcionarios y nuestros representantes populares están en otro mundo, se mueven diferente al resto de la gente porque lo hacen en vehículos blindados y custodiados por elementos de seguridad que, dicho sea de paso, son pagados por el estado, es decir, por el pueblo.
¿A qué autoridad en los tres niveles de gobierno le importa lo que está pasando en el estado? ¿Cuál de ellos de verdad se siente mal por los ríos de sangre que se han derramado, incluyendo la de gente inocente cuyo único pecado ha sido estar en el lugar y momento equivocado? ¿Qué funcionario se ha preocupado por el desproporcionado incremento de la incidencia delictiva y porque eso afecta de manera directa a cientos de comercios y empresas, y a miles de personas que viven de ellas? ¿Cuándo hemos escuchado una expresión sincera de dolor de un político por la muerte de mujeres, niños o estudiantes, víctimas de la delincuencia?
Innumerables ocasiones hablamos del serio problema de inseguridad que padecemos los ciudadanos, de la falta de resultados, de las fallas en la estrategia, de la incompetencia de algunos funcionarios… Pero también es necesario resaltar el desprecio que sobre el tema muestran nuestras autoridades y representantes populares, la insensibilidad ante el dolor de los demás y la falta de empatía ante el calvario de la gente.
Se puede ajustar la estrategia y cambiar a los funcionarios, se pueden firmar convenios, hacer acuerdos, pronunciar discursos y lanzar campañas de participación, pero mientras a los gobiernos y a sus titulares no le duela ni les importe el dolor de la ciudadanía, nada de lo que hagan va a servir.
Mientras la sangre que se derrame no sea de ellos o de alguien de su familia, la violencia seguirá en el estado y en el país.
• posdata
¿Qué hace falta para que nuestras autoridades y nuestros políticos entiendan lo verdaderamente importante que es recuperar la paz?
¿Será acaso que esperan hasta que algo les suceda a ellos o a alguien cercano para que reaccionen?
• nota
Cuando se pierde la esperanza en las autoridades, los ciudadanos recurren a otros caminos para tratar de encontrar paz y tranquilidad frente a la adversidad. La nota es de Guadalupe Flores y fue publicada hace unos días en El Regional; lo que ahí se dice no solo es llamativo por lo que se relata, sino por lo que representa, por el punto al que hemos llegado ante la indolencia oficial:
Aumentan servicios espirituales por el recrudecimiento de la violencia
Por el recrudecimiento de violencia aumentaron los servicios espiritualistas, reveló Saúl Martínez Silva, biólogo y brujo tradicional de la rama de la Brujería del Cerco.
Las víctimas de la violencia buscan ayuda espiritual para seguir viviendo después de sufrir un hecho de inseguridad y contratan los servicios para alcanzar la paz y la tranquilidad.
En entrevista manifestó que debido a que las víctimas no encuentran la paz en las instituciones gubernamentales, buscan la protección espiritual ante el ambiente violento.
De acuerdo con el líder espiritual, desde hace cuatro años incrementó la demanda de víctimas para encontrar ayuda espiritual para “levantar la sombra del miedo”.
En su mayoría quienes buscan protección espiritual y recuperar su paz, son víctimas del delito de robo a mano armada y secuestro, principalmente son personas que viven en Jiutepec y Cuernavaca.
Explicó que se les realiza un ritual “para levantarles la sombra y vuelvan a tener esas ganas de salir a la calle, de querer vivir y encontrar la paz y salir de la tristeza para recobrar el rumbo”.
“El caso más extremo fue el secuestro exprés de una persona que se le subieron a su vehículo y lo encañonaron y los delincuentes le hicieron sacar dinero de sus cuentas; la víctima ya no quería vivir, vivía sin salir de casa y con miedo por toda la tortura que sufrió, ya no comía, se quería morir, vivía son sombras”, expresó.
El brujo tradicional, comentó que principalmente, son mujeres adultas quienes buscan protección espiritual, después de sufrir un hecho de violencia.
• post it
¿A un gobernante que no le hacen caso sus secretarios cómo lo debemos llamar?
• redes sociales
Así lo escribe Jaime Rubio en El País:
Quizás discutir en redes sociales con desconocidos no sea el mejor escenario para el intercambio pausado y sensato de ideas. Solemos tomarnos por personas muy racionales que examinan argumentos de forma concienzuda y que después toman una decisión lo más objetiva posible.
Pero no es así: nuestras opciones son intuitivas, emocionales y sesgadas. No se trata de que las emociones empañen nuestro juicio, sino que forman parte de él. Sin ellas no podríamos tomar decisiones morales, como prueban los estudios de António Damásio con personas lesionadas en la corteza prefrontal, la zona del cerebro que interpreta y analiza las emociones. Es decir, necesitamos las emociones para tomar decisiones morales. No tiene sentido valorar los pros y los contras de matar a nuestra abuela, por ejemplo. Simplemente rechazamos la idea. Podemos encontrar razones para no hacerlo, claro, pero eso viene después…
Basta asomarse a Twitter para ver toda esta maquinaria en funcionamiento. ¿Que una encuesta dice que nuestro partido predilecto va a perder las elecciones? Cuidado, probablemente esté manipulada. Si esa misma encuesta nos da la razón, damos la vuelta al argumento sin pestañear: “Incluso las encuestas que publica este medio, que suelen estar manipuladas, me dan la razón”…
El hecho es que los debates en redes a menudo se articulan en torno a unos pocos “superparticipantes”, una minoría muy polarizada, muy activa y muy visible. Estos grupos separados forman lo que Eli Pariser definió en 2011 como “burbuja de filtros”: tendemos a seguir a personas que piensan como nosotros y, además, los algoritmos acaban configurando lo que vemos según nuestras preferencias (y nuestros “me gusta”), encerrándonos en una burbuja en la que cada vez estamos menos expuestos a ideas ajenas. A menudo solo nos llegan opiniones diferentes cuando alguien las comparte para hacer escarnio: “Mirad lo que dice este. Pero qué tonto”.
Esto no significa que las discusiones sean siempre inútiles. Al contrario, el propio Haidt explica que hablar con otras personas es una de las formas más adecuadas para cambiar de opinión. Lo mismo dicen Mercier y Sperber: queremos que nuestras ideas “nos justifiquen en los ojos de los demás”. Y a veces “esto significa revisar las conclusiones que apoyan nuestras razones: cambiar de opinión o de curso de acción para que podamos justificarnos mejor”.
Pero la exposición a las buenas ideas que nos hagan cambiar de opinión ha de tener otro tono: cambiamos de idea no solo cuando esta idea es buena, sino también cuando el ambiente es propicio. Es decir, o bien cuando estamos entre amigos o bien cuando nos lleva la contraria alguien de quien nos fiamos. Vamos, lo contrario de lo que suele ocurrir en una discusión política habitual, y no solo en redes.
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