Cuba nos chamaqueó con Evo Morales
Si lo iban a correr, ¿para qué lo trajeron?
No hay otra explicación para la abrupta salida de Evo Morales de México, al día siguiente de la visita del fiscal de Estados Unidos, William Barr.
Cuba nos indujo a traer a Evo Morales y a hacernos cargo de ese peso muerto.
Hubo un viaje relámpago de nuestro canciller a La Habana el 8 de noviembre, donde se reunió con el presidente Miguel Díaz-Canel y con su homólogo Bruno Rodríguez, previo a la inminente renuncia de Evo, que ocurrió tres días después.
Los cubanos no nos dijeron, sin embargo, que a Morales seguramente se le fincarán acusaciones por narcotráfico y homicidio, así como solicitudes de extradición de Irlanda y Estados Unidos.
El “nuevo mejor amigo” de López Obrador resultó un problema insostenible, una fichita que ni los cubanos querían en su territorio.
Nos chamaquearon y nos lo empujaron. Hasta que llegó el procurador Barr.
Falso que Evo ya tenía planeada su salida de México, donde estuvo a cuerpo de rey.
Aquí tenía comprometidas al menos dos apariciones públicas: en Aguascalientes –invitado por Morena– y en la Cámara de Diputados.
Vino Barr y Evo se fue por piernas, en el primer vuelo rumbo a Cuba, a esperar un par de días a que tomara posesión el peronista Alberto Fernández en Argentina e irse al sur.
Si no lo corrieron, huyó luego de ver, con un escalofrío en la espalda, el avión del Procurador de Estados Unidos en nuestro país.
Ni un minuto más en México. Tampoco explicaciones. De recibir trato de héroe, pasó a ser un apestado político.
A primera hora del día siguiente de la visita de Barr, Morales se fue sin despedirse, sin dar explicaciones, e inopinadamente fue la cancillería mexicana la que sacó eso de que iba a una visita médica a La Habana pero que volvería.
¿Para qué lo trajeron con tanta pompa y faramalla si no lo podrían sostener aquí?
Fue una odisea mandar un avión de la Fuerza Aérea por él, que sobrevoló buena parte de América del Sur en busca de espacios por dónde pasar a un delincuente electoral que no es deseable en ningún país. Ni a diez mil pies de altura.
Al piloto que lo trajo lo ascendieron a general del aire.
Nuestro canciller recibió a Evo en la pista del aeropuerto de la Ciudad de México.
La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, le entregó las llaves de la ciudad y lo comparó con Ángela Merkel.
Le entregaron su CURP para que tenga ingresos, y el asilado lo recibió gustoso.
Nuestro mandatario lo elogió en su discurso de primer año de gobierno en la plancha del Zócalo y le dio la categoría de “presidente” de Bolivia, víctima de un “golpe de Estado”.
Se le hospedó en el Campo Militar Número Uno, con mayor custodia que a cualquier dignatario extranjero.
Se puso a su disposición personal del Estado Mayor Presidencial (ese que dicen que desapareció hace un año) que había cuidado a Peña Nieto y a Calderón, así como camionetas blindadas para que anduviera cómodo y seguro.
Los diputados de Morena y el PT acordaron dar una cuota mensual para la manutención “del compañero Evo” y se le abrieron los micrófonos en las radios, periódicos y televisoras.
Evo en México estaba a sus anchas para boicotear a la presidenta constitucional de Bolivia, Jeanine Añez, y promover una guerra civil en su país.
De la noche a la mañana, “el compañero” desapareció de nuestra escena. Adiós. Tempranito para afuera.
No sólo era un peso muerto para el gobierno de México, sino para los países del “socialismo del siglo XXI”.
A Evo Morales le van a llover cargos tanto en Bolivia como en el ámbito internacional. Y no sólo por delincuencia electoral.
Está señalado de ordenar el asesinato de tres irlandeses, por consejo de Hugo Chávez (fue público, en Carabobo).
Evo estaba en el negocio de la coca, y no del té que amablemente le ofrecen a uno en los altos de Los Andes. Era el líder de las seis centrales cocaleras de su país, en la provincia del Chapare. De ahí cerca del 90 por ciento se va a producción de cocaína.
Según Naciones Unidas en Bolivia hay una sobreproducción de 19 mil hectáreas de coca. Y la que se toma en té o se mastica se cultiva en la región de La Paz.
Cuba no lo quiso. Ya bastantes problemas tiene como para echarse encima un peligro que ese régimen ha cuidado de no involucrarse, porque abriría la puerta a una invasión por protección al narcotráfico.
Venezuela tampoco lo quería porque Evo es un problema adicional.
El gobierno cubano nos los empujó a nosotros con el desenlace que todos conocemos: al día siguiente de la visita de William Barr, Evo y su corte se esfumaron de México.
Ya se fue, pero lástima por todas las palabras que nuestros gobernantes tuvieron que tragarse luego de ir por él al trópico de Cochabamba y recibirlo como un héroe que no es.
López Obrador, por lo visto, no sabe elegir a sus “nuevos mejores amigos” en el mundo, y México quedó mal.
Se equivocó con Evo, como se equivocó con Corbyn en Gran Bretaña, pero eso amerita comentario aparte.