El dilema de AMLO
Esta semana El Financiero publicó su encuesta en la que mide la aprobación y desaprobación del presidente López Obrador.
El resultado que obtuvo ese ejercicio indica en noviembre una aprobación presidencial de 68 por ciento, frente a un 31 por ciento de rechazo.
Algunos amigos, empresarios y analistas, me han expresado su incredulidad. Me dicen que no es posible que con el cero crecimiento económico, con hechos como los de Culiacán o el asesinato de los LeBarón, entre muchas cosas, no se haya caído la popularidad presidencial, que se mantiene virtualmente constante desde mayo.
También me expresan que, en sus entornos inmediatos, perciben claramente un rechazo al presidente mucho mayor al que refleja la encuesta y que, si observan redes sociales, particularmente Twitter, también perciben ese ambiente crítico.
Les creo lo que dicen, pero también les explico que la población reflejada en la encuesta es mucho más amplia y diversa que la que uno puede percibir en sus entornos inmediatos.
Por otra parte, el tener la aprobación de la mayoría no quiere decir necesariamente que se estén haciendo bien las cosas. Pero, en las democracias, vence quien tenga esa mayoría, haga las cosas correctas o no.
López Obrador, además, ha conseguido algo que no se veía en México desde hace muchos años: ha logrado que se disocie la aceptación del presidente de la República de la aceptación de sus políticas.
No es sorpresa que, en materia de seguridad, el 52 por ciento califique la política aplicada con mal y muy mal, y solo el 26 con bien o muy bien.
En términos económicos, quizás algunos se sorprendan de una aprobación de 39 por ciento y solo un 34 por ciento de rechazo, a pesar del estancamiento económico en el que hemos estado.
En este caso los “otros datos” de los que a veces habla el presidente sí existen y tienen que ver con el poder adquisitivo de los salarios, con las remesas y con programas sociales, que han mejorado la condición de mucha gente.
En cualquier caso, AMLO consigue aparecer aún como un líder político que trasciende a las políticas concretas que su gobierno emprende.
La gente lo sigue calificando no solo por los resultados que ha producido sino por las esperanzas que despierta, en alguna medida, como si todavía estuviera en campaña.
No sabemos cuánto tiempo pueda durar este comportamiento. Podría cambiar en los siguientes meses o tal vez durar un año o más.
Un dilema que enfrentará AMLO en la segunda mitad del 2020 será el riesgo de que su popularidad no pueda ser transmitida a Morena y que el éxito de su partido en las elecciones del 2021 sea mucho menor al que tuvo en 2018.
Con la revocación de mandato fuera del calendario electoral y con un partido que está metido en serios conflictos internos, un escenario nada improbable es que, pese a la popularidad presidencial, Morena perdiera la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados en 2021.
Algunos objetan este escenario señalando que sería factible siempre y cuando existieran partidos de oposición robustos.
Hay razón en lo anterior, pero no le extrañe que en el proceso de selección y por tanto de exclusión de candidatos de Morena para 2021, diversos personajes migren del partido que hoy está en el gobierno a alguna de las oposiciones, fortaleciéndolas.
Con una Cámara de Diputados en la que Morena no tuviera el control pleno, la historia de este sexenio puede cambiar completamente.
Ese es el dilema que tiene AMLO.